Entre efectivos gags, personajes secundarios encantadores y la potencia de una interpretación femenina central única, Adrián Suar, delante y detrás de las cámaras, demuestra, una vez más, su poder de seducción para las grandes audiencias.
Hay que dejar de lado los prejuicios. Cada vez que se estrena una nueva película de Adrián Suar algo de “otra de Suar”, o, “Suar hace siempre de él mismo”, comienza a reverberarse por todos lados. Pero hete aquí que en esta oportunidad, aquel murmullo recurrente, rápidamente se disuelve para construir un relato en donde la detallada construcción de los personajes principales, y la verdad que circula en muchos de los diálogos, hacen que, esta vez, la propuesta gane por sobre los preconceptos.
En esta oportunidad, el rol que le toca al actor/director va por otro lado. No hay bigamias, ganas de perder a la pareja, enamorarse de quien lo detesta, o hacer artimañas para ver su partido favorito. Acá habrá un personaje , un tanto egocéntrico, sí, pero que deberá asumir responsabilidades para poder transitar su vida.
Turbo (Suar), trabaja en una financiera un tanto turbia, en un momento en donde las cuevas y corralitos digitan la vida, paralela, del dólar, si quisiéramos ponerle Turbio, en vez de Turbo, pues bien le caería el mote a este personaje que con el correr de los minutos entenderá que su vida controlada cambiará de un momento a otro.
Loba (Pilar Gamboa), su ex, con quien tiene una hija, necesitará, una vez más, de él, ya que al iniciar un proceso de externación de la institución psiquiátrica en la que se encontraba, deberá recurrir a su hospitalidad, aún, negándose a recibirla.
Así comienza 30 noches con mi ex, una nueva apuesta cinematográfica de Suar, en la que el amor será el tema central de un relato, sí, pero que, aprovechando su disfraz de comedia, se detendrá en una reflexión acerca del lugar de personas con cuestiones psiquiátricas en la sociedad, con una narración, correcta, precisa, que se ve potenciada gracias a las logradas actuaciones del elenco protagónico, destacándose Gamboa, con una verdad que le ofrece a Loba, distintiva, en un rol que en manos de otra intérprete podría haber quedado en el trazo grueso.
Pichu Straneo, Rocío Hernández, Elisa Carricajo, Jorge Suárez, Elvira Onetto, bailan alrededor de Turbo y Loba, en una coreografía aceitada gracias a diálogos naturales que fluyen en la boca de los actores.
El guion marcará dos momentos bien diferenciados entre sí, uno de desborde, en donde Loba avanzará sobre Turbo, para luego retraerse y comenzar a construir un sendero con emotivos discursos que revelarán un costado mucho más dramático de la propuesta.
Hay situaciones que despiertan muchas risas, sí, porque cada vez que Loba asume el discurso, y empieza a decir sus verdades a los cuatro vientos, incluyendo la necesidad de escuchar “guarangadas” para dormir, 30 noches con mi ex le cede el protagonismo absoluto del relato.
Ahí, en donde la risa explora la empatía, comienza a urdirse un complejo entramado para recibir el trayecto final del relato, en donde se sugeriría un final feliz, pero, por suerte, el giro de timón permite descubrir otro matiz mucho más efectivo, con una protagonista que se permitirá soñar, mirar hacia el cielo y sonreír, al compás de la poesía de Andrés Calamaro y el amor de los suyos.