Todas las caras de la intrascendencia
Fernando Meirelles , director brasilero consagrado por las películas Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) y El jardinero fiel (The Constant Gardner, 2005), presenta al atractivo de 360 (2011) como la redondez de su trama. La telaraña vincular que habitan sus personajes permanece estática y suavemente circular. En ese aspecto la película triunfa lánguidamente y en lapsos muy fugaces.
Sí, el universo se nutre por todos los detalles y las emociones que ofrecen las distintas perspectivas dificultan la toma de posición y alimenta de cierta objetividad a la retina del espectador. Pero cuando existen más de quince protagonistas cuyos desvaríos son dotados de la misma entidad e importancia narrativa, la atención tiende a dispersarse y las tensiones a desfallecer.
Michael Daly es un padre de familia que, durante un viaje de negocios, decide pagar por la compañía de una prostituta. Esta acción funciona como catalizador y todas las consecuencias hacen ruido en la vida de los personajes de diferentes maneras. Un criminal sexual (Ben Forster en lo más destacable del film), un anciano arrepentido en busca de respuestas, un fotógrafo y su pareja, un mafioso y su guardaespaldas, un dentista y su asistente. Todos conviven bajo la misma mirada y todos desean lo mismo.
El concepto englobante de narrar en “360 grados” puede ser justo y sirve para satisfacer la necesidad obsesiva de algunas personas de contar con todos los ángulos de una historia. Pero esa explicitud estructural es tan evidente y enfática, que tiñe a todos los nudos y potenciales obstáculos de un gris tedioso hasta el punto en donde la predictibilidad prevalece por sobre cualquier estímulo. Hay algo innegable, pero también de poca relevancia, y es que Meirelles dirige bien y que técnicamente, aunque con un estilo mucho más laxo que en las producciones que la anteceden, 360 es una película muy limpia y correcta. Lo que otorga cada vez más fuerza a la pregunta ¿por qué?
No el porqué al desmesurado nivel de pretensión que supone el intento de retratar imparcialmente algún suceso en la vida de muchas personas. Es una cuestión más de fondo y es que a nadie le interesa presenciar una declaración trillada sobre la condición humana. A nadie le importan las peripecias sexuales de un burgués aclimatado o las inseguridades de su esposa. A nadie le interesa la falta de comunicación en un matrimonio excepto a los miembros del mismo. Y hasta de eso no hay certeza. En algún punto del camino parece ser que lo ordinario comenzó a preciarse como algo digno y ponderable y la búsqueda de lo verosímil se volvió ciega y confinada en su propio sopor. Miles de años la humanidad transitó el camino sumida en la más vasta ignorancia sobre las cuestiones más elementales de la vida y aún permanecen grandes mentes, como Meirelles, que creen que el espectador casual asiste a una representación distendida, gélida e imprecisa buscando desentrañar la naturaleza misma de las emociones más primarias.
360 es linda pero aburre. Dicotomía recurrente en el siglo XXI sobre la cual el espectador deberá sopesar.