Una historia pequeña ambientada en un pueblo pequeño al sur de los Estados Unidos. Una madre (Frances McDormand) que busca justicia por un crimen cometido contra su hija, que hoy ya no está con vida.
Ya con leer esa línea pensamos en decenas de filmes con el mismo tipo de disparador, pero, lo que no podemos dejar de aceptar es que no solo el devenir de los acontecimientos hacen a la fuerza de un relato sino , y en especial en esta obra, también sus personajes.
Woody Harrelson, es quien encarna al sheriff del pueblo que está puesto en la mira por la madre, una mujer dura y de unas agallas poco comunes, ya que el caso de su hija muerta y abusada descansa desde hace meses en un cajón de la oficina policial. Pero el comisario es un sujeto nada común, padece un cáncer terminal que lo hace ver tan vulnerable como poco operativo. Genera tanta empatía como ganas de pegarle un sacudón y que de una vez las cosas estén en donde deben estar: con un culpable en la cárcel.
La protagonista es aguerrida y sarcástica, no piensa parar hasta logara su objetivo. Pero hablando de sarcasmo no quiero dejar de acentuar que tanto ella como los otros caracteres centrales y secundarios del relato, destilan un humor negro de esos en los que te ves riéndote de lo imposible.
Tiene todo el clima de un western, la moral del western ante todo y ciertas señales icónicas: la venganza como meta, la pérdida de los valores, el rol del varón y el rol de la mujer como antitéticos, la idea de tierra de nadie y de que la ley, esa que escribieron los hombres en un papel acá en estos pagos no sirve para hacer justicia.
Una película que tiene mucho de soltura contemporánea y sin dudas está llena de huellas del cine más clásico estadounidense. Y otro de sus condimentos es que Frances McDormand explota en la pantalla.
Por Victoria Leven
@victorialeven