Retrato del escritor como elegía
Apenas superada la mitad de 327 cuadernos, la voz de Ricardo Piglia, en tercera persona, habla de un momento aparentemente trivial, pero que se le quedó fijado. Ocurrió en un viaje, el viaje clave, la mudanza de Adrogué a Mar del Plata en 1957. Y define así ese tipo de momentos: "Son como esquirlas, flashes, luminosos, perfectos, sin ilación, así habría que escribir, pienso a veces". Acto seguido, en paso de montaje directo, un extraordinario fragmento de archivo con Roberto Guevara de la Serna, hermano de Ernesto Che, ante un viaje urgente a Bolivia con los resultados históricos que ya conocemos. Andrés Di Tella, desde la voz de Piglia, refrenda la inserción, apuntala su modo de trabajo, en línea con buena parte de su filmografía: el ensayo enjundioso con frecuentes hallazgos en modo de reflexión, de iluminación (auto)biográfica y/o histórica.
327 cuadernos parte desde otra mudanza de Piglia, más cercana: luego de muchos años regresa de Princeton a Buenos Aires. El escritor tiene el propósito de revisar sus diarios, sus cuadernos, sus registros de décadas. Íntimos e intimidantes, los cuadernos suman la cantidad que da título a la película y están dispuestos en 40 cajas. Allí se encuentra la vida del escritor desde cuando todavía no era tal -o lo era en potencia-, su vida personal y su historia argentina conectadas.
Esa conexión es enfatizada por Di Tella con una selección notable de imágenes, tanto las de archivo como las nuevas, generadas desde y en la búsqueda de climas, en diversos sentidos del término.
Mientras transcurre el rodaje, Piglia enferma, y 327 cuadernos se descentra aún más, con imposibilidades, con otros rodeos. Y el tono elegíaco y la relación entre vida, literatura e historia se refuerzan con una decisión fundamental: en la musicalización del film se hace cada vez más dominante la sonata D.959 de Franz Schubert, la misma que se utilizó en El desencanto, de Jaime Chávarri, la también elegíaca historia de los Panero, una familia atravesada fuertemente por la literatura y también por la historia de su país. El piano de la sonata liga de forma explícita una película con otra.
En una escala menor, con mayor lentitud y menos salvajismo emocional para la disección de vidas, 327 cuadernos dispone -sobre todo cuando Piglia lanza idea destiladas y concentradas sobre la literatura, o en alguna escasa confesión comparativa con otros derroteros vitales- unos cuantos méritos para sostener la osadía de remitir a El desencanto, una de las películas más extraordinarias de la historia del cine.