¿Qué pasaría si una pieza valiosa permitiría conectar diferentes tiempos históricos? Y ¿Qué pasaría si esa pieza caería en las manos equivocadas? Algunas respuestas las encontrarán en la nueva aventura de nuestro arqueólogo favorito, que vuelve a la acción tras quince años de paréntesis. Una trepidante escena inicial con un joven Jones luchando contra los nazis para proteger una pieza arqueológica clave permite avanzar en el tiempo para encontrarnos con este mismo hombre ya cansado, sin ser respetado, que deberá atender el pedido de su sobrina (una increíble, cuando no, Phoebe Waller-Bridge) de encontrar esa pieza que podría alterar el curso de la historia. Villanos, persecuciones, gloriosas escenas como una huida en caballo dentro del subte, y muchas sorpresas, terminan por dar un broche de oro a esta saga que supo entretener, y sigue entreteniendo a varias generaciones. Si bien por momentos el ritmo vertiginoso inicial decae, y se explicitan en palabras muchas cuestiones, que podrían haberse graficado con acciones, Indiana Jones y el dial del destino se potencia con su espíritu y estructura clásica, necesaria, en películas de este tipo, para revalidar el disfrute. Harrison Ford vuelve a ponerse en la piel de Jones, uno de sus personajes más icónicos, y logra transmitir la urgencia de su presente al rol, sin negar el paso del tiempo en la piel y cuerpo del ídolo, sumando así dentro de la trama, la vejez como tema. En tiempos en donde la cultura de lo joven prevalece, que Indiana Jones y el dial del destino subraye el paso del tiempo como parte constitutiva de su historia, es un avance para que los algoritmos tengan en cuenta otros relatos, alejados de colegios secundarios, modas y el culto a la belleza.
Buenas intenciones en una propuesta trillada que recae en lugares comunes y estereotipos y pierde una identidad local en pos de conseguir abrirse paso en mercados internacionales.
Potente relato en el que una joven deberá lidiar con un legado de sangre y violencia con el que intentará dar vuelta su historia vengando a aquellos que le fueron apartados de su vida. El realizador logra momentos de tensión únicos y sin concesiones para develar una mirada distinta sobre clanes mafiosos.
Emotiva propuesta en la que se repasa, de manera simple, cómo aquellos que no están, y los que están, pero fuera de nuestras vidas, terminan influyendo en los demás. Un guión predecible que se apoya en algunas buenas actuaciones.
El desembarco de Andy Muschietti en el universo DC regala una potente, pero tonta, película que se apoya en la nostalgia y el recuerdo de algo que ya no es para revelar que a veces el héroe de la historia es el director, el cine, y no el personaje. “The Flash” arranca con un Barry Allen famélico intentando alimentarse para poder, en el caso que se lo requiera, ayudar en la ciudad castigando a los criminales. En la cafetería que intenta adquirir sus alimentos un empleado un tanto particular le retrasa su ingesta por lo que en el medio de su pedido debe salir “corriendo” para salvar a un grupo de personas en situación de alerta extrema. Esas primeras pinceladas de Allen, encarnado sin gracia ni pasión por Ezra Miller, permiten situar en tiempo y espacio al protagonista, para luego comenzar a transitar un relato que se nutre de la multiplicidad de universos, planteadas en Flashpoint, el comic en el que se inspira, para correr la mirada hacia justamente el universo DC sin seguir de cerca la transformación y avance de Allen. Muschietti se vale de todos los recursos habidos y por haber para narrar su cuento, sabe cómo y tiene con qué, pero por momentos ese correr la mirada hacia otro lugar, sorprendiendo con participaciones maravillosas como la de Michael Keaton como Batman, el primero que se puso el traje en los años noventa y logró una marca de fuego en muchas generaciones, Supergirl (Sasha Calle) entre otras, que terminan opacando a Flash. Más allá de este punto, su espíritu ochentoso, su cuidada banda sonora y estética, proponen un entretenimiento ideal para fanáticos, que dejará afuera aquellos que no conocen mucho de comics, DC, y demases.
Poderosa producción en la que trabajan sobre cómo en el sur argentino convivieron jerarcas nazis con políticos y la sociedad civil. Molina y Ardito exploran en el pasado en una historia que cruza géneros y busca su propia identidad.
Atrapante debut en la realización de Thomas Hardiman en el que tras su fachada de whoduit se esconde una vital crítica sobre la precarización laboral, los egos y las miserias que se revelan en un concurso de peinados. Filmada con un falso plano secuencia, esa decisión aporta dinamismo y tensión al relato.
No es novedad que Park Chan-wook filma como los dioses, pero en esta oportunidad, en el relato de una historia de amor en medio de un film noir a la vieja usanza permiten disfrutar de una gran obra de arte que merece ser vista en sala.
Son tres los realizadores que llevaron adelante está nueva entrega del SpiderMan Miles Moreno que, en esta oportunidad, deberá lograr comprender su lugar en el universo y los multiversos que lo contienen. Original y divertida, si la primera entrega ganó el Oscar, está debería también hacerlo.
El debut como realizadora de Dolores Fonzi propone un viaje único y entrañable hacia el universo de Blondi, una mujer que vive sus días con total libertad mientras esquiva las obligaciones y los compromisos a la par que se desvive, a su manera, por sus seres queridos. “Hice todo mal pero están todos bien” dice una de las canciones que suena en una de las tantas celebraciones a las que Blondi (Fonzi) y su hijo Mirko (Toto Rovito) asisten por la noche. Y en esas palabras se resume el espíritu de esta ópera prima que encuentra un tono diferente dentro del actual panorama cinematográfico local y que se apoya en el carisma de sus protagonistas para narrar una entrañable historia sobre maternidades diferentes. Arriba de un destartalado Renault 18 Blondi desanda caminos, esos mismos caminos que a sus 15 años la llevaron a ser madre, criando en solitario a Mirko, acompañada por su madre Pepa (Rita Cortese) y mirando de lejos a su hermana Tina (Carla Peterson), a quien ama profundamente pero se encuentra a años luz de querer parecerse a ella. Y en ese no quererse parecer a nadie, siendo fiel a sí misma y sus principios, Fonzi pinta a su personaje protagónico de manera lúdica y lúcida, permitiéndose avanzar, sin censuras, en la construcción de viñetas de la vida de Blondi y los suyos, que, en la dinámica interna del relato, funcionan de una manera única para terminar de amar profundamente sus aventuras. Si se celebra un cumpleaños, al cual se le pidió que llevara la torta, ella llega con un bizcochuelo sin cocinar para terminar su proceso en el domicilio de la cumpleañera, o, si le tocan el timbre de su casa para sondear si una joven se quedó durmiendo allí, deberá revisar los pasos desandados horas antes y dar respuesta de esto. Blondi es verborrágica, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, no posee censura y justamente, en tiempos de cancelaciones y corrección política, que un personaje se plante y diga verdades, a la par que se arme una coraza para evitar mostrarse vulnerable, es notable. Dolores Fonzi brilla como Blondidelante y tras las cámaras, al igual que Rovito, Peterson y Cortese, que logran traspasar la pantalla con las criaturas monstruosas que la directora les propuso para desarrollar en la película. Reflexionando sobre un vínculo clave en la vida de todos, Fonzi juega con la cámara, llena de musicalidad y música las escenas, y brinda amorositud para cada uno de los personajes, los que, multidimensionales, trascienden la pantalla. El debut cinematográfico como realizadora de Dolores Fonzi es una luminosa película en la que la cercanía entre madre e hijo y el contraste entre otros miembros de la familia, potencian un relato maravilloso, que, sin solemnidad, termina reflexionando con mucha más profundidad que esos vetustos relatos de antaño que no lograban siquiera salir de los miles de miles de lugares comunes en los que caían.