Tristeza de clase
"Es una edad preciosa", le dice comprensivamente un directivo del colegio a Ana, una adolescente a punto de finalizar su paso por la escuela secundaria, si es que no se queda libre por faltas. No está en juego sólo su graduación sino también el inminente viaje a Bariloche.
Los padres de Ana están separados; Ana vive con la madre, pero a menudo los espacios de convivencia no están del todo delimitados. Graciela, por su parte, cuida a Beba, una tía moribunda, y trabaja en una oficina. Rodolfo es odontólogo, pero su pasión son las plantas, primero, y después el fútbol. A Ana, que ha sido siempre una alumna brillante, ya no parece interesarle el colegio, ni mucho menos el handball, aun cuando tal vez pueda representar a la selección uruguaya. Tiene un novio de la escuela, pero cada tanto se acuesta con chicos más grandes.
La cotidianidad es el último horizonte de existencia. Repetición sin diferencias: en cada minuto se corrobora la soledad de las criaturas y la insignificancia de su paso por el mundo. De allí que el mínimo impulso vital de Ana esté concentrado en el sexo. El placer conjura la monotonía, el cuerpo se conmociona. Graciela tendrá un atisbo de felicidad, casi clandestina, en el encuentro con Dustin, un hombre al que conoce en el hospital en una de las tantas noches que pasa cuidando a su tía. Rodolfo, que tomará la decisión de romper con Alicia (a quien jamás veremos, sí a su hijo), sería feliz si tan sólo pudiera recomponer el núcleo familiar, una utopía discreta que en el desenlace hasta será objeto de un número musical.
El uruguayo Pablo Stoll, en codirección con Juan Pablo Rebella, ya había explorado este universo sombrío de clase en 25 Watts y Whisky. En Hiroshima, su película anterior, la más experimental y libre, lo lúdico se imponía sobre lo triste. 3, en algún sentido, es su película más convencional, en gran medida porque el costumbrismo prevalece.
En el penúltimo plano, en el que se ve a los tres (madre, padre e hija) acostados en una misma cama mientras se escuchan desde el televisor explosiones de una batalla, es una síntesis anímica del filme y de la inteligencia formal de su director. Stoll ama el cine tanto como a sus personajes. Por eso, las miserias del costumbrismo permanecen a cierta distancia.