Hay dos maneras de ver esta película. La primera, como una especie de policial de denuncia: una mujer -excelente McDormand- busca que se aclare la violación y asesinato de su hija adolescente hostigando al sheriff local con tres carteles puestos en la ruta. Pero eso es solo el principio. Lo que sigue es una historia que escala en caos ante la ausencia de una verdadera justicia, lo que pone a todos los protagonistas en un campo de moral difusa donde poco a poco se hace lugar la venganza. El realizador McDonagh ha demostrado con Escondidos en Brujas y la fallida Siete psicópatas, que su fuerte reside en la mezcla de tonos (a pesar de lo dramático de la situación de base y de algunas más, el film no carece de momentos de comedia ni de ironía, aunque en este último caso se trate de ironía trágica), y posee una visión del mundo donde todo se vuelve absurdo y desproporcionado. No cabe duda de que el personaje de McDormand crea una empatía fuerte, que incluso en sus momentos más extremos algo nos pide justificarla. Pero la película toma distancia y nos deja pensar por nosotros mismos. Quizás el mayor problema consiste no en su imprevisibilidad -nunca sabemos cómo van a reaccionar algunos personajes- sino en la creación de acontecimientos laterales que pueden resultar redundantes, pero esto es un mal del cine contemporáneo. El final, otra ironía, no deja de ser desolador y luminoso a la vez. Aún sobrecargada de acontecimientos, una película interesante.