300: el nacimiento de un imperio apuesta a retomar la historia original con sobredosis de escenas cruentas en slow motion y de sangre que empaña la pantalla grande.
Si Gerard Butler hubiera estado de acuerdo en volver a interpretar al rey Leónidas para hacer una secuela de 300, seguramente el guión de 300: El nacimiento de un imperio tendría algún "¡We are Sparta!" (Somos Esparta) de esos que hacían poner la piel de gallina y transmitían una sensación de invencibilidad rayana en lo paródico.
Pero no. Butler no quiso reeditar lo que se presumía como la confirmación del éxito del filme de 2006 brillantemente adaptado del cómic de Frank Miller, y no hay que ir al cine con demasiadas expectativas. La secuela aquí es al mismo tiempo una precuela: mientras el comienzo es el relato de una batalla sucedida en un tiempo anterior a la original 300, el nudo es contemporáneo al enfrentamiento que convirtió en héroes y mártires a los 300 hombres de Leónidas y su desenlace es, en sí, la continuación enfocada ya no en los espartanos sino en los pueblos que conformaban la Grecia antigua, con Atenas a la cabeza.
La cuestión es que, por más que el éxito de la primera bendiga a la segunda atrayendo a millones de espectadores (la lógica de la industria prueba ser implacable una vez más), lo conseguido está tan lejos del original como Esparta de Atenas. En realidad, más lejos.
Hay en 300: El nacimiento de un imperio un redoble de la apuesta por las tomas en ultra slow motion de espadas atravesando cuerpos o desmembrándolos, y de sangre derramada a borbotones al punto de salpicar la lente de la cámara (y la subjetiva del espectador). Y eso es casi todo. El resto es un artificio más o menos bien orquestado para dar sustento a una historia que carece del tono épico-trágico de su predecesora, y por tanto está lejos de resultar convincente.
El Temístocles de Sullivan Stapleton no tiene el carisma necesario para asumir el rol protagónico que le sobraba al Leónidas de Butler, y está bien: Leónidas era un rey, Temístocles un general. El foco podría caer entonces en Artemisia, el personaje de Eva Green, aunque no demasiado porque juega para los malvados persas, mientras que el rey malo Jerjes apenas hace su aparición (recordar que está atareado derrotando a los 300 de Leónidas).
Y en caso de que hicieran falta más calamidades (a la película, no a los griegos), el uso del 3D es de básico para abajo: cuando el efecto no está destinado a hacer sentir a la platea que la pantalla salpica sangre, está arruinando lo poco de estética de cómic que le queda, y tan bien transmitía la primera 300. No aburre, pero no es especialmente entretenida. Y esa tibieza, tratándose de una lucha entre griegos y persas, se revela imperdonable.