Esparcir la democracia
Además de 300: el nacimiento de un imperio, este año se estrena la secuela de La ciudad del pecado. Pareciera que Frank Miller ha dado rienda suelta a su ambición y quiere retomar la senda ganadora de las adaptaciones de sus obras, que suelen ser exitosas. Miller es un autor con el cual tengo mis reservas: me resulta incómodo que me gusten demasiado sus obras porque, como es sabido, es un conservador recalcitrante, y muchas veces no esquiva la justificación de cualquier barbaridad que hagan sus personajes en pos de lo que él cree que es justo. A diferencia de Alan Moore, cuyos personajes se tambalean en una fina cuerda moral, uno sabe hacia dónde caerán los héroes escritos por Miller: un abismo reaganiano de violencia sin límites.
Ahora bien, en la 300 original teníamos un personaje feroz como es Leónidas (Gerard Butler), cuyo mundo y valores están desapareciendo. Lo único que puede hacer es enfrentar su destino con honor y hacer pagar cara su derrota. Por momentos pareciera que esos 300 espartanos estuvieran ganando, pero todos sabemos que la derrota es su destino inexorable. Contada mediante un apartado visual único, 300 es una de las adaptaciones del formato comic al cine más particulares que se han hecho, y me atrevo a decir que funciona mejor en ese sentido que la Sin City de Rodríguez.
Desde la primera escena se nota la ausencia de Snyder en la dirección de 300: el nacimiento de un imperio. Esa plasticidad visual tan singular está aquí reproducida torpemente, a tal punto que hasta parece que le hubieran robado la sangre digital al Mortal Kombat. Además tenemos otro tipo de héroe como es Temístocles (Sullivan Stapleton), un veterano militar que a diferencia de Leónidas lucha por el futuro, por un ideal de Grecia como gran nación. Con un poco de carisma, Stapleton interpreta un personaje mucho más complejo y entretenido que el solemne bodoque de Gerard Butler. Tenemos también a Eva Green, sin duda una hermosa mujer que lamentablemente cada día actúa peor: su interpretación de Artemisa luce lamentablemente artificial, incluso para un papel que requiere ser artificial en una película que lucra con la artificialidad.
A pesar del acierto que es el personaje de Stapleton, Noam Murro insiste en embarrar la cuestión política del asunto, que es la principal falla de 300: el nacimiento de un imperio. Hablo de esto de poner en boca de Temístocles aquello de que los griegos no sólo luchan por Grecia sino que por la libertad. Es más, en algún momento habla de la idea de libertad, y no sé si no dice democracia. Si a esto le sumamos que se reduce el origen de Jerjes al de un niño dolido que sólo busca una venganza personal, y también que el imperio persa se extendía en el territorio que hoy es conocido como medio oriente, y encima recordamos que Grecia es considerada la cuna de la democracia y la civilización, no va hacer falta ningún dibujo, la carga ideológica que trae consigo la película de Murro es un tanto demasiado nefasta.
Y desde allí lo único que le quedaba para hacer a Murro era mejorar y aumentar el espectáculo visual, pero no lo hace. Entonces asistimos a unas cuantas cámaras lentas de mutilaciones y asesinatos exagerados y sangre en cantidades industriales que por alguna razón no mancha a los griegos. Eso sí, a pesar de la brutal bajada de línea, 300: el nacimiento de un imperio no aburre.
Aunque ahora pienso, si los griegos se tomaban tanto tiempo en matar a cada soldado persa y en festejar la crueldad no hubieran podido ganar ninguna batalla… en fin.