Tres días para matar es un filme incoherente, pero tiene la virtud de recuperar a un actor subvalorado como Kevin Costner. El comentario completo, en esta nota.
Su destino final no puede ser otro que ser elegida por un programador anónimo y amateur para colectivos de larga distancia. Persecuciones automovilísticas, tiros, explosiones, mujeres hermosas, alguna que otra situación cómica voluntaria y un par de secuencias con una dosis de emoción. 3 días para matar también califica como travelogue: la cantidad de planos de lugares turísticos parisinos es tal que el director Joseph McG y su guionista Luc Besson podrían ser publicistas oficiales de la Secretaría de Turismo de París.
Pero para el gran público 3 días para matar será un filme de Kevin Costner. Y está bien que así sea porque si hay algo interesante en este ejercicio formidable de incoherencia temática y narrativa es la figura de un actor que remite a otra época y está más allá en el más acá de esta película. Costner ha sido una referencia ineludible de una escuela interpretativa pretérita. Su persona es su personaje, y el truco consiste, como suele suceder con los actores clásicos, en adaptar su carisma y sus aptitudes a cada relato y su contexto.
Costner es aquí Ethan, un agente de la CIA que descubre que tiene un cáncer terminal mientras tiene la misión de matar a un tal Lobo, un terrorista sin misericordia y capaz de cualquier cosa. En realidad, tras saber que le quedan tres meses de vida, la misión real de Ethan será recuperar su relación con Zooey, su única hija, e indirectamente con su mujer, que viven en París.
Así descripto parece un drama seco y trágico, pero el guion de Luc Besson no se conforma con la mera acción y un poco de redención. La audiencia, además, tiene que reírse y emocionarse, y Costner no tiene ningún problema en parodiarse en una escena en la que salva a su hija de una posible violación llevándola en sus brazos como a Whitney Houston en El guardaespaldas. Quizás el filme en su conjunto fue concebido como una gran comedia porque resulta inevitable reírse incluso de las escenas que no son deliberadamente cómicas. El mayor pasaje humorístico es una secuencia en la que Costner asiste el parto de una refugiada africana.
En el epílogo hay una sorpresa, casi impredecible. Todo este disparate vulgar y mecánico es neutralizado gentilmente por la simpatía de su estrella agonizante. De ahí surge la verdadera emoción de la película. 3 días para matar, además de transformarse en una comedia involuntaria, insinúa ser un documental sesgado sobre un noble actor subvalorado.