Muchas veces se dice que el talento o la genialidad van de la mano con la locura. Pues, éste documental es la prueba más cabal que dicha reflexión es totalmente acertada. Martín Perino aprendió a tocar el piano desde muy chico gracias a que su madre era profesora. Estudió música clásica y fue concertista de joven. Ahora es un muchacho cuyos padres fallecieron y quedó solo. Permaneció aislado del mundo terrenal los últimos tres años porque debido a un brote esquizofrénico, fue internado en el Hospital Borda. El director Artemio Benki aborda éste particular caso para retratarlo con rigurosidad y profundidad. Un día, Martín se volvió loco, como él mismo dice, dejó de distinguir la realidad “real” y creó mentalmente una realidad “paralela”. La película registra los últimos tiempos del protagonista dentro del hospital, la interacción con otros pacientes y acompañantes terapéuticos, hasta su alta médica en el hospital y su tratamiento como paciente externo continuando bajo control y medicado. El realizador sigue a Martín día y noche, con mucha cámara en mano, lo acompaña y de ese modo podemos observar cómo vuelve a integrarse, poco a poco, con la sociedad y sus problemas. Pero siempre, tanto adentro como afuera, pudo desplegar su talento. El piano fue y es su gran terapia, lo mantiene concentrado y es su más importante salvoconducto mental y emocional. Todos estos elementos, articulados prolijamente, lo ayudaron a aceptarse tal como es. Narrado lentamente, porque el protagonista nunca está apurado y siempre le gusta detenerse a hablar y filosofar sobre su vida, transcurre la historia en la que predomina, como no podía ser de otro modo, la música tocada por él, demostrando que es un eximio pianista y que el tratamiento no melló su calidad artística. El film es un alegato de la reinserciñon humana, demostrando, con sólidos argumentos, qué con fuerza de voluntad y decisión se puede tener una segunda oportunidad, hasta mucho más agradable y promisoria que antes de caer en un pozo y transitar un largo y sinuoso camino de oscuridad
Un ciudadano entre tantos, una persona común entre millones, un ser prácticamente anónimo que hace una sola cosa: trabajar de taxista. Ese es Paulo (Fabricio Boliveira), quien recorre todas las noches Rio de Janeiro buscando pasajeros. No maneja por gusto, lo hace para juntar dinero y poder enviárselo a su hijo que vive con su ex esposa. Así son las cosas para él, que reside en un pequeño departamento frente a las vías del tren. Está atrapado entre la escasez de dinero y el conflicto familiar, no puede pensar en otra cosa y su existencia es rutinaria y monótona. A duras penas junta cada real con gran sacrificio, trabaja de noche y duerme de día y su único anhelo es poder ver a su hijo, no tiene otra ambición. Esa es la trama de esta película dirigida por Eryk Rocha, sencilla, sólida, intimista y contundente. El ritmo del relato va a la par de lo que sucede durante una ronda nocturna, es decir, tranquilo, muy de vez en cuando alterado por algún incidente con pasajeros o transeúntes. La música que suena en ocasiones proviene generalmente de la radio y son canciones brasileras. La historia es mínima, austera, filmada con mucha cámara en mano y primeros planos, para poder vivir y sentir lo mismo que el protagonista. Una noche sube como pasajera Karina (Bárbara Colen), una enfermera de hospital público desencantada con su profesión. En poco tiempo se convierten en amantes y ellos son almas en pena transitando las calurosas noches cariocas. De algún modo, y cada uno a su manera, ambos intentan resistir los embates que les provoca una sociedad hostil y tratar de salir indemnes, aunque la situación imperante les sea totalmente desfavorable
Antes de analizar esta película habría que hacerse una pregunta_ ¿Los guionistas son futurólogos o visionarios? Porque fue escrita y filmada mucho tiempo antes que los sucesos actuales y son idénticos. Ficción y realidad se dan la mano, es lo mismo, no se pueden distinguir las diferencias entre una y otra. El director Ariel Martínez Herrera narra una historia que parece ser extraída de algunos de los tantos noticieros o programas especiales dedicados al tema más candente del momento: una epidemia azota al país, no se la conoce y no hay cura. Los muertos pululan por las calles, los medicamentos escasean. al igual que los alimentos, no funcionan los servicios de comunicaciones, todos le temen al contagio y el alcohol en gel junto a los barbijos son las estrellas codiciadas por todos. Dentro de esa realidad caótica, descontrolada, paranoica, desolada y llena de dudas y miedo, hay una pareja de treintañeros que pretenden huir de la gran ciudad hacia una casita ubicada en un campo, en el medio de la nada, rodeada por pasto, yuyos y unos pocos árboles. Escapar es la única solución posible, Laura (Jazmín Stuart) y Augusto (Agustín Rittano) protagonizan una road movie, cuyo medio de transporte es un motorhome, que les permite parar donde quieran, comer y descansar un poco. En el trayecto, como corresponde a este tipo de relato, encontrarán inconvenientes y deberán resolverlos para llegar a destino. El film se centra en ellos dos y en cómo hacen para sobrevivir, la producción es modesta y se nota al encarar una historia de estas características, donde está sostenida principalmente por las actuaciones y una adecuada melodía incidental. El problema principal que tiene la película, y por el cual no termina de convencer, es el tono que adoptó el director para contar el cuento porque es un híbrido, no se definió hacia qué lado acentuar la trama, el ritmo es lento y carente de tensión y es por ese motivo que no es un drama, una comedia o un thriller, a lo quje hay que sumarle el hecho de que no fue filmada dentro del vehículo, sino que crearon un decorado tratando de imitar lo que es un motorhome de verdad, pero está mucho más cerca de ser un monoambiente que una vivienda móvil, pues el verosímil no fue logrado. Seguramente el encierro y la proximidad de cada mueble o artefacto que tienen en la realidad estos vehículos hubieran enriquecido la narración provocado una atmósfera de agobio y desesperación que la situación ameritaba y no fue aprovechada. Pese a las buenas intenciones y el esfuerzo de todos, queda como resultado una sensación de agónica intrascendencia.
Vemos y escuchamos a diario en las noticias los casos de femicidios que ocurren en nuestro país, día tras día. Una historia que se repite, porque no se llega a terminar de contar una, que sucede otra similar. La problemática es muy vigente y desde hace unos pocos años, el Estado Nacional ha tomado cartas en el asunto para intentar solucionar un tema cuya raíz es profundamente cultural instalada en el ser humano desde hace siglos y es el machismo asociado al patriarcado. Se lo ha analizado desde distintos puntos de vista y las opiniones concuerdan en eso. Este documental aborda la temática bien desde adentro, de las entrañas mismas del dolor, la angustia y la desesperación de las mujeres que sufren la violencia de género. La línea 137 es el número telefónico para denunciar estos hechos. No sólo es un número de teléfono, sino que también son recintos especializados y dedicados exclusivamente a ellas y sus hijos. En esos lugares hay varios equipos interdisciplinarios que trabajan durante todo el día para ayudar a las víctimas. Hacia allí Lucía Vassallo llevó sus cámaras y registró todo, absolutamente. Sin interferir, ni cuestionar, como si fuese un testigo que observa todo y lo guarda en la memoria. La directora sólo filmó a los equipos pertenecientes al Estado, cuyas sedes están en la Ciudad de Buenos Aires y de Resistencia, Chaco. Hay otras, muy pocas, también en otras provincias. La tarea de ellos es brindar consejos, ayuda, protección y contención psicológica a las víctimas. En todos los casos la directora procuró ocultar los rostros de las denunciantes protegiendo sus identidades Ellas, cansadas de los maltratos a que las someten sus parejas y otros familiares, se animan a hablar y denunciarlos. Ya no tienen vergüenza. Juntan el valor necesario y cuentan el calvario que viven, siempre con un nudo en la garganta y llorando. Así es el problema, lo mismo que la película, dura, seca, cruda, como un golpe sin anestesia, en el que no hay medias tintas. La intención de la directora es que su realización duela también. Sin filtros. Por eso, para ahondar el dramatismo, se escuchan en varios pasajes ruidos incidentales y una canción compuesta por Juana Molina. La mayoría de las personas que trabajan en estos establecimientos son mujeres, generalmente asistentes sociales y psicólogas. En todos los de todos los medios y personal para aceptarlas de inmediato y, por otro casos hacen lo que pueden, porque hay tantas denuncias que no disponen lado, el sistema judicial no funciona como corresponde, lo cual en nuestro país no es una novedad. Tomando como referencia la frase del final de una de las mujeres, que sufre al igual que las otras de violencia doméstica, maltrato físico y psicológico, amenazas diarias, etc., y luego de haber visto y oído tantos dolorosos testimonios, habría que hacerse una pregunta profunda, alejada de toda índole política, religiosa y cultural: ¿Alcanza sólo con esto?
Cuando se está desocupado y sin dinero uno acepta casi cualquier cosa para conseguirlo. El límite de lo legal o ilegal se los pone tanto el que ofrece el trabajo como quien lo recibe. En esa encrucijada se encuentra Leonardo (Lautaro Delgado Tymruk), un aviador comercial que, por un incidente dentro de la compañía, fue echado hace meses y no lo aceptan en ningún lado. Hacer otra cosa no quiere. La única opción para poder continuar ejerciendo su profesión es la de pilotear un avión fumigador, conseguido gracias a la gestión de su esposa Leticia (Sofía Gala Castiglione). A regañadientes se traslada al campo con ella y el hijo de ambos Manuel (Joaquín Rapalini). El recibimiento y la estadía no es como lo ellos esperaban. El clima es hostil, tenso, y esta característica se mantiene a lo largo de todo el relato bien llevado por el director Gabriel Grieco. En una película, cuyo tema principal es la utilización de los agroquímicos en las plantaciones y lo perjudicial que son para la salud. Aunque, la denuncia no está focalizada especialmente en ese ítem, sino el trasfondo de corrupción que lo sostiene. Por ese motivo hay algunos habitantes que luchan con sus propias armas, literalmente, contra quienes manejan el negocio sucio cuya cara visible es la de Emilio (Daniel Valenzuela). El film avanza por dos líneas paralelas. Lo que vemos y lo oculto que intriga, porque no se sabe qué es lo que sucede realmente y altera los ánimos. La familia recién llegada deberá lidiar entre quienes le dan empleo y casa, por un lado, y los vecinos que son las verdaderas víctimas, por el otro. El realizador no emite juicios de valor. No se dedica a filosofar entre el bien y el mal. El género con el que decidió a tratar la historia es un thriller con toques policiales, donde hay héroes y villanos, siempre motivados y cegados por la codicia, el dinero y el poder. El ritmo y el suspenso no da respiro. Ciertas secuencias son realzadas por una canción especialmente compuesta para esta película, con una raíz folclórica moderna. y los personajes están delineados a medida de lo que necesita la historia. Apenas empalidece un poco la buena producción la reiteración de unos diálogos, o mejor dicho, reproches de Leticia hacia Leonardo, casi expresados con las mismas palabras, que no aportan nada nuevo. La necesidad económica puede hacer que las personas cometan errores impensados. Para la próxima, el matrimonio protagonista deberá corroborar los antecedentes de sus empleadores sino quieren volver a pasarla mal.
El cineasta palestino Elia Suleiman un día salió de su país por un tiempo. Fue a París y Nueva York. Se dedicó a recorrer esas ciudades y, sobre todo, a observarlas. No tanto las construcciones o museos. Lo que más le llamó la atención es la gente que la habita y su comportamiento. Así, el realizador, que también es el protagonista absoluto de esta ficción, nos relata en formato de comedia un viaje a dos de las urbes más importantes del mundo, que no resultará un viaje tradicional. Suleiman vive solo. en una casa grande de Palestina. Interactúa con vecinos y conocidos. Cuando va a Europa y los Estados Unidos hace lo mismo. Los demás le hablan y antes de que pueda responderles corta la escena y continúa con otra. Elia no dice nada, permanece mudo durante todo el film, sólo en un momento dice dos palabras, que es de Nazaret y vive en Palestina. Todo su recorrido lo hace en silencio, interrumpido por varias canciones cantadas en distintos idiomas y el sonido ambiente de fondo. Contado lentamente lo que le interesa mostrar es lo que hace el ser humano en la vía pública o en el interior de un edificio de oficinas. Arma escenas, muchas de ellas coreografiadas, en las que no interviene, actúa como un incrédulo espectador de la ridiculización de la policía, el ejército, barrenderos, auxilio médico, etc., casi siempre bebiendo alcohol y fumando. Constantemente viste el mismo saco y sombrero que se los cambia recién cuando aterriza en América. Pero lo que permanece inalterable, es su cara de impávido. Con esa actitud de paso cansino y sus manos cruzadas detrás del cuerpo deambula por varios lugares. Luego nos enteramos que su objetivo es la búsqueda de apoyo económico en un par de productoras cinematográficas para poder filmar una película. Amigos espectadores, si quieren ver a una desconocida París, porque está vacía, no hay gente ni autos particulares, es un estímulo que los ayudarán a decidir ver esta película, pero si pretenden que haya conflictos, diálogos inteligentes, vueltas de tuerca, romances, peleas y todos los condimentos que sirven para aderezar una comedia, este no es el caso. Porque el manejo de la ironía, de tan sutil, elegante, inteligente y absurda como la presenta, no causa gracia, ni entretiene, simplemente aburre, y mucho.
Latinoamérica fue durante los años ´60 y ´70 un caldo de cultivo en la formación de agrupaciones armadas autodenominadas “revolucionarias”, para combatir por la fuerza los gobiernos y el modelo de vida que ellos decidían. Se han escrito muchos libros y también columnas en diarios y revistas sobre los orígenes, la región y la época que surgieron. Aún hoy, no está del todo esclarecido porque las opiniones varían y la información valiosa continúa escondida. Mientras el tiempo pasa y los protagonistas mueren. Por ese motivo, para mantener viva la memoria de aquellos hechos, quien está tomando cartas en el asunto y deja de mirar hacia otro lado es el vecino Chile. Últimamente estrenaron producciones alusivas al tema, tanto documentales como ficciones. Andrés Wood aborda la formación y disolución del Frente Nacionalista Patria y Libertad, cuyas ideas de derecha no toleraron que un gobierno de izquierda, presidido por el recientemente elegido Salvador Allende, conduzca los destinos del país. Todos sus esfuerzos y balas apuntaron para la destitución del primer mandatario. El relato, con un comienzo atrapante y contundente, se maneja en dos períodos. El actual, protagonizado por Inés (Mercedes Morán), quién habla con tonada chilena, y Gerardo (Marcelo Alonso). Ellos fueron amantes en el pasado, ahora, ella es una señora de la clase acomodada, casada con su marido de toda la vida, tienen un hijo y nietos. Pero él siempre vivió en la clandestinidad, creyó y continúa creyendo. en la revolución, de tal modo que nunca se adaptó a los mandatos sociales. Cuando es detenido e investigado, Inés mueve sus contactos e influencias para que lo liberen y no divulgue el pasado que los compromete. Con un ritmo intenso y pocas melodías incidentales, ya que lo primordial es lo que sucede en pantalla, transcurre la película. Tiene una buena ambientación, lo mejor son los antiguos vehículos que enmarcan la década del ´70. Para explicar los episodios y el porqué de la motivación de la protagonista el director recurre constantemente a los flashbacks para saber qué es lo que hacían y como actuaban ellos de jóvenes. Así, María Valverde encarna a la Inés joven, con mucha vitalidad y sex-appeal. Gerardo joven es Pedro Fontaine. y el marido Justo (Gabriel Urzúa) componen no sólo un triángulo subversivo sino también, amoroso. En ambas épocas los personajes saben lo que quieren, sólo Justo, Felipe Armas en la actualidad, quisiera desaparecer de la tierra Hasta el día de hoy ellos creen que lo que hicieron fue lo correcto. Esa es su ideología y el modo de defender el patriotismo. No se arrepienten. tan sólo no quieren que se sepa públicamente, el turbio pasado que los cubre.
Una historia de amor pequeña, sencilla, austera y breve se desarrolla en Barcelona. Esa popular ciudad española es el escenario elegido para filmarla. Es una parte importante de la obra por sus calles, bares, comercios y la playa. Allí va a pasar unos días Ocho (Juan Barberini), quien trabaja y vive en Nueva York. Está solo y conoce a Javi (Ramón Pujol), un español que encontró su lugar en el mundo en Alemania. Luego de intercambiar unas pocas palabras, van derecho a la cama. Así de expeditivos resultaron los muchachos. Sin dudas ni prejuicios. Dejaron volar sus deseos sin resquemores. La ópera prima de Lucio Castro se centra en la vida de ellos, dos treintañeros que priorizan estar bien y no traicionar sus sentimientos, por sobre todas las cosas. Aunque, no todo es color de rosa. La estructura dramática es un tanto atípica, o tal vez no. Porque el director es argentino, aunque vive en los Estados Unidos, y la parsimonia predomina. El ritmo del relato es lento y pasan muy pocas cosas. Tal es así que durante los primeros diez minutos de proyección vemos a Ocho en el departamento que alquila, paseando, comiendo, o en la playa. Algo importante que altere la rutina sucede mucho tiempo después que los manuales de guión indican. Sobre esta base se desarrolla la narración. Pretende ser original con el modo de contarlo, porque hace un flashback para ir veinte años atrás. Pero, la verosimilitud no se sostiene porque ninguno de los dos es rejuvenecido. Mantienen el mismo corte de pelo y ni siquiera les afeitaron las barbas. Parecen un milagro de la naturaleza estar tanto tiempo con la misma apariencia física. Otro aspecto negativo es la imposibilidad de justificar la falta de memoria que acarrea Ocho. Como si hubiesen reseteado su cerebro y sufrido un ataque de amnesia. No se acuerda de que se habían conocido hace dos décadas. Otra incongruencia es la actitud de Javi, que al principio no lo conoce y, más tarde, dice que sí lo reconoció inmediatamente. Desde mi punto de vista es una falta de respeto jugar con la inteligencia del espectador. El realizador pretende construir una genialidad y desestimar ciertos criterios, sólo para que la película fluya y finalice a su gusto. Solamente salvan la ropa de esta producción los actores que interpretan bien sus papeles. Sonia (Mía Maestro) interviene poco. Es la novia de Javi y canta música lírica. Esta canción, junto a otra que sale de un disco de vinilo, es la única música que se escucha. El film carece de banda sonora. Sólo hay sonido ambiental. Es correcto el manejo de cámara y las puestas en escena. Pero no hay tensión, ni conflictos. Todo transcurre dentro de una densa y empalagosa placidez
Cumplir una condena en la cárcel es un momento dramático y duro para cualquier persona. Hemos visto, leído y escuchado historias sobre los presidios y los presos. La violencia permanente, los roles que cumple cada uno, estableciéndose un orden jerárquico según quién es el más fiero, o tiene la capacidad de conseguir artículos o favores a los carceleros, como así también, para los reos. Pero en esta película de origen chileno, con apoyo argentino, este tipo de situaciones quedan en un segundo plano, están ahí, pero no es lo importante, sería reiterativo. El director Sebastián Muñoz Costa Del Río prioriza una cuestión siempre inherente al ser humano: el amor. Si, el amor, en este caso, entre hombres, detrás de las rejas. Jaime (Juan Carlos Maldonado) alias “El Príncipe” es encarcelado una noche, después de haber asesinado al Gitano (Cesare Serra) por celos y no ser correspondido. Dentro de la celda debe ponerse inmediatamente bajo el mando de un veterano y experimentado presidiario, el Potro (Alfredo Castro) sin discutir ni oponerse. Allí deben convivir cinco delincuentes contando con una pequeña mesa y dos camas superpuestas. El amontonamiento provocará encuentros con mucho sexo y amor, pero muy pocos conflictos. Narrado en tiempo presente, aunque, de tanto en tanto, el realizador recurre a los flashbacks para completar la historia personal de Jaime, como recurso válido para informarnos cómo era y las cosas que hacía cuando estaba en libertad. De este modo, llegamos a conocer también el motivo por el cual el protagonista es encarcelado. El film transcurre en una época especial del país trasandino. En un segundo plano se van contando los días previos a la asunción del elegido presidente Allende, en el que funciona solamente como una ubicación temporal y, por otro lado, actúa como un resaltador de la esperanza que generaba ese gobierno en cierto sector de la ciudadanía. Y, para coronarlo todo, la canción que ambienta el dolor, la opresión, angustia, resignación, falta de intimidad, desprejuicio, etc., describiendo todo sin tabúes ni censuras, es el bolero “Ansiedad”, cantado en varias ocasiones por distintos intérpretes. Salvo alguna que otra rencilla la vida de los detenidos es rutinaria, hasta que un día rompe esa monotonía la llegada de un delincuente con antecedentes, llamado el Che Pibe (Gastón Pauls), que tiene un pasado, no revelado, con el Potro. Su presencia altera las relaciones personales de tal manera que molesta y cambiará el destino de ellos. Un párrafo aparte merece un detalle técnico que hay que tener muy en cuenta para que los espectadores que vayan a verla, estén prevenidos. Los chilenos hablan muy cerrados, con su tonalidad tan particular, no modulan bien las palabras y expresan muchos modismos autóctonos. Estos inconvenientes pueden ser subsanados sólo con un subtitulado, o tener la fortuna de poseer un oído absoluto. Es una lástima que si el director pretendía, como está sucediendo, que su obra tenga un recorrido internacional, no lo hubiese previsto y aconsejado a que sus intérpretes digan sus parlamentos con un español mucho más tradicional y no para que lo comprendan sólo sus compatriotas.
Hacer un largo o un cortometraje no es fácil. Es una actividad mucho más compleja de lo que imaginan los espectadores, aún en la actualidad. Pese a contar con filmadoras digitales, tarjetas de memoria y computadoras, que acortan y facilitan los tiempos de producción y post producción, como así también, el tan necesario y considerable abaratamiento de los costos, la actividad está mucho más ligada a la pasión que al negocio. Al dar los primeros pasos en este oficio las esperanzas son muchas, las ilusiones grandes, y la incertidumbre, total. Porque en un país como el nuestro, donde el apoyo escasea al igual que los estudios cinematográficos, las autoridades que manejan los destinos del cine argentino pretenden y fomentan la autogestión, es decir que uno escriba, produzca y dirija, convirtiendo la tarea en titánica. Bajo este reglamento los audaces, arriesgados y, porque no, ilusos futuros realizadores deben recorrer los mismos caminos y situaciones que Lucas Bucci, director, guionista y protagonista, junto a Tomás Sposato, quien también ofició de camarógrafo, cuando realizaron hace unos años el cortometraje “Los Payasos”. Ellos, especialmente el realizador, enviaron el film a varios festivales internacionales con la intención de ser seleccionado para alguna competencia, entrar en el circuito y ser considerado en ese ámbito por otros colegas. Pero, los no rotundos recibidos mellaron la autoestima, hasta que, en 2014 fue aceptado en un festival de Florianópolis, Brasil. Viajaron hacia allá con renovadas expectativas y filmaron unas 16 horas, con el objetivo de registrar la totalidad del viaje a la competencia de cortos en la conocida playa brasilera Ellos no fueron solos, los acompañó también uno de los actores, Jerónimo Freixas, durante los cinco días que duró el periplo. Varios años después a Lucas Bucci le surgió la idea de reflotar la historia, como una suerte de cerrar un ciclo. Así creó éste documental, compaginando la gran cantidad de horas en “crudo” que tenía guardadas. Para eso, recurrió a un estudio que se dedica a trabajar las imágenes. Además de filmarlo, se contactaron nuevamente con el actor. Durante el documental vemos distintas situaciones, muchas desprolijas, algunas un tanto más elaboradas, y otras ficcionalizadas, porque se involucraron en un proyecto faraónico y no saben cómo darle un sentido, coherencia e identidad a tanto material. De vez en cuando musicalizadas o con sonido ambiente. Pero lo más destacado es ver la trastienda, o el lado B, de un mundo donde el sol no ilumina ni calienta a la mayoría de los actores y directores. Sólo unos pocos privilegiados tienen la oportunidad de utilizar estos festivales como un confiable y sólido trampolín de una carrera cinematográfica. La mayoría, como los tres protagonistas, deben cargar con la frustración, el desánimo y la desesperanza de no saber realmente si tienen talento, o los espectadores y jurados no pueden comprender lo realizado con tanto esfuerzo y dedicación.