Unas vidas sin rumbo pero sin dueño
El segundo film en solitario del correalizador de Whisky contiene, entre otras cosas, tristeza, pérdida, desconcierto, malestar y sexo.
Junto con su amigo Juan Pablo Rebella, en películas como 25 watts (2001) y Whisky (2004), el uruguayo Pablo Stoll hizo del hieratismo la clave de la comicidad, tal como antes de ellos Buster Keaton, Stan Laurel, Jacques Tati, Aki Kaurismäki y Martín Rejtman. Segunda película en solitario de Stoll después de la trágica muerte de Rebella (la primera fue Hiroshima, 2009), 3 no es del todo hierática ni del todo cómica. Contiene hieratismo y comicidad. Pero también, entre otras cosas, tristeza, pérdida, desconcierto, malestar, sexo en primer plano, raptos de locura adolescente, encandilamientos amorosos, bailecitos absurdos y redescubrimientos tardíos. Presentada con muy buena repercusión poco más de un mes atrás en la Quincena de los Realizadores de Cannes y lanzada aquí en media docena de salas –con un subtítulo agregado que le quita síntesis y le suma incómodos signos de pregunta–, 3 representa una ampliación del campo de batalla para Stoll, que pasa del minimalismo hipercontrolado a un minimalismo coral en el cual, por más que su productora se llame Control Z, no todo parece estar bajo tan estricto control.
Lo que se mantiene es la idea del triángulo, no necesariamente amoroso, como núcleo básico. Tres amigos en 25 watts, tres solitarios en Whisky, los miembros de una familia en 3. Una ex familia, habría que decir, aunque el desarrollo de la película obliga a reconsiderar también eso. A lo largo de 119 minutos –es posible que sobren algunos–, 3 sigue en paralelo a sus protagonistas. Odontólogo en plena crisis personal, Rodolfo (el animador televisivo Humberto de Vargas) es capaz de ponerse a llorar mientras juega con la PlayStation, en medio del cumpleaños de su segunda esposa, o de cortar la luz del consultorio para “verse obligado” a suspender las consultas de ese día. Y todo con una semisonrisa ausente. Su ex esposa, Graciela (Sara Bessio, cuyo pelo lacio y lúgubre expresión recuerdan a la Mirella Pascual de Whisky), duerme mal, se queda dormida en medio de sus sesiones de taquigrafía y en los ratos libres le hace compañía a una tía terminal. Ana, hija de ambos (Anaclara Ferreyra Palfy), mira con igual impasibilidad a la rectora que le llama la atención por su suma de faltas como a la entrenadora de handball, que la advierte por una llegada tarde. Como al novio, al que masturba mecánicamente.
Pero ese mundo, entre repetitivo y apático, tiende a desordenarse. Rodolfo empieza a volver a casa por las noches, donde a veces cena con Ana y otras, solo, un chivito uruguayo, mientras ve 2001 en DVD. En la sala de espera, Graciela conoce a un tal Dustin Stratta (Néstor Guzzini, cancherón e irresistible), que por más que lea con la mayor seriedad unos horribles libros de autoayuda, tiene la amabilidad de llevarla a bailar y comportarse como un caballero. A Ana, cuando le gusta un tipo es capaz de seguirlo no hasta el fin del mundo, pero sí hasta las afueras de Montevideo. Como el día que ve, en el colectivo, a uno que le lleva más de diez años. En el momento en que lo ve, el rostro de Ana se transmuta, se convierte en otra cosa, brilla. Lo mismo que le pasa a su mamá, cada vez que se encuentra con Dustin. Rodolfo no es que brille, pero más allá de su torpeza familiar, del estado de angustia y confusión en que se encuentra, hay cosas que sabe hacer y da toda la impresión de amar: jugar fútbol 5 (aunque algún joven testosterónico pueda hacerlo sentir viejo de golpe), cuidar sus plantas, bailar en calzoncillos cuando está feliz.
Esa es la mayor diferencia de ésta con 25 watts y Whisky: por tristones que sean, los personajes de 3 son capaces de transmutarse, brillar, ser felices. Por lo demás, la música sigue siendo, para Stoll, tan esencial como para haber seleccionado, personalmente, una banda de sonido que se hace muy presente e incluye desde el grupo Opa al Cuarteto de Nos, además de Los Delfines y Fernando Cabrera. Stoll vuelve a lucir poder de síntesis, elocuencia visual, rigor para definir personajes no a través de lo que se dice de ellos, sino por lo que ellos hacen. Aunque lo que hacen no siempre sea del todo comprensible, como la cleptomanía al paso de Ana, el trasplante de las plantas favoritas de Rodolfo o la aceptación, por parte de Graciela, de que su ex se le aparezca de golpe en la casa y decida una remodelación general por su cuenta. Eso inexplicable los hace interesantes, tal vez porque permite pensar que tienen una vida de la que el espectador no es dueño. Una vida a la que no controla.