Mi papá es un asesino a sueldo moribundo y con alucinaciones
Por Rodrigo Seijas
Kevin Costner estrenó hasta el momento dos películas en Estados Unidos este año: 3 días para matar, thriller de acción del cual me ocuparé en este texto, y Draft day, un drama deportivo. Ambas, un poco por casualidad, otro poco porque las estrategias de marketing se parecen aún entre géneros disímiles, comparten diseños en sus pósters: los dos tienen al actor como figura central, excluyente, gigantesca (ver aquí). Obviamente, las dos cintas apuntan a un público que confía en Costner y que podrían asistir a los cines en base a su presencia. Conmigo, esta táctica funciona: la única razón por la que podría interesarme en ir a ver un film como 3 días para matar es que Costner es el protagonista, con lo que supongo que dentro de un producto al que intuyo como bastante común y mediano, la estrella puede aportar su capa de complejidad a partir de su porte clásica.
El afiche de 3 días para matar guarda también similitudes (y acá ya no hay muchas casualidades) con el de Búsqueda implacable, el cual se puede ver aquí. Ahí, la figura gigante, única en la que confiar es la de Liam Neeson. Ambas tienen a veteranos hollywoodense adaptados al molde de acción europea de Luc Besson (acá como productor y guionista), que a su vez se ha adaptado a las pautas hollywoodenses. Sin embargo, la premisa de la película con Neeson era mucho más lineal. Si ustedes creían que la trama de 3 días para matar se resumía en el título de la crítica, están equivocados: no está todo incluido, faltan cosas y apenas si funciona como resumen. El film se centra en Ethan Renner (Costner), un agente de la CIA, eterno encargado de esas típicas misiones de asesinato, que se entera que está enfermo y le quedan apenas unos meses de vida. Es por eso que intenta reconectarse con su hija y ex esposa (Hailee Steinfeld y Connie Nilsen, respectivamente). Justo cuando está tratando de recuperar los lazos familiares descuidados durante años le aparece una jefa de inteligencia (Amber Heard) con una propuesta: realizar una última tarea a cambio de una droga experimental para curar su enfermedad terminal. El asunto se le irá complicando cada vez más no sólo porque reconciliarse con sus seres queridos es un poquito difícil, sino porque en el medio deberá lidiar con las alucinaciones que le producirá la medicina (¿?) y porque su hogar ha sido ocupado durante su ausencia por una familia, con los que se verá obligado a convivir (¿¿¿¿????).
Toda esta acumulación de variables ya dejaba todo listo para el delirio. Más si tenemos en cuenta los nombres involucrados: Besson supo crear ese monumento a lo inverosímil que era la saga de El transportador, el director McG estuvo detrás de las dos entregas cinematográficas de Los ángeles de Charlie y no nos olvidemos que Costner protagonizó ese despiole llamado Waterworld. Y lo cierto es que por momentos 3 días para matar es mil cosas a la vez: un thriller de acción, una comedia familiar, un drama moral, todo contado con bastante desparpajo, como si a los realizadores les importara bastante poco ciertas nociones básicas a la hora de captar al público. De ahí que tengamos, por ejemplo, varias secuencias donde lo vemos a Renner hablando por teléfono con su hija mientras usa a los tipos a los que tortura para sacarles información como especie de consultores sobre paternidad. Hay allí una evidente intención de tomarse todo en joda, de explotar el ridículo al máximo, de mezclar la tensión con los dilemas de un tipo que es muy bueno matando personas pero pésimo a la hora de convivir con ellas.
El problema es que el delirio o el ridículo también requieren un orden narrativo, formal e ideológico que los sostengan, y 3 días para matar no lo tiene, porque McG es cuando menos perezoso a la hora de poner en marcha el relato (ver sino las escenas de acción, filmadas a reglamento), Costner se limita a poner su cara de nada, sin adaptarse a las necesidades específicas de cada escena, y en el guión de Besson, más que una sátira a ciertos métodos violentos, lo que se percibe es una gran irresponsabilidad a la hora de mostrarlos. Este último aspecto se refuerza por el historial del cineasta francés, quien parece no querer hacerse cargo de que en su filmografía abundan las obras como Taxi, Búsqueda implacable, Sangre y amor en París, Distrito 13 y Los ríos de color púrpura, en las que se hacen apologías explícitas de la justicia por mano propia, el machismo o el intervencionismo. Por eso tenemos la subtrama de la familia (de raza negra) ocupando el hogar de Renner, quien primero recurre a la policía para desalojarlos, descubre que no puede hacerlo porque una ley los protege -esa normativa está vista como algo claramente negativo en el film-, los amenaza (pistola en mano) para que se vayan, luego los deja quedarse porque la hija del patriarca (Eriq Ebouaney) está embarazada, deja que sean testigos y hasta parte de sus andanzas (el más pequeño custodia la puerta del baño donde Renner hace sus interrogatorios), para finalmente convertirse en el padrino del niño recién nacido. Allí Besson muestra la hilacha: se quiere hacer el progre, pero demuestra ser racista, paternalista y facho, y hasta dan ganas de pedirle que sea sincero y nos diga de frente que lo que realmente piensa: que Francia no es para los inmigrantes, que Francia es para los franceses, o para ser más precisos, para los franceses blancos.
A 3 días para matar le falta la energía y la incorrección política para ser un delirio simpático. Con Costner, es indudable, no alcanza.