Lo que importa es la mirada
Cuando en algún festival de Mar del Plata vi Café Lumiére de Hou Hsiao-hsien, recuerdo haberme aburrido como una ostra, a contracorriente de mis colegas que la celebraron como una de las mayores obras de aquella edición. Entendí la referencia al cine de Ozu, adoré algunas imágenes como aquella que comparaba el mapa de líneas ferroviarias con una entraña donde podía residir la vida. Ahora, el cuidado aspecto formal se me hizo frío, distante, alejado del atisbo de vida, incluso se me hizo bastante antojadiza su búsqueda de supresión emocional. Estaba claro que no había sustancia en una película que, para colmo, quería homenajear a un director emblemático, humanista, genial en su trabajo que era tanto formalista como político en lo que su cine dejaba interpretar de la sociedad de su país. Y Café Lumiére asoma ahora por asociación, tras el estreno de 35 rhums, esta cálida y sensible película de Claire Denis, que es también un homenaje a Ozu pero que incorpora algunos elementos de su historia personal. Y tal vez, será por eso, que la película contiene toda la respiración que faltaba en la película Hsiao-hsien.
Mientras veía 35 rhums, me acordaba de Ozu y me acordaba de Café Lumiére. Luego, leyendo una entrevista a la directora publicada en el diario Página/12, viene a enterarme que efectivamente la directora francesa había querido homenajear al director japonés y especialmente a su película Primavera tardía, donde también se daba la relación particular entre un padre viudo y su devota hija. Incluso, Denis citaba en aquella entrevista a Café Lumiére, que fue la película que le permitió aceptar que podía abordar el universo del realizador asiático. Entonces nació 35 rhums, film donde un hombre y su hija comparten departamento y mantienen una relación tan especial, que en los primeros minutos parece más el vínculo de una pareja que el de padre-hija, no por ninguna sordidez sexual sino por la fisicidad que adquiere el lazo. Luego, irán apareciendo otros personajes, la mayoría habitantes del mismo edificio, que tienen algún tipo de relación con los dos protagonistas. Es curioso el universo que retrata la directora: a pesar de ser París la ciudad, casi no aparecen personajes blancos, incluso no hay dramas de clase, y todos pertenecen a un sector que se podría definir como burgués e intelectual
Como buen homenaje, aparecen tanto las citas explícitas como las susurradas. Obviamente por tratarse de Ozu hay trenes en 35 rhums, y una mirada sobre la mujer y la sociedad de su tiempo, pero además hay un clima, una respiración, un tono, que se vale de la sugerencia, de lo simbólico, de lo que no se dice, por sobre todas las cosas. Pero no es un “no decir” esteticista y formalista, por lo tanto vacuo y fetichista (como el de Café Lumiére), sino un “no decir” que puede ser reemplazado con acciones, con gestos. Más allá de ir descubriendo los personajes progresivamente, y no cerrarlos del todo cuando la película termina, 35 rhums permite que conozcamos a los personajes, entendamos sus motivaciones y aceptemos que aunque no digan nada, están diciendo mucho. Por otra parte, la dinámica de los vínculos que se van gestando es tan física que el silencio se vuelve una consecuencia lógica y tiene una relación directa con la vida. Ese verosímil que logra Denis y que no es fácil de conseguir.
Y si en 35 rhums se filtra la vida, no lo es tanto algo aleatorio como sí lo es porque ella forma parte del proceso que construye el film. Denis piensa la relación del padre y su hija (excelentes Alex Descas y Mati Diop) como fue la de su madre y su abuelo. Esto no quiere decir que todo lo que esté basado en la realidad sea bueno, sino que evidentemente el compromiso de la directora con su obra es muy diferente al de Hou Hsiao-hsien: no hay aquí un regodeo esteticista para conformar a programadores de festivales e intelectuales del mundo, sino más bien un sentido humanista que busca comprender y querer a sus personajes, para luego parir una película. En esa tensión es donde la película logra sus mejores momentos, y donde aparece la respiración necesaria para que los conflictos nos involucren. De lo que habla el film es del final de una relación entre un padre y una hija, pero también de los finales, de esos momentos que preceden a la toma de una decisión, de la suspensión de la espera interminable.
Para definir esto, hay una notable secuencia dentro de un bar, en una noche lluviosa y con un baile entre erótico y reprimido, que integra a todos los personajes con sus deseos y frustraciones. Lo que hacen los personajes es mirar y mirarse hacia adentro, actuando en consecuencia. Y esto, seguramente, es lo mismo que hace la directora, porque lo que deja en claro 35 rhums es que lo que importa, conclusivamente, es la mirada. Y tenerla o no tenerla (lo que diferencia a 35 rhums de Café Lumiére, por ejemplo), es clave para que el arte tenga vida y nos interese. 35 rhums es una película simple, casi convencional en su muestrario de personajes que habitan un mismo ambiente y se relacionan entre ellos, pero la calidad y calidez de la directora la convierten en una propuesta excepcional.