Vidas y vías
Resulta más que gratificante el estreno con retraso de esta gran película de la realizadora francesa Claire Denis que se había proyectado en nuestro territorio durante el Bafici 11, donde la directora en persona explicaba el difícil proceso de filmar 35 Rhums (2008), obra coral y de una belleza poco habitual.
Denis se las ingenia para abordar pequeños trozos de vidas y verdades de una galería de personajes entrañables que comparten en común el hábitat de un condominio en París y su condición de extranjeros ya afincados en Francia. Rasgos del colonialismo que propone esta mirada personal de la realizadora para adentrarse en el micro clima y en el mini universo de una comunidad donde la mayor carga recae en la figura de Lionel (Alex Descas), quien vive con su hija Joséphine (Mati Diop) en uno de los departamentos donde comparten todas las noches cuando Lionel regresa de trabajar y ella de estudiar antropología para después atender una disquería, lugar que para Lionel resulta peligroso.
El resto del cuadro lo componen Noé (Grégoire Colin), el vecino por quien Joséphine siente atractivo pero que no puede penetrar en el estrecho vínculo afectivo con su padre y Gabrielle (Nicole Dogue) que maneja un taxi y contempla taciturna y en secreto al viudo Lionel, quizás esperanzada de que alguna vez él se fije en ella.
Sin embargo, como uno de los elementos distintivos de esta deliciosa película lo que aparece en un segundo plano cobra sentido en un primer plano y así ocurre con el personajes de René (Julieth Mars Toussaint), compañero de trabajo de Lionel a punto de jubilarse y reflejar en el protagonista aquella cara del espejo que no quiere ver: su propio tránsito hacia la jubilación; el paso del tiempo que lleva a que los padres deban despojarse de sus hijos para que ellos continúen con la vida cuando la estación del final se acerca y el tren se detenga. Entre esas vías que se cruzan en la existencia también se cruzan las vidas de estos seres de carne y hueso, que dicen muchísimas cosas desde el silencio o la mirada perdida sin necesidad de diálogos altisonantes.
Basta capturar desde la cámara atenta de la directora de Bella tarea (1999) esos climas íntimos acompañados de buena música, sensualidad, melancolía y sabor a eternidad que se hacen tangibles cuando el poder de su cine emerge con vigor y en perfecta sintonía con la vida. Los 35 tragos del título tal vez se refieran a degustar las pequeñas cosas que nos pasan, convencidos de que pasarán y no se volverán a repetir, igual que aquellos viajes que se hacen sin equipaje y sin rumbo definido.