Canciones tristes para sentirte mejor
Un muy sensible y delicado filme sobre un padre y su hija.
El secreto está en los detalles. En un regalo doméstico. En una mirada que la cámara nota cuando nadie está viendo. En un gato viejo que no se mueve. En una canción que dice más que muchos diálogos, especialmente cuando los protagonistas la bailan o se miran unos a otros bailar.
Hablan poco Lionel y su hija Josephine. No hace falta más. Llevan mucho tiempo viviendo juntos y su relación parece establecida y apacible, sin conflictos. De hecho, si uno desconoce su relación, podría parecer una pareja de larga data, más allá de la diferencia de edad. El trabaja como conductor de trenes suburbanos y ella estudia en la universidad. La madre no está, luego sabremos qué fue de ella.
Las otras dos personas del cuarteto central son Gabrielle y Noé. Ambos viven en el mismo edificio que Lionel y Josephine, y mantienen relaciones con cada uno, respectivamente. Pero ninguno parece poder alterar ese orden de cosas que padre e hija mantienen. Ni siquiera cuando en medio de un baile -central, como en todas las películas de Claire Denis, en este caso al ritmo de Nightshift , un éxito de The Commodores de 1985- les hace repensar su situación.
En 35 rhums , Claire Denis hace su personal homenaje al cine de Ozu en una película que parece trabajar varios de los temas del realizador japonés, en especial el de la relación entre padre solo e hija devota, a lo que habría que sumar la icónica presencia de trenes, que vuelve aquí como figura central de la experiencia sensorial que en buena medida es la película.
Si la historia es corta en despliegue argumental, es porque a Denis le alcanza con contar lo básico. La relación de Lionel y un compañero de trabajo que se jubila. Las miradas desde el balcón de Gabrielle. El gato de Noé. Josephine hablando sobre la deuda del Tercer Mundo en la Universidad. Los ejes están planteados y el desarrollo es vía tono e imágenes: los recorridos por las vías de tren con música de Tindersticks, una salida nocturna que se complica, las reuniones de compañeros de trabajo de la que surge el título del filme, dos hechos trágicos que se resuelven de manera seca y directa. Y así… Sin vueltas, sin subrayados, Claire Denis crea una historia de amor entre padre e hija, y entre una familia y la comunidad (laboral, étnica, de clase social) que la contiene. Y lo hace apelando a las sensaciones (la fotografía de Agnes Godard es tan magnífica como central) y a la emoción que se dispara cuando esos personajes silenciosos, contenidos, toman una decisión o son partícipes de algo que, en alguna medida, les cambia la vida. Un gato que muere. Un último shot de ron. O una canción que te recuerde que “al final de un largo día, todo va a estar bien”.