Coral, turística y nada original
Nuevos exponentes de las historias que unen a diversos personajes en distintos puntos del planeta, aquí con escalas en Viena, París, Londres, Colorado, Bratislava y Phoenix, llena de aforismos y frases de manual.
Por un tiempo, las historias corales que unen a diversos personajes en distintos puntos del planeta deberían tomarse un descanso. Como fórmula inaugurada, entre otros, por Robert Altman en los años '70 y que tuviera su apoteosis dos décadas más tarde con Magnolia de Paul Thomas Anderson, estos cruces casuales o causales entre conflictivos personajes parecen ofrecer una alta dosis de agotamiento y repetición. Más aun si este dispositivo argumental cae en manos del sobrevalorado cineasta brasileño Fernando Meirelles, responsable de aquel desatino esteticista y publicitario de Ciudad de Dios y de rutinas ya domesticadas por Hollywood como El jardinero fiel y A ciegas, esta última basada en la pluma de Saramago.
El ambicioso Meirelles construye múltiples historias que transcurren en Viena, París, Londres, Colorado, Bratislava, y al final, en Phoenix, como si se tratara de un guía turístico cosmopolita y global disertando sobre el mundo y abarcando temas como el amor, la infidelidad, las drogas y la prostitución, entre otros ítems, desde la torre de marfil de un pastor "new age" que se manifiesta a través de aforismos y frases de manual para iniciados.
El punto de arranque es un matrimonio en crisis (Law, Weisz), pero de allí en adelante otros personajes cobran vida: un padre que busca a su hija (Hopkins), dos hermanas que se establecen en el mundo de la prostitución, una chica que abandona a su novio infiel, un joven que sale de la cárcel y un par de traficantes-mafiosos que parecen una parodia de los rusos de Promesas del Este de Cronenberg.
Pero Meirelles, a los tropezones y con varias caídas al abismo, confunde destreza con inteligencia, y hasta supone que sus personajes tienen la suficiente carnadura e interés para transformarse en "mensajeros" de la vida y de los horrores de vivir en un mundo convertido en postal turística.
En realidad, 360, por aquello de la circularidad que propone un encuentro casual, son pedacitos desparramados de algunas vidas supuestamente en etapa de conflicto, pero nunca la puesta al día de personajes sumergidos en dudas y cavilaciones por sobrevivir en un mundo determinado. Por ejemplo, nada se sabrá de la hija que busca el personaje de Hopkins, ni tampoco del matrimonio de Jude Law y Rachel Weisz podrán comprenderse los motivos de su momentánea separación e infidelidad.
360 es una de esas películas donde su hacedor confía pura y exclusivamente en los encuentros casuales en aeropuertos (un sitio ideal para exhibir el film mientras se espera la salida del vuelo) y en departamentos, hoteles y casas cinco estrellas, que no ocultan el carácter obsceno del dinero y la ostentación.
Algo feo está pasando en el cine si Meirelles y el mexicano González Iñarritu encontraron su lugar dentro del poder económico de Hollywood. Es que ambos encarnan a dos pastores audiovisuales que no dudan ni un instante en manifestar su plúmbea y vacua visión del mundo y sus horrores.