El mundo es pequeño, pequeño
El brasileño Fernando Meirelles (“Ciudad de Dios”, “El jardinero fiel”) dirige “360”, una película basada en la obra “La Ronda” del austríaco Arthur Schnitzel, que fue adaptada varias veces al cine, en versiones de diverso origen y calidad.
La idea central es la de historia circular, en la que varios personajes van encadenando sus respectivas historias personales en un relato coral que los incluye a todos. Una estructura narrativa que se ha repetido en unas cuantas propuestas cinematográficas, y que en esta oportunidad agrega la particularidad de que los hechos ocurren en distintas ciudades y los personajes parecen estar en tránsito casi permanente, o bien, son extranjeros viviendo en un país de adopción.
Así se van interrelacionando seres de nacionalidades diferentes en una especie de rompecabezas dinámico en el que se entrecruzan idiomas, costumbres, religiones, en un diálogo no siempre fácil, pero que pone de relieve la irreductible necesidad de comunicación y también de contacto.
Son las nuevas formas de convivencia que adoptó el mundo, sobre todo en Europa, de la mano de la globalización y la facilidad de movimiento que ofrecen los medios de transporte, la telefonía y la Internet.
La acción comienza en Viena, majestuosa ciudad que para muchos podría significar precisamente la capital europea del siglo XX, mostrando una interesante tensión entre tradición y modernidad. Hacia esta ciudad viajan periódicamente dos hermanas eslovacas. La mayor va a ejercer la prostitución y la más chica, la acompaña. Han contactado con el dueño de una agencia de escorts que les consigue los clientes, en general de alto nivel, ejecutivo, hombres de negocios, también extranjeros en tránsito.
En el lobby de los hoteles se suelen encontrar caballeros ingleses, árabes, rusos, norteamericanos, latinos... y mujeres dispuestas a complacerlos por un par de horas a cambio de una buena suma de dinero. La vieja fórmula de mezclar placer y negocios, que siempre ofrece oportunidades, aunque también implica riesgos. No es lo mismo tener de cliente a un marido aburrido que a un capo de la mafia rusa.
En otro lugar del mundo, Londres, también ocurren cosas. La mujer de un ejecutivo que viaja demasiado tiene un amante brasileño más joven, que a su vez está de novio con una chica que vino con él desde el lejano país sudamericano, pero que decide volverse a casa decepcionada. En el aeropuerto, esta joven conocerá a un anciano norteamericano que anda por el mundo buscando a su hija desaparecida hace tiempo y comparten confidencias. También se cruzarán con un ex convicto en su primera salida luego de purgar una pena por delitos sexuales.
El juego eterno de la vida
En otro rincón de Viena, un musulmán siente una atracción prohibida por una mujer rusa casada, que a su vez está disconforme con su marido, porque “anda en algo malo”.
Conflictos, encuentros y desencuentros, simpatías y antipatías, el juego eterno de la vida, siempre en movimiento, que parece avanzar nada más que para regresar al punto de partida.
Sin ser original, ni una obra perfecta, la película de Meirelles transita por tópicos ya bastante frecuentados pero lo hace con gracia suficiente como para entretener con amabilidad, apelando a actores también de diverso origen entre los que se destacan Jude Law, Rachel Weisz y Anthoni Hopkins, junto a otros no tan conocidos, como Jamel Debbouze, Ben Foster, Lucia Siposova, Gabriela Marcinkova, Dinara Drukarova, Morizt Bleibtreu, y los jóvenes brasileños Maria Flor y Juliano Cazarré. Una mezcla bien administrada que permite apreciar un poquito de aquí y un poquito de allá, en una combinación de tinte clásico, que incluye también algo de violencia y el viejo conflicto entre buenos y malos, definiéndose a favor de los buenos, para salir del cine con una sonrisa.