Es probable que el lector crea que esta es una película más de las que produce o protagoniza Adrián Suar, y en cierto sentido tiene razón. Es cierto que, además, es su debut como director, pero el estilo demuestra que detrás de todas sus producciones siempre la decisión final fue suya. Aquí cuenta una situación que lleva a una historia: un hombre debe convivir un mes con su ex esposa, una mujer con serios problemas mentales, a pedido de la hija de ambos. Pero aquí es donde aparece una idea: la familia no es algo fácil de definir, las parejas no están juntas siempre por las mismas razones, la incompatibilidad para la convivencia (aquí exacerbada por el procedimiento casi fantástico de la enfermedad mental, la incontinencia social del personaje de Pilar Gamboa, actriz extraordinaria) puede no enmascarar el deseo sexual, las relaciones exceden con mucho cualquier tipo de definición. Y hay un filo de navaja: ¿cómo hacer comedia si un personaje está enfermo sin caer en lo aleccionador, bajar la intensidad o ser blanco del dedo políticamente correcto? Curiosamente, ante ese dilema, Suar no se lastima. Así, si bien el esquema de “pareja despareja” que el cine ha explotado siempre aquí funciona como un reloj -y, más que eso, como un organizador- hay otra cosa, algo más interesante que la construcción de momentos que lleven a la risa o a la lágrima de manera conductista. Suar ejerce, con su rostro, su cuerpo y la cámara, sutileza detrás de lo extemporáneo. No es poco.