Más carne al asador.
Cuando comienza 300: El Nacimiento de un Imperio, aquel sacrificio de Leónidas y sus 300 parece haber sucedido miles de años atrás y casi no conectar con esta segunda parte. Murro nos ubica antes, durante y después de ese hecho haciendo de la presente una secuela y una precuela al mismo tiempo. Pero si hay algo que le cuesta más que conectar ambas historias, la de Leónidas y sus espartanos y la que nos convoca (Temístocles contra la furia de venganza de Artemisia), algo que parece hacer casi por obligación, es trasmitir fuerza y emoción.
Y si hablamos de fortaleza, el “héroe” protagonista Sullivan Stapleton, presentado con bombos y platillos como el paladín de Maratón, aquél que disparó la flecha que terminó con la vida del Rey Darío I (padre de Jerjes), no tiene ni un cuarto de la presencia que tenían los guerreros de capa roja. Leónidas era un héroe épico con todas las letras, cuya sola aparición en pantalla inspiraba autoridad o por lo menos atención. Stapleton no tiene pasta de protagonista ni autoridad ante sus hombres, que incluso lo cuestionan previo a la batalla llegándole a decir: “Nos has fallado”. Un comandante cuya fuerza, destreza de estratega y masculinidad son puestas en duda hasta por su rival, quien le dice: “Peleás más duro de lo que cogés”. Estamos frente a un personaje que ha fallado como líder, que no está a la altura de ninguna de las situaciones que se le han presentado.