La comunidad invisible
En ciertas ocasiones, sobre todo cuando se trata de grandes cineastas, el plano inicial es una revelación de la película completa, un holograma del porvenir. Aquí se ven un par de planos generales de las afueras de París al anochecer: los trenes van y vienen mientras suenan los tersos acordes de Tindersticks. Sobre esas imágenes se podrán leer los nombres de todo el elenco al unísono. Es un signo del filme, su secreto sociológico.
Sucede que 35 rhums no es un filme de individuos aislados, algunos de ellos descendientes de inmigrantes africanos y todos proletarios, sino el retrato amoroso de una comunidad mínima en la que existe entre sus miembros un cuidado tácito. Hay aquí un modelo social a contracorriente: el egoísmo brilla por su ausencia, la solidaridad es un ethos, un modo de vida.
El drama es mínimo. La cotidianidad de Lionel, un maquinista de un tren público, y su hija mayor, Joséphine, que estudia sociología, las apariciones ocasionales de un posible pretendiente, Noé, que vive en el piso de arriba, y una vecina que vive sola y trabaja en un taxi, Gabrielle, y que está enamorada del maquinista. No son precisamente las condiciones necesarias para el escándalo y la explosión dramática, pero habrá un compañero de trabajo de Lionel que sí tomará una decisión extrema. Jubilarse no siempre significa un tiempo de júbilo.
Como en Bella tarea y Chocolate, Claire Denis retoma discretamente la diáspora africana en el viejo continente y la inviste, oblicuamente, de una lectura política sobre el orden mundial, lo que se explicita en una clase universitaria y en una protesta posterior. La novedad aquí pasa por sugerir un modelo elástico de familia, más allá de los vínculos sanguíneos, aunque Edipo es una presencia diluida pero tangible.
Muchos dirán que 35 rhums es un filme menor de Denis, aunque una mirada más atenta descubrirá que esta obra es ocultamente magistral y soberbia. La dignidad con la que se presenta a los trabajadores ferroviarios y los placeres de quienes simplemente se limitan a cumplir un horario es extraña al cine. Más inusual aún resulta filmar el ejercicio mismo del afecto, incluso como si se tratara de una fuerza de resistencia frente a la injusticia de todos los días.