Pasan los siglos, pero no para evolucionar. Las arraigadas costumbres de vida perduran en Irán actualmente. Nadie puede ni debe aspirar a otra cosa diferente que no sea el mandato histórico familiar. Esa situación es la que padece Marziyeh (Marziyeh Rezaci), una joven que vive en una aldea con su familia, y quiere ser actriz pero no la dejan. La única esperanza que tiene es grabar con su celular un impactante video y enviárselo a través de una red social, a la actriz llamada Jafari (Behnaz Jafari), que es muy popular en la televisión local.
Filmada íntegramente en exteriores es una suerte de road movie, porque viajan en una camioneta conducida por el Sr. Panahi (Jafar Panahi), quien es justamente el director de esta película. Ambos recorren una zona montañosa, árida, seca, en busca de la aspirante a actriz. Jafari está desbordada emocionalmente por el video recibido y necesita saber si las imágenes son reales o una farsa.
El relato es lento. Hay que tener paciencia para verla, como la tienen los protagonistas, acostumbrados a estar en una ciudad que no le ofrece todos los inconvenientes y obstáculos como los que tiene un camino de ripio trazado en una montaña. Deben ir despacio y preguntar a los pobladores si conocen a la chica.
La pobreza y el desamparo prevalecen allí. Son los olvidados de todos los gobiernos. Y el único orgullo que sienten es el de mantener la tradición.
La intriga se mantiene y Marziyeh no aparece. El realizador basa la narración en diálogos y silencios, trabajando en varias ocasiones el fuera de campo, además utiliza, cuando lo cree estéticamente valioso, imágenes de planos generales largos, de extensa duración. La historia se mantiene viva hasta la hora de proyección, cuando se devela el misterio, luego, lo que sigue no aporta nada significativo. Prolongar el relato es contraproducente. La capacidad de síntesis es una virtud para nada despreciable, pero, en este caso, el director no lo creyó conveniente y el resultado está a la vista.