Ecos violentos de una sociedad resquebrajada.
La acción comienza casi por inercia. Mientras Mildred (Frances McDormand) recorre una ruta semi abandonada con su viejo auto, observa tres anuncios gráficos que hace años no son utilizados. En un primer plano, por los gestos de su rostro, nos damos cuenta que se le ha ocurrido una idea brillante. A continuación, vemos a la mujer hablando con el encargado de la agencia de publicidad, responsable de rentar estos anuncios ruteros.
El hecho es que han pasado siete meses del atroz asesinato de la hija adolescente de Mildred, y la policía todavía no ha encontrado ningún sospechoso. La rabia, la impotencia y el dolor llevan a la mujer a poner tres mensajes, contenidos en los carteles, dirigidos a las autoridades del lugar en los que cuestiona su inoperancia.
Este hecho será la excusa perfecta para desplegar una especie de neowestern tragicómico, que no solo presentará situaciones y personajes hiperbólicos y al límite, sino que además invitará al espectador a repensar la decadente América profunda y su nefasta idiosincrasia. Un territorio moralmente herido, brutal, donde la justicia por mano propia es bastante usual, como sucede en las propias reglas genéricas del western.
Aquí todos los personajes son potencialmente buenos y malos, víctimas y victimarios, marcados por un inmenso dolor personal, que se desprende de grandes traumas sociales. Furia es la palabra exacta. Todos están coléricos y necesitan manifestar esa ira de algún modo. La violencia física parece ser la expresión catártica por excelencia, en esta cinta que nos manipula a su antojo ante las efectistas y sorpresivas vueltas de tuerca de un guion contundente.
Tres Anuncios por un Crimen también es un film coral, ya que además de la vida de Mildred, indaga la del sheriff Willoughby (Woody Harrelson), quien parece tener buena voluntad, pero se encuentra con una enfermedad terminal a cuestas, y la de Dixon (Sam Rockwell), un joven policía racista y alcohólico, que tiene una relación patológica con su madre. Una bomba de tiempo emocional. Todos atravesados por el cinismo y la incorrección. El humor aquí no descomprime, por el contrario es incómodo y molesto, pareciera que el director se mofa de la tragedia.
Nos encontramos ante un universo oscuro, donde los raptos de sentido común solo lo veremos a través de unos pocos personajes, el de Willoughby, sobre todo en sus cartas post mortem (perdón por el spoiler) y el del nuevo sheriff que lo viene a reemplazar. Los demás habitantes del lugar parecen estar sumidos en un espiral de violencia naturalizada, ya que cuando hay brutales golpizas ante sus ojos, nadie parece sentirse afectado…ni hablar de reaccionar.
Personas que se mueven de manera instintiva, accionan y reaccionan como animales, con motivaciones poco claras en donde prevalece el sentimiento de venganza. McDonagh concentra el humor y la violencia en un mismo plano, con la intención de provocar risas a partir de la crueldad extrema. Aquí lo impensable puede suceder, lo real está en carne viva, y por más que los personajes se rediman, el ciclo de violencia parece no cesar nunca. Ante tal propuesta es imposible salir del cine indiferente, señores despertemos, el mundo está en llamas.