LA PREGUNTA SOBRE EL MIEDO Tiendo a la respuesta corta e ingeniosa. Es un mecanismo de defensa, un rasgo de personalidad o una bananeada sin sustento, pero es algo que hago y que sirve para salir airoso de unas cuántas situaciones sociales. Pero para responder la pregunta sobre el miedo, siento que tengo que elaborar un poco más. Personas de toda índole, cercanas y no tanto, que no son público del cine de terror, alguna vez me han llegado a preguntar por qué miro eso que produce, cuanto menos, sensaciones negativas, por no decir ganas de llorar y votar a Milei. Puede llegar a ser una pregunta difícil de responder, en principio porque no lo sé, y luego porque, que no se enojen mis interlocutores, es lo mismo que preguntar a alguien que fuma por qué lo hace si sabe que es un hábito molesto y potencialmente mortal, y también es probable que la respuesta sea más bien simple, cualquier cosa que hacemos porque nos gusta le gana a la racionalidad y a cualquier lista de aburridos argumentos en contra. La cuestión es que, luego de los explosivos 97 minutos de Evil dead: El despertar (en adelante, y para olvidarnos del subtítulo genérico, sólo la llamaremos Evil dead), me vi obligado a preguntarme, “¿por qué te hacés esto? ¿Por qué no quedarse en casa a rever Spiderman o algo así?”. Por primera vez en décadas que no salía del cine tan exaltado y nervioso, desde que vi por primera vez El exorcista, creo que fue en 2001 ó 2002, una noche lluviosa en el centro de Tandil. A ver si puedo articularlo mejor. Esta última iteración de la franquicia de Evil dead es el resultado de 40 años de pulir una fórmula única que podemos decir que, a nivel argumental, cambia un poco en la tercera parte, El ejército de las tinieblas (1992), pero que siempre se ha movido en los límites de la comedia, el terror cósmico lovecraftiano, el cine de terror juvenil norteamericano y el gore. De todos toma prestado, pero construye algo propio siempre, de tal forma que hay una estética Evil dead, un montaje Evil dead (que Raimi ha utilizado muchas veces, recordar el nacimiento del Doctor Octopus en Spiderman 2) y lo más importante, hay una puesta en escena Evil dead. Todo esto se mantiene pero está pulido a la perfección en esta quinta iteración. Tiene la intensidad de la remake de 2013 (película de Fede Alvarez que defendemos y amamos desde siempre) pero nos da lugar a la risa nerviosa y medio cínica de la película original de Raimi; tiene el diseño brutal de los monstruos de la 2 y la 3 y hasta se permite un héroe canchero a lo Bruce Campbell, sin llegar a ese nivel de histrionismo y locura por supuesto. Y si me preguntan, podría decir que es una película de encierro carpenteriana, y hasta tiene cosas de La cosa valga la redundancia. También hay un uso exagerado de motosierra y sangre a montones si no, no sería Evil dead. En resumen, esta película es una experiencia aterradora y absolutamente disfrutable, nadie podría acusarla de abusar de los jumpscare porque con ella la vida es un jumpscare. Hasta ahora la mejor manera que encontré para describirla es, piensen en la imagen más aterradora que recuerden que hayan visto, alguna de El exorcista o Hereditary, o piensen en la psiquis del “Gato” Gaudio. Evil dead es eso mismo, pero por 97 minutos sin parar. Que el terror elevado y Ari Aster la saquen del ángulo.
LA CONFUSIÓN ES TOTAL Pocas veces en mi vida de espectador me he sentido tan afuera de un producto audiovisual como me sentí mientras miraba el El aro 4: el despertar. Estuve afuera en el sentido amplio de la palabra: fuera de contexto, fuera de sus códigos, absolutamente alejado de llegar a comprender las intenciones más básicas y obvias de quienes llevaron adelante esta película. Por eso me parece justo aclarar algo desde el vamos, y darle a quien quiera enfrentarse con ella algo que yo no tuve: contexto. Esto no lo tengo del todo claro, porque no logré encontrar una fuente más o menos confiable de cómo se fueron estrenando las películas de la franquicia Ringu en Argentina, pero podríamos resumirlo más o menos así: las versiones norteamericanas de esta saga se conocieron aquí como La llamada y las versiones japonesas como El aro. En Japón El aro cuenta con unas cuantas entregas, algún crossover y varios spin off conocidos allá como Sadako. Así, El aro 2 de aquí es Ringu 2 en Japón, El aro: capítulo final es Sadako y El aro 4: el despertar es Sadako DX. ¿A qué viene todo este palabrerío? A que más allá de lo precario de estrenar de la nada una película de una franquicia un tanto compleja en cuanto la estructura de sus secuelas y demás, tenemos la cuestión de que si uno no está metido del todo en la franquicia se puede encontrar con que El aro 4 no solo no es una película de terror, sino que es más bien una parodia, una comedia romántica con suspenso o, como reza la fórmula que utilizamos los medio pelo que no sabemos mucho de los géneros japoneses y que queremos ajustar lo que estamos viendo a las categorías que manejamos por estos lados, un cruce o amalgama de géneros. También podríamos decir que es un western sin ningún elemento de western; es probable, la confusión sigue siendo alta. Hecho el mea culpa, queda decir alguna cosa sobre la película en sí, y el resumen es que no funciona. Abandonados el camino del terror atmosférico fantasmal de imágenes de horror potentes (recuerdo que en las primeras entregas las víctimas morían de miedo al ver el horror que representaba el atribulado fantasma Sadako), queda el camino de la investigación. Esta saga siempre tuvo un componente de policial, los personajes suelen investigar para descubrir la clave que hace que el fantasma de Sadako siga matando, una vez que lo descubren termina la película y, en general, algo nos recordaba que el mal volvería seguramente en forma de secuela. En El aro 4 la investigación no puede ser menos interesante, le falta algo de vértigo y nunca queda muy claro qué es lo que los personajes buscan; hay un esbozo de enfrentamiento entre la “fe” y la “ciencia” y una escena larguísima que es una especie de cita donde uno de los personajes está nervioso porque faltan minutos para morir según la profecía (aquí el fantasma no llega en 7 días sino que en 24 horas), y el otro personaje resuelve el acertijo mientras se comunica con su hermana que también está maldita y nos enteramos en off si el plan funciona o no, esperando un mensaje de WhatsApp. En esa extrañeza que es El aro 4 lo mejor es el chiste del final, y aquí va un spoiler. Los personajes al darse cuenta que no pueden derrotar a Sadako, optan por reiniciar el ciclo todos los días, es decir al estar por cumplirse las 24 horas, vuelven a ver el video maldito y ganan otras 24 horas. Quizás ese nivel de autoconciencia a lo Scary movie desde el principio podría haber levantado una experiencia que es cuanto menos pobrísima.
LA VIDA ES NAZI En lo primero que pensé, con bastante arbitrariedad, cuando termine de ver Jojo Rabbit, fue en Edgar Wright, el talentosísimo director de joyas como Scott Pilgrim, Hot Fuzz, Muertos de risa y una obra maestra como Baby driver. Creo que las últimas películas de Taika Waititi me han provocado la misma sensación que las películas de Wright: la de estar viendo un cine de una vitalidad arrolladora, lleno de ideas que funcionan (aunque algunas no tanto), pero que al fin de cuentas termina siendo, cuanto menos, estimulante. En Jojo Rabbit se nos cuenta la historia de Jojo (Roman Griffin Davis), un pequeño nazi (literalmente), que luego de asistir a un campamento de verano, al estilo norteamericano pero de las juventudes hitlerianas, descubre que su madre (Scarlett Johansson) esconde en su casa a una refugiada judía (Thomasin Mackenzie). Un detalle más: Jojo tiene un amigo imaginario que es Hitler, una versión híper caricaturizada de este, interpretada por el mismo Waititi. Es normal, que partiendo de esta premisa, incluso luego de que vemos la magistral secuencia de títulos que nos muestra hordas de nazis haciendo el saludo característico al ritmo de I want to hold your hand, de los Beatles, pensemos que nos vamos a encontrar con un carnaval de la irreverencia, una comedia feroz que puede salir para cualquier lado. Y la verdad que Jojo Rabbit es eso durante 20 minutos y no mucho más. Luego nos empieza a hablar de otras cosas y da la sensación de que Waititi no quiere dejar escapar la oportunidad de hablarnos del contexto de horror en el que está situada la historia, y para esto no tiene problema en pegar un par de volantazos tomando el riesgo incluso de resentir un poco el tono y el ritmo de la película. Algunos compararon a Jojo Rabbit con La vida bella, uno de los peores insultos que una película, cualquiera sea, puede recibir. Sin embargo, creo que la película de Benigni nos puede servir como punto de partida para decir que el film de Waititi es exactamente su reverso, básicamente porque, como bien dice el amigo Mex Faliero, no niega el horror circundante. Los personajes aquí están en peligro real, podemos ridiculizar a los nazis y reírnos de lo imbéciles que pueden llegar a ser, pero sus balas son de verdad y tienen el poder de la muerte de su lado. En resumen, Jojo Rabitt no es La vida es bella porque no es abyecta ni manipuladora, es una película sensible que no pierde el punto de vista infantil, con lo cual puede llegar a ser desgarradora, como en cierta secuencia que involucra a una mariposa, y también extremadamente graciosa, como en todas las apariciones de Yorki (Archie Yates), que debería ser incluido de manera digital en todas las aventuras de chicos de los ochenta. Además una película que muestra a Sam Rockwell como un ser humano merece por lo menos un Globo de Oro. Por último, decir que esta película ha generado debates de todo tipo y criticas buenas en general pero desparejas. Creo que sí es una película que tiene muchas puntas que parecen disolverse o que falla en la intención. Yo creo que Waititi toma una serie de decisiones que atentan contra cierta fluidez narrativa pero que dejan crecer a las ideas que sustentan el film. El director toma riesgos que dividen opiniones, pero estoy del lado de los que les gustó mucho y creo que es una de las películas de este joven año.
ITALIANOS O ARGENTINOS El reflejo de la generalización barata está incrustado en nuestro genoma, pero se manifiesta particularmente en el relato de los viajeros y nos lleva a sacar conclusiones básicas, medio incomprobables, y a veces demasiado obvias: a los españoles les gusta el jamón por ejemplo, o los alemanes son rígidos y puntales (o nazis). En el caso de los italianos creemos saber que dominaron los destinos políticos de Estados Unidos a través de las familias mafiosas entre los años 30 y los años 80, que tienen la mejor comida del mundo, y acá en Argentina estamos seguros que ellos nos transmitieron como legado los rasgos más importantes de nuestra idiosincrasia. Es probable, los argentinos y los italianos sobrevaloramos el fútbol, a Maradona, y a la familia; pensamos demasiado en dinero y en la coyuntura política; ambos pueblos hablan fuerte gesticulando, estacionan en doble fila y cada tanto llevan al poder a un émulo de Mussolini. Será por eso que Ricchi di fantasia se estrena así nomás, sin ponerle un título en castellano, porque no necesitamos más para identificarnos con nuestro primos los tanos. Insistimos, estamos ante una comedia a la que si sólo le cambiáramos los actores por algunas estrellas locales tranquilamente podría pasar por argentina. Tenemos Sergio (Sergio Castellitto) que es un carpintero que trabaja en la devaluada industria de la construcción, que tiene una pésima relación con su esposa (alta caricatura de personaje) y que tiene una amante, Sabrina (Sabrina Ferilli), que está en la misma situación sentimental con su marido. La cuestión es que Sergio juega un billete de lotería y sus compañeros de trabajo, al otro día, le hacen creer a modo de broma de que ganó tres millones de euros. Esa es toda la premisa, porque Sergio deja a su mujer y su trabajo antes de que sus compañeros le puedan decir que es una broma. Y Sabrina deja a su marido y se va con sus hijos a vivir con Sergio, que enseguida se entera de la broma. Creo que hay un solo problema general con Ricchi di fantasia que es el guión. Porque luego del prólogo y de la presentación de la premisa, que tiene buen ritmo, está bien contado e incluye un par de chistes atendibles acerca del estado de las cosas a nivel social en Italia (si es que nos hacen reír la canchereada y el histrionismo de Castellitto), la película cae en una laguna profunda de arbitrariedad de la que nunca saldrá. Donde se acumula secuencia tras secuencia de la familia ensamble de Sergio y Sabrina simulando ser ricos o mendigando comodidades que no pueden pagar. Por supuesto que todo esto tiene un norte, la redención del personaje y la previsible enseñanza de vida, pero ni siquiera hay un esfuerzo en resolver el conflicto básico de la película que es un de tipo que intenta vivir la vida de un rico sin tener nada de dinero. Todo se resuelve por arte de magia, evocando al deseo más grande de todo argentino e italiano de clase medio pelo, el concepto de “salvarse” que es lo que le pasa a Sergio a fuerza de su simpatía, supongo. No sabemos muy bien porque la película no lo explica.
EL TERROR DE LAS ESPOSAS Nunca deja de ser curiosa la sobreestimación que tienen del acto de casarse los estadounidenses. En realidad, más que del casamiento hablamos de la boda, esa idea de la noche, que por alguna razón, debe ser ideal, perfecta e irrepetible, cargando de una de las tantas decisiones de la vida de una solemnidad incontenible que se traduce en una monumental ansiedad. Por eso las películas que se centran en bodas deambulan el límite imaginario que marca lo anterior. ¿Qué es más importante?: ¿la vida o la boda perfecta? A priori digamos que hay grises, o que es más complejo. Boda sangrienta es sobre un casorio que sale irremediablemente mal, entre una chica común de los suburbios (Samara Weaving que, entre otras cosas, protagonizó la divertida La niñera de Netflix) y un chico rico que reniega de su excéntrica familia. La noche de bodas, la familia del novio invita a la novia a jugar un juego de iniciación, el problema es que dicho juego implica, lamentablemente, matar a la novia para perpetuar una tradición familiar. Así de turbio todo, la película (al igual que el tráiler, al igual que la sinopsis) nos pone en situación de peligro inmediatamente junto a Grace (la novia), porque lo que les interesa a los directores Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin es acumular secuencias de tensión, violencia y sobre todo humor. Boda sangrienta es, ante todo, una comedia, y gran parte de que funcione muy bien como tal, es por el buen elenco que tiene: no sólo la expresiva y divertida actuación de Weaving, también destacan buenos momentos de Andie MacDowell y del bueno de Henry Czerny, que interpretan marido y mujer, jefes de la familia en cuestión. Por otro lado, la clave del humor particular que maneja la película es la sensación de extrañamiento constante que nos transmite; víctima y victimarios parecen nunca terminar de entender muy bien lo que está pasando, y de hecho alguno de los segundos se meten en esta cacería ritual muy a su pesar. Estamos además ante una película bella en el sentido fotográfico, un apartado que muchas veces el cine de terror de cierto presupuesto estándar olvida, pero que cada vez más películas tienen en cuenta con seriedad. Pienso en exponentes recientes como La bruja, El legado del diablo o El conjuro 2 y también Anabelle 3. Todas películas que tienen una coherencia estética fácilmente reconocible, lo cual además ayuda a la construcción de climas. Los climas son lo más importante en el cine de horror, todos lo sabemos. El gran desafío de Boda sangrienta probablemente sea mantener nuestro interés durante la hora que le queda luego de la presentación de su premisa, y eso es algo que logra con solidez. El montaje paralelo que salta entre lo que intenta la víctima y lo que traman los victimarios está bien dosificado por un montaje más que correcto. La trama, por otro lado, desemboca en un final que yo imaginaba podía tener dos posibilidades, sin embargo el final verdadero nos ofrece todas las posibilidades, cuestión que puede parecer un poco pecho frío, pero que funciona bien porque aprovecha para encajar dos de los mejores gags de toda la película.
LO PEOR DE VARIOS MUNDOS El mito judío de la leyenda de El Golem, que cuenta la historia de una figura de arcilla animada por obra de la cabalá y creada por el rabino Loew para defender a los judíos, que se escapa del control y termina provocando catástrofe, ha sido particularmente influyente. Esta figura ha sido precursora de Frankestein, base de la novela de Gustava Meyrink y de las películas del expresionista alemán Paul Wegener, y hasta Borges tiene un texto basado en ella. Toda esta pequeña discreción para decir que Golem: la leyenda no sólo es una iteración mediocre de esta historia, sino que es un exponente más del cine de terror prefabricado medio bobalicón, ese de relleno que cada tanto llega a las salas, y que no merece agregarse a la incompleta y apresurada lista que esbozamos un par de líneas atrás. Lo que no le falta a la película de Doron y Yoav Paz son cosas para contar: tenemos la historia de una aldea judía sitiada por los miembros de otra aldea que los acusan de brujería o algo así, mientras que al mismo tiempo nuestra protagonista, Hanna, que ha perdido un hijo y que está haciendo todo lo posible para no tener otro a pesar de la insistencia de su marido, propone derrotar a los sitiadores creando un Golem. Aunque es fácil sospechar que ella en realidad lo que quiere es revivir a su hijo utilizando la cabalá, aunque nunca queda claro si eso es posible. Como siempre, los caminos del Señor son misteriosos. Golem: la leyenda se atreve al comentario feminista de trazo grueso (un trazo grueso sin precedentes) es cierto, pero digamos que todo lo que hace esta película es de trazo grueso: su rasgo fundamental es esta búsqueda burda por el efecto. Ya sea que quiera provocar tensión, terror o angustia, la película nos lo arroja a la cara con todo el arsenal de herramientas obvias: como una música incidental estridente absolutamente exagerada, su gore fuera de campo que llena la pantalla de desmembramientos impersonales y hasta sus diálogos sin alma, genéricos y tediosos. Después, más allá de la digna recreación de época, tenemos el problema del monstruo. Si vas a hacer una película que se llame Golem: la leyenda tiene que haber un Golem, y un Golem más allá de su forma tiene una característica distintiva: es de arcilla. El monstruo de esta película es un pibe, lisa y llanamente, al principio tiene barro pero lo bañan y es un pibe con poderes psíquicos. Es decir, el monstruo tiene más de X-Men que de criatura de la mitología judía. Por último, decir que la película nunca nos saca de la sensación de estar viendo un tráiler. Es un tráiler de 90 minutos donde nunca podemos hacer pie en la narración porque nos empuja un montaje guarango sacado de la fantasía más oscura de Michael Bay. Y es así como terminamos viendo una sucesión de escenas que supuestamente deberían provocar un efecto que nunca llega.
LA PEOR PELÍCULA DE LA HISTORIA Decir que Reflejos siniestros es la peor película de la historia es exagerado, porque para que la consideremos para una valoración “histórica” debería ser al menos relevante, pero no, esta película no le importa (o no debería importarle) a nadie, es sólo un exponente más de cine de terror hecho con el molde universal, medio desganado o falto de ideas. Además, la peor película de la historia seguramente la encontremos en la filmografía de Iñárritu. El argumento es en general un argumento genérico de una película de terror, pero en lo particular es una reformulación de La pata de mono de Jacobs, con la diferencia que quien cumple los deseos retorcidos de los protagonistas es un ente llamado “La reina de espadas”, que se convoca mediante un espejo, y que como todo ente sobrenatural tiene su propia agenda que poco tiene que ver con hacer feliz a la gente que la invoca. La crítica fácil para esta película rusa de molde norteamericano es que todos sus aspectos, salvo quizás la pobrísima puesta en escena a lo Chernobyl de poca monta, son genéricos, absolutamente carentes de cualquier singularidad y de personalidad en general. Sin embargo, no creo que sea la única explicación para lo mala (malaza) que es Reflejos siniestros; también es importante resaltar la falta de pericia del director Aleksandr Domogarov, incapaz de generar un susto más o menos genuino que no sea un jump scare del montón. Incluso, filma una escena de exorcismo con una absoluta falta de ritmo, sin una idea de cómo empezar o terminar la secuencia, como si no hubiera visto El exorcista. Al final de todo el principal problema es que, con todo esto, Reflejos siniestros es incapaz de generar tensión alguna, con lo cual, nos aburre desde el minuto uno: no nos interesan los personajes, no nos asusta y está básicamente mal filmada. El pozo en el que nos sumerge es demasiado profundo aunque por suerte dura poco y se olvida fácil como una inyección.
ESCALOFRÍOS Siempre me ha resultado fascinante el concepto de miedo norteamericano, esa idea de contar historias cuya finalidad última es asustar al espectador, que además quiere ser asustado o sorprendido por el horror. Es decir, tienen una fiesta nacional donde niños y adultos se juntan a ver películas, o a centrarse en círculos y jugar a ver quién cuenta la historia más escalofriante; una larga tradición literaria, y ni hablar de que allí se moldeó el cine de terror moderno al menos en sus estándares y reglas básicas. Historias de miedo para contar en la oscuridad nos habla un poco de todo esto, pero sobre todo nos recuerda que el miedo es tan sólo el efecto tangible de algo que lo empuja, más profundo y sutil. A pesar de que tiene nombre de antología, y en algún punto lo es, porque se toma su tiempo para contarnos varios cuentos cortos de horror, lo que importa es la historia central que las une a todas: la de un grupo de adolescentes que atraviesa su último Halloween casi como anuncio del fin de la infancia (están en el último año de la secundaria), que por diferentes razones llegan a la casa “embrujada” del pueblo sobre la cual existe un mito urbano: una niña monstruosa encerrada en el sótano por su familia, que le cuenta historias a los niños que se acercan a través de la pared de su cárcel. Los jóvenes encuentran un libro con historias escalofriantes que luego veremos que son reales, y también veremos que las próximas historias terribles de esas páginas serán las de nuestros protagonistas. El director André Øvredal es uno de esos tipos que tienen la capacidad de hacer ver a sus monstruos tan verosímiles como terribles; ya lo había demostrado en la muy buena Trollhunter (2010) y también en la más convencional pero atendible La morgue (2016). Aquí se inspira en unas cuantas cosas, en las más evidentes como Los cuentos de la cripta, como también en ciertas imágenes del terror del animé japonés. Pero además su destreza para el horror nos regala una película sensible, un poco superficial pero que entiende a la perfección el espíritu del susto norteamericano que explicábamos al principio. También es justo decir que se anima a cierto amargor final, algo que sin ir más lejos no logró hacer la segunda parte de It, y que recuerda a Summer of 84, una película sin estreno en Argentina que se anima a utilizar la estética a lo Stranger things para construir una aventura con graves consecuencias y un final estremecedor. Historias de miedo para contar en la oscuridad no llega a ser tan terrible en su conclusión pero va un poco más allá que la media, le concederemos eso. Lo que importa de esta película a fin de cuentas es que logra capturar el espíritu de Halloween, da miedo, entretiene y nos cuenta una historia con personajes interesantes. Como todo esto funciona, supongo que poco más podemos pedirle.
LOS BEATLES Y PERÓN Imaginen que un día, luego de algún suceso inofensivo pero de escala mundial como un apagón de unos pocos segundos, el peronismo no existiera más. De repente el sueño de Fernando Iglesias se vuelve realidad y toda influencia de la existencia de Perón en nuestra experiencia vital se desvanece. Habría consecuencias claro, básicamente, en Argentina donde unas cuantas cosas serían diferentes. En Yesterday, Danny Boyle aplica la misma premisa sobre los Beatles (y algunas otras cosas de la cultura popular) y pretende mostrarnos al menos superficialmente cómo sería aquel mundo sin ellos. Adelantamos que se queda un poco a medias, como nosotros con el chiste del comienzo del párrafo. Porque la premisa, más allá de ser el disparador, es un elemento que sirve perfectamente para el marketing de la película y que además luego veremos que no es más que el adorno de una lisa y llana comedia romántica casi de vieja escuela, de esas de desencuentros y lecciones de vida que, por suerte, no está tan mal. Ahora, pensándolo bien, casi todas las comedias románticas son de vieja escuela ya que casi no quedan ejemplares en el mainstream contemporáneo, menos dirigidas por un director “importante” como Boyle. En fin. Como decíamos, como comedia romántica está apenas bien: la dinámica entre Himesh Patel y la buena de Lily James funciona a pesar de que ambos personajes son medio psicópatas y un poco añejos. Sobre todo en aquello de querernos mostrar ese conflicto vida profesional vs. vida amorosa de tintes noventeros. La gente de hoy ya no tiene ninguna de las dos. Por otro lado funciona bastante bien el humor, sobre todo en la serie de situaciones simpáticas alrededor de la desaparición de los Beatles, especialmente en lo que tiene que ver con la recepción que generan estos temas que son dados como nuevos en 2019. El cine de Danny Boyle puede ser desparejo pero siempre me pareció estimulante, al menos, y creo que más allá de cierta superficialidad a la que Yesterday nunca le escapa, también contiene algo de reflexión acerca del arte y sobre todo de ese arte masivo popular del inconsciente colectivo. La película se atreve a decir un par de cosas acerca de lo relativo del plagio y cómo interpretar y recordar las canciones también es una manera de componerlas. Hay un momento muy divertido en el que el personaje de Patel no recuerda Eleanor Rigby, y se frustra por no poder reproducirla perfectamente, aunque luego se dará cuenta que esos detalles poco importan si el núcleo de lo que transmite la canción sigue intacto, y además nos muestra de manera un poco esquemática, cómo componer es ensayo y error y nunca quedar satisfecho. Exageradamente pensé en Pierre Menard, autor del Quijote, pero luego también pensé que era demasiado para una película como Yesterday que apenas será un momento amable y olvidable de nuestras vidas. No como los Beatles o Perón que parece que serán nuestros para siempre, no importa lo que hagamos para que desaparezcan.
UN MONTÓN DE FINALES Los que tenemos 30 ó 40 conocemos a It por aquella adaptación de 1990 con la actuación icónica de Tim Curry, versión que no ha envejecido del todo bien, sobre todo en cuestiones de ritmo y técnicas. Es, como ya han dicho todas las personas del mundo, una obra generacional, uno de los fundamentos de todos aquellos que llegamos al cine bajo la luz del cada vez más lejano VHS. Lo cual significa, para la industria actual, un público cautivo ávido de una nueva adaptación. En el 2017, la primera parte de esta nueva versión hizo todo bien, apoyándose en algunos elementos de la serie Stranger things (nuevo espejo pop desde el cual hoy entendemos los años 80) y en la habilidad de Andy Muschietti para crear secuencias de terror creativas. Mezcla de CGI y vieja escuela, logró un impresionante aunque previsible éxito comercial que hizo que la segunda parte no sólo fuese necesaria sino urgente, y puso al director argentino en una posición de privilegio. Ahora, dos años después, llega el final con el doble de presupuesto y ambición. Entonces IT: Capítulo 2 retoma la historia 27 años después, y como todos sabemos, el monstruo vuelve y ellos, los protagonistas, retornan a Derry para enfrentarlo. Un elenco excelente para las versiones adultas de los niños de la primera, entre los que destacan la buena de Jessica Chastain, el siempre talentoso e intenso de James McAvoy y Bill Hader que directamente es unos de los puntos altos del film. Luego de una buena primera hora, bien desarrollada y orgánica, llegamos a un midpoint donde se nos explica un plan para destruir al monstruo que implica, detalles argumentales aparte, que todos los personajes deben tener secuencias de terror individuales con Pennywise para luego tener un enfrentamiento final todos juntos, que también contiene secuencias de miedo individuales. Lo que quiero decir es que It: Capítulo 2 tiene un problema de estructura que se termina convirtiendo en un problema de duración. Al avisarnos que lo que se viene es una serie de encuentro random de cada uno de los protagonistas con el monstruo, la película abandona toda posibilidad de sorpresa más allá de la calidad y diseño de cada una de las secuencias que, dicho sea de paso, son desparejas en cuanto a su creatividad pero son visualmente impecables. Con lo cual, luego de la primera hora, la película se convierte en un cronómetro para llegar al final, que es una versión reducida de lo que ya vimos más una serie de escenas que cierran todos los cabos sueltos, y que a quien esto escribe le dio la peor sensación que uno puede tener en el cine: “esto no termina más”. Quizás nos apresuramos al comentar directamente el principal punto negativo de la película, pero también es cierto que los otros elementos rescatables no llegan a levantar esta consideración: ni que la película gane en humor con el buen cameo de Stephen King y la óptima participación de Bill Hader no nos hace olvidar de ese par de subtramas innecesarias que restan a un todo previsible; ni la gran secuencia en la antigua casa del personaje que interpreta Jessica Chastain (que por alguna razón estaba completa en un tráiler) nos rescata de una película que cometió el pecado de aburrirnos.