Como en un espejo
A modo de anticipación, un dato para tener en cuenta, el titulo que da origen a esta posible critica es de una realización también conocida como “Detrás de un vidrio oscuro”, pero en relación al texto fílmico que anticipa parece más apropiada la traducción literal del titulo original.
Ahora bien, algo del orden de la necesidad casi imperiosa de atravesar, ésta obra a partir del despliegue de elementos inherentes a lo cinematográfico se impone, valga la redundancia, a la hora de su análisis y evaluación.
Si no se tuviera en cuenta estas determinadas cuestiones y sólo registráramos el relato, no sólo estaríamos cometiendo una cruel injusticia, siempre lo es, sino que reflejaríamos la banalización del texto, quedándonos con el relato de una historia que ni aparece como novedosa ni de impacto afectivo.
Estos elementos que hacen hincapié y producen su fuerza narrativa son, por orden de importancia, la dirección de arte, específicamente la escenografía, ayudada por los movimientos de cámara utilizados para que nos quede claro hacia donde irá, luego, el modo de ver al que nos lleva el director, sumado a esto la banda de sonido, la fotografía, y por supuesto las actuaciones, que aparecen como último recurso, pero que en realidad son el sostén del interés en el espectador.
El filme abre en con un hombre de mediana edad que pierde el ultimo tren. No sabemos hacia donde va, ni donde estamos. No es Paris, eso queda claro.
Varado en ese lugar, se detiene en un bar, más que nada a pensar sobre sus próximas acciones, esto es mostrado con paneos circulatorios alrededor del personaje, deteniéndose de los espejos del lugar, para desde allí retornar sobre el personaje en movimiento inverso, hasta llegar a plantearnos si lo que vemos es el personaje o su reflejo.
En el cine nada es casualidad, algo del armado del discurso en ésta secuencia primera se instala para luego dejarla casi de lado desde la funcionalidad del “cómo”, para dar lugar a narrar el “qué”. El elemento especular, los espejos en particular reaparecerán de continuo en el relato, la vida reflejada, o un reflejo de la vida.
Habiéndonos acostumbrado a la indagación del mundo femenino, retratos de mujeres en su más diversas crisis vitales de la vida, en producciones como “Villa Amalia” (2009) “Las alas de la paloma” (1981), el director Benoît Jacquot ha dado vuelta la pagina para realizar un filme que a priori parece ceñirse al mundo femenino, pero que en realidad todo gira en el personaje masculino interpretado por el actor belga Benoît Poelvoorde.
En posición desplegada, el encuentro casual de un hombre y una mujer, el director toma en principio y como guía algo del orden de la similitud de “Antes del amanecer” (1995), con la diferencia que el espectador no es testigo de lo que esta pareja va construyendo en esa noche, sólo que la vivieron juntos.
Dos soledades que se encuentran, se electrifican. Marc Beaulieu (Benoît Poelvoorde) se choca con Silvie Berger (Charlotte Gainsboueg), atraviesan la noche, hablando, caminando, seduciéndose, para prometerse continuidad, que esto no sea un “espejismo”, una cita se acuerda en París, en las Tullerías.
Es aquí, en el momento del deseo, de la visión del encuentro, en que el destino se hace presente: el corazón de Marc le hace una mala jugada, es atendido en la urgencia de un hospital, llegará tarde a la cita, o no llegará, ella desaparecerá.
El director juega con la información, por un lado el espectador conoce detalles que los personajes no saben, para finalizar dando elementos al espectador con la única finalidad de realizar un cambio sobre la misma historia narrada. Constituyendo algo del orden de lo onírico.
Los juegos de amor, de las probabilidades, del infortunio o del azar, Marc no puede acceder a concretar lo que sería acceder al amor de su vida, Sylvie. Para caer en los brazos, sin saberlo, de la hermana, Sophie (Chiara Mastroianni).
Con sólo esos elementos produce un verdadero clima de suspenso, una trama inaudita y al mismo tiempo cautivadora, que casi podría denominarse como nuevo género, un thriller sentimental.
El cineasta despliega con elegancia visual un guión de su autoría, en conjunción con Julien Boivent, logra una reactivación continua de la acción, pero marcando un tiempo como en suspensión, para sortear los escollos de una historia improbable, tal el grado de delicadeza en su construcción, apoyándose, y mucho, en las actuaciones.
Benoît Poelvoorde ya había expuesto su considerable talento, pasando de la comedia al drama sin sobresaltos, aquí, a pesar de estar siendo opacado por las tres mujeres, parece haber encontrado un personaje a su medida; Charlotte Gainsbourg es naturalismo puro, nunca será bella, aquí enamora, sólo es hermosa; mientras que Chiara Mastroianni, quien interpreta a la hermana de Charlotte, compone a una depresiva, dependiente burguesa típica, y entrañable; sin olvidarnos de mencionar a la dama del cine francés, Catherine Deneuve, jugando a ser una madre atenta, cariñosa, y protectora excelsa.
“Tres Corazones” es mucho más que el relato finito que nos narran, es casi un muestreo de una tragedia griega signada por el destino que esquiva y para siempre ese obscuro objeto del deseo dentro de un triangulo amoroso, contar más sería obsceno, descúbralo.