360

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Cuando el mal no tiene fronteras

El último film del brasileño Fernando Meirelles, ladero de Alejandro González Iñárritu en su cruzada a favor de las coproducciones transnacionales de qualité latinoamericanista for export, es otra muestra de ese cine petulante y de trascendencia autoasumida cuya única preocupación es la exhibición impúdica de qué malos y miserables podemos ser –o, mejor aún, somos, porque aquí el Mal es intrínseco e inexorable– los seres humanos. ¿El cuidado de las formas? ¿La sutileza? ¿La mesura ante lo alegórico? Bien, gracias.

Ya la sinopsis habla de una película que “abarca todo el planeta y todos los idiomas”. Y es que esta adaptación de La Ronda es justamente eso, una mixtura de tonalidades y geografías. El guión de Peter Morgan (Frost/Nixon, la entrevista del escándalo; Más allá de la vida) exhibe un collage de criaturas lastradas por un pasado culposo o el abismo de un presente inminente: allí están una joven eslovaca dispuesta a prostituirse, cuyo cliente tentativo es un ejecutivo británico (Jude Law), quien a su vez está casado con el personaje de Rachel Weisz, quien a su vez lo engaña con un brasileño veinteañero y fachero, quien a su vez tiene una novia carioca que decide volverse a sus pagos cuando se descubre cornuda. El avión, claro está, tendrá escala en varias ciudades de Estados Unidos, cuestión de que puedan sumarse más y más historias: junto a la chica viaja un padre británico en búsqueda de su hija desaparecida (Anthony Hopkins, lo mejor de la película) y, un poco más atrás, un violador recientemente salido de la cárcel. Violador que, voltereta argumental mediante, irá a parar a un hotel con la joven despechada. La lista continúa...

Las criaturitas se moverán por todo el planeta, convergiendo o divergiendo según la voluntad de Meirelles y Morgan. Oscilando entre la vergüenza ajena y la comicidad involuntaria, 360 es aún peor que las hermanas mayores de González Iñárritu. Es que allí al menos hay una estética miserabilista acorde con el tono general de las historias. Acá, por si fuera poco, Meirelles filma, funde y pega sus planos buscando generar una suerte de belleza visual new age. Belleza que, claro está, nunca encuentra, ni siquiera dando la vuelta al mundo.