La nueva película del director iraní –cuya prohibición para filmar cada vez es más curiosa– es de sus mejores en años: un relato acerca de tres generaciones de actrices y de la relación entre el cine y la gente, todo eso enmarcado en un viaje a un pueblo que tiene mucho también del universo de Abbas Kiarostami.
No hay un “Dedicado a…” ni un “En memoria de…”, pero 3 FACES, de Jafar Panahi, se siente como un homenaje hecho y derecho a Abbas Kiarostami, el maestro del cine iraní que falleció en 2016. No porque los temas, personajes y paisajes que toma no sean también habituales en el cine del director de EL ESPEJO sino porque muchas cuestiones específicas pertenecen claramente al mundo de Abbas, director con el que Panahi comenzó su carrera como asistente.
3 FACES tiene largas conversaciones en auto, largos planos, cine dentro del cine y autorreferencia en la propia película (Panahi hace de Panahi), un viaje a una aldea alejada de Teheran y la búsqueda y descubrimiento de personas de algún modo “escondidas” allí. Si a uno le queda alguna duda de la relación con el cine de Kiarostami allí están los caminos en zig-zag que se pieden en las montañas y que los protagonistas recorren una y otra vez.
La película comienza con un video casero que una adolescente le envía a la actriz Behnaz Jafari, que se encarna aquí a sí misma. En el video la chica le cuenta que fue elegida para ir al conservatorio dramático pero que su familia no la deja ir, le reclama no haber atendido jamás sus pedidos de ayuda y termina suicidándose. Jafari queda shockeada, se reúne con su amigo Panahi y ya en un auto se van rumbo al pueblo donde vivía la chica a ver qué pasó, un tanto desconfiada ella de que el suicidio haya sido real.
El viaje de ambos y las conversaciones que allí tienen marcarán la primera parte del filme, en movimiento. La segunda se centrará en lo que pasa cuando llegan a la aldea y encuentran a las personas que viven allí: gente laboriosa, amable y sufrida pero también con tradiciones machistas para las que la idea de que una chica se vaya a estudiar actuación en vez de dedicarse a casarse y tener hijos está muy mal visto. Allí se enterarán de más historias locales –como la de una actriz del cine iraní pre-revolucionario que vive oculta y un tanto olvidada por ahí– y conocerán a la familia de la chica, e irán develando qué es lo que está sucediendo en esa casa.
Como toda película iraní, tendrá desvíos y pequeñas historias laterales que, como esos caminos en zig-zag, hacen que la película altere su rumbo aparente de manera constante hasta que finalmente uno termine entendiendo que ese es el rumbo del filme. Los “tres rostros” del título tendrán que ver con estas tres generaciones de actrices y a partir de ellas Panahi hará un homenaje al cine de su país (en el que su historia personal de problemas con la censura se incluye), hablará de la complicada relación que ese cine tiene con “la gente” (son fans de la actriz famosa que llega a la aldea pero no quieren que una de las suyas haga esa carrera) y pondrá su mirada crítica en esos comportamientos machistas que arruinaron tantas vidas.
De todos modos, no es una película que ponga el ojo crítico en la gente de una manera cruel. Salvo algún personaje extremo, es gente de pueblo que responde a tradiciones que muchas veces superan su capacidad para poder doblegarlas ya que se sienten ligados a ellas de maneras que suelen ir más allá del raciocinio. Y, como las reglas que ponen para que los autos no choquen en las complicadas curvas que rodean a la aldea, sus ideas suelen terminar generando más problemas que soluciones, más prohibiciones que libertades. En lugar de abrir caminos, los cierran.