PRISIÓN DE PAPEL
“No hay nada más ridículo que registrar la propia vida, uno parece un clown. Sin embargo, estoy convencido de que si no hubiera empezado esa tarde a escribirlo, jamás habría escrito otra cosa”. La frase de Ricardo Piglia es determinante y paradójica, como si se tratara de la antesala de la acción que busca llevar a cabo: la lectura de su diario íntimo, un registro de 327 cuadernos iniciado a los 16 años, luego de abandonar su casa de Adrogué.
Pero como bien indica el escritor y crítico literario argentino, volver sobre su escritura implica un doble pasaje de la experiencia de vida, un recorrido hacia un pasado por momentos borroso o, en ocasiones, muy nítido; un rejunte de fotos, listados, recortes, anotaciones o materiales, algunos poéticos y otros más vergonzosos.
La propuesta del director Andrés Di Tella es “hacer un diario de la lectura de un diario”. Para esto, no sólo utiliza los testimonios del protagonista (articulación entre lo escrito y lo oral) o la exhibición de sus múltiples registros, sino también la incorporación del material de archivo para contextualizar el inicio de los diarios, una cierta poética de las imágenes y algunos rasgos de cotidianidad.
Pero pareciera ser que el desafío del director se presenta en la forma de captar esa lectura, en la manera de devolver al recuerdo su enmarcación presente. Por eso introduce también algunos fragmentos de una película donde aparece Horacio Quiroga, entre otros escritores, como precedente de aquello que busca producir o también la comparación entre dos grabaciones del mismo sitio con una diferencia de varios años.
El formato con el que presenta 327 cuadernos tiene un poco que ver con la idea esbozada por Piglia: por un lado está la ficción mientras que por el otro se encuentra la experiencia personal. En el medio surge la experimentación, la idea de “un como si” o de un laboratorio que sondea con el material de descarte (como todos los papeles que Piglia no recuerda por qué anotó o conservó).
A pesar de lo interesante de la idea, esa analogía de recolección y puesta en conjunto de objetos disímiles para producir un nuevo significado, como si el mismo documental fuera un diario mayor de ese recorte en papel, se vuelve saturación, un pastiche inconexo que va diluyendo su frescura inicial. Ya no hay un aprovechamiento de esa libertad del diario, de la letra no entendida o de los nombres de personas que sólo existen en el papel; la lente de la cámara, por el contrario, simula clausurarse sobre sí misma hacia el abarrotamiento y el desgaste.
Entonces, pareciera que tanto la recuperación de cada diario en su singularidad como el trabajo de registro de dicha reposición quedan sepultados bajo una muralla, un pastiche de 327 cuadernos que, en lugar de permitir el recorrido fluido sobre el pasado o su aprehensión, lo encierra en una combinatoria de elementos sin dejarlo salir del papel.
Por Brenda Caletti
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