Un documental respetuoso y elegante El joven Valerio Ruiz (1986), director de este documental sobre la vida y la obra de la realizadora italiana Lina Wertmüller (1928), fue su asistente en los últimos tiempos y decidió debutar en el oficio con este largometraje, ofreciendo un retrato de la mujer que agitó el ambiente del cine en la década de los '70, atreviéndose a asumir una profesión que hasta ese momento era terreno exclusivo de los varones. Lina nació en Roma, donde ha vivido toda su vida, hasta estos días, aunque es descendiente de una familia aristocrática suiza. Comenzó su carrera como actriz, pero su vocación siempre fue la dirección, iniciándose en este rubro con un maestro de lujo: fue asistente de Federico Fellini en “8 y medio”, en 1962. Un año después, filmó su primer film, “I Basilischi”, ambientado en Sicilia, un territorio que siempre atrajo particularmente a la realizadora. Inmediatamente después, dirigió un par de films musicales, con la popular Rita Pavone, descubriendo en la cantante cualidades actorales que supo explotar con audacia. Pero la época dorada de su producción cinematográfica, está concentrada sobre todo en la primera mitad de la década de los '70, con sus películas “Mimí metalúrgico, herido en su honor” (1972), “Amor y anarquía” (1973), “Insólita aventura de verano” (1974) y “Pasqualino siete bellezas” (1975). Producciones que fueron muy bien acogidas en Nueva York, donde tuvieron un gran éxito de público, y donde Lina obtuvo un reconocimiento que hizo historia: gracias a los elogios del crítico norteamericano John Simon, conocido por su criterio riguroso e implacable, fue la primera mujer nominada a un premio Oscar como directora. Fue por el film “Pascualino siete bellezas”, que obtuvo, en 1976, otras tres nominaciones. John Simon es uno de los entrevistados por Ruiz en su documental, quien subrayó la calidad de Wertmüller, considerando “obras maestras” a sus películas de esa época, aunque admite que luego su producción ha sido despareja. El relato de Ruiz es una cronología ilustrada de la trayectoria de la italiana, compuesta por testimonios de parte de ella, fragmentos de sus películas, registros inéditos de situaciones que acompañaron los rodajes y testimonios de algunos protagonistas, así como de asistentes y familiares. Para enriquecer el relato, Ruiz apela a recursos como hacer recorrer a Wertmüller, en el presente, algunas locaciones famosas de sus películas y también mostrarla en su casa de Roma, rodeada de libros y obras de arte. Además, hay una larga secuencia en una casa de campo que compartía con su marido, Enrico Job, ya fallecido, quien fuera su compañero de vida y director de arte de sus películas. Entre los entrevistados, se destacan, junto al mencionado Simon, su actor fetiche de la época dorada, Giancarlo Giannini, Martin Scorsese, Sophia Loren, Harvey Keitel, Nastassja Kinski, Rita Pavone y Rutger Hauer, sumando también algunos registros fílmicos de sus inicios como asistente de Fellini y Marcelo Mastroiani. El documental muestra a una Wertmüller polifacética, un tanto desconocida, ya que además de dirigir películas, es autora de la letra y la música de canciones, algunas de las cuales tuvieron mucha popularidad. Ruiz muestra a una mujer que cultivó un estilo audaz e irónico, mezclando el humor, lo grotesco y el drama, indagando siempre en el espíritu italiano y sus diversas particularidades regionales, tratando de realzar esas diferencias, como los dialectos, por ejemplo, pero con una mirada integradora, descubriendo en esas sutilezas la identidad italiana. También se destacan en ella su incansable laboriosidad, su buen gusto, sus contradicciones y su carácter alegre. En un momento, ella se define a sí misma como “optimista aterrorizada”. El documental del joven discípulo es respetuoso y elegante, aunque a veces se vuelve un tanto moroso y reiterativo, pero es valioso ya que rescata una figura importante de la historia, que marcó una época en el siglo pasado, en pleno apogeo del cine italiano, acercando su obra a las nuevas generaciones e invitando al recuerdo nostálgico de los mayores.
Un relato crudo y austero “Rams” es la historia de dos hermanos islandeses que viven en una zona de granjeros que se dedican, como única actividad productiva, a la cría de ovejas. El paisaje está compuesto por una pradera con pasturas y pocos árboles, un suelo ondulado por suaves colinas, casas con techos de zinc, apropiados para soportar las duras nevadas que cubren todo el paisaje en invierno, y grupos de ovejas moviéndose de aquí a allá, separados apenas por unos cercos precarios, pero que cada habitante respeta a rajatabla. Allí hay más ovejas que seres humanos y todos se conocen muy bien. Es un valle amplio que se dedica a esa exclusiva actividad, y se mantiene a lo largo del tiempo, de generación en generación, ya que los primeros habitantes del lugar llegaron junto con las ovejas. Por lo tanto, la relación con el ganado es de vital importancia y nadie se imagina qué otra cosa se podría hacer en ese lugar. Estos dos hermanos, Gummi y Kiddi, protagonistas del relato narrado por el director y guionista Grímur Hákonarson (1977), son dos hombres mayores, solitarios, que viven cada uno en su casa, separadas entre sí por escasos metros. Al comienzo de la película, cada uno cría su propia manada de ovejas, hace cuarenta años que no se hablan y si es muy necesario, se envían mensajes escritos a través de un perro, que parece llevarse muy bien con los dos. Hákonarson no explica por qué Kiddi y Gummi han dejado de hablarse. Solamente se muestra que el primero es impulsivo y afecto al alcohol y al uso de armas ante cualquier contrariedad, en tanto que Gummi es más reflexivo y sereno e incluso es más sociable. A él acuden los vecinos cuando tienen alguna cuestión que resolver en la comunidad y también para pedirle que interceda entre ellos y su hosco hermano. El caso es que de golpe la situación del valle se complica porque una peste empieza a afectar a las ovejas y las autoridades disponen medidas sanitarias extremas que incluyen el sacrificio de todos los animales, desinfectar todas las instalaciones y esperar un período de dos años hasta volver a traer carneros y retomar la actividad. Para los granjeros es sencillamente una catástrofe, algunos deciden irse, mientras que otros no tienen más remedio que quedarse y resistir. Por su lado, las autoridades envían a un batallón de veterinarios a controlar las tareas de sacrificio del ganado y limpieza de los establos, exigiendo casa por casa el cumplimiento de las medidas ordenadas. Los hermanos Gummi y Kiddi, nacidos y criados allí, se verán obligados a adaptarse a la nueva situación, aunque a disgusto. Ante la tremenda adversidad, uno se refugia en el alcohol y el otro, trata de sobrevivir a su manera. En algún momento, impulsados por la urgencia y la necesidad, tendrán que superar los viejos rencores y hacer causa común. “Rams” es una película técnicamente bella y sobria, interpretada por actores profesionales en los roles principales y habitantes del lugar en roles secundarios, quienes a través de una trama sencilla, de estructura clásica, describen un modo de vida, una cultura rural, un modo de ser, un carácter marcado y condicionado por el entorno, un lugar aislado del resto del mundo, y por un clima extremo con inviernos intensos, cuyas nevadas acentúan aún más el aislamiento. Un lugar donde hay pocas mujeres y casi ninguna diversión. Si bien por momentos el clima que “Rams” transmite es pesado y denso, muy proclive al drama, Hákonarson matiza con algunos toques de humor, llevando la historia a un clímax que tendrá un desenlace emotivo, mostrando cómo en medio de un terrible temporal de nieve, los hermanos que llevaban cuarenta años sin hablarse, de pronto se ven compelidos a derretir sus diferencias en un intento desesperado por sobrevivir.
Agitando fantasmas de ayer y de hoy Marco Bellocchio (1939) es un director ampliamente conocido en todo el mundo, un realizador que ha cultivado un estilo muy personal y “Sangre de mi sangre” es una cabal muestra de su arte y de su talento, que conserva, por un lado, la impronta de cierto cine provocador típico de las décadas de los ‘60 y ‘70, pero a su vez incorpora una mirada más acorde a las tendencias del siglo XXI, de la mano de las nuevas tecnologías que están modificando el lenguaje cinematográfico. Las historias que se cuentan en “Sangre de mi sangre” transcurren en distintos tiempos históricos pero en un mismo escenario, Bobbio, la pequeña ciudad de la norteña provincia de Piacenza, Emilia-Romagna, donde nació y vive Bellocchio, y donde dirige un laboratorio de cine y también un festival que se celebra todos los veranos en el patio de la Abadía de San Columbano. En esta película, el cineasta les da participación a sus alumnos, además de trabajar con miembros de su propia familia, entre ellos, su hijo Pier Giorgio Bellocchio, quien tiene a su cargo el personaje protagónico. El film comienza con una historia ambientada en el siglo XVII, en el convento del lugar, donde ha ocurrido un hecho trágico: el sacerdote confesor de las internas se ha suicidado. El cura fallecido, de nombre Fabrizio, tiene un hermano guerrero, Federico, que acude al sitio a reclamar porque las autoridades eclesiásticas han dispuesto que su cuerpo no sea enterrado en campo santo sino en un terreno destinado al depósito de animales. Es que para la Iglesia Católica, el suicidio es un pecado mortal, imperdonable a los ojos de Dios. Los otros monjes atribuían la trágica decisión de Fabrizio al amor pecaminoso que sentía por una de las novicias, Benedetta, quien le habría hecho perder la cabeza. Al mismo tiempo, la muchacha estaba siendo sometida a terribles interrogatorios, típicos de la Inquisición, para tratar de conseguir una confesión de parte de ella, con el fin de que asumiera la culpa de esa muerte por haber ella celebrado un pacto con Satán. En pleno proceso, llega Federico, a ejercer presión para que se reivindique a su hermano. Pero como Benedetta no confiesa, a pesar de los tormentos a que es sometida, finalmente el caso parece quedar abierto. De repente, el film pega un salto temporal tan extraordinario como sorpresivo y se ubica en el mismo escenario, pero en la época actual. Y ahí comienza el segundo relato. Ahora, al convento lo llaman cárcel, pero resulta que es un edificio aparentemente abandonado y en ruinas. Sin embargo, allí vive recluido un anciano, el Conde Basta, quien sería integrante de una sociedad secreta e incluso, se dice que sería un vampiro. Pero un día aparece un supuesto inspector municipal (personaje que se llama igual que el hermano del monje muerto y es interpretado por el mismo actor), quien ingresa al viejo edificio con un interesado en comprarlo. El comprador es un millonario ruso que quiere utilizarlo para abrir allí un centro de rehabilitación de drogadictos o un hotel de lujo. Cuando los otros habitantes del pueblo se enteran de que ha llegado un inspector, se arma un poco de alboroto porque al parecer en ese lugar hay muchas irregularidades, desde administración fraudulenta hasta el cobro de pensiones indebidas y una serie de actos de corrupción que tienen como víctima al Estado. La particularidad de esta propuesta de Bellocchio es que apela a un lenguaje simbólico para mostrar la continuidad en el tiempo de algunos rasgos típicos de la sociedad italiana a la que pertenece, marcada por el poder de la Iglesia Católica, con su peso agobiante, y también por el vampirismo social que fue creciendo a expensas de los fondos públicos. El otro tema clave es el sexo y sus tabúes, y también la fuerza incontenible del inconsciente, una complejidad de estímulos que lleva a los personajes a asumir comportamientos extraños, borderlines, en un continuo oscilar entre la luz de la razón y la oscuridad de las pasiones. Bellocchio ofrece una pintura de la decadencia de la sociedad italiana y de sus poderes públicos, fundamentalmente, la Iglesia, y la invasión, al mismo tiempo, de los valores y los códigos de la globalizada sociedad de consumo. Un tema recurrente en el cine europeo en los últimos tiempos y que cada realizador trata de expresar a su manera. En este caso, Bellocchio vuelve a poner la mirada en un tema urticante y controversial, mezclando momentos crudos, con cierto lirismo, lenguaje simbólico y algunas dosis de humor un tanto sarcástico.
Caricatura farsesca del espíritu italiano ¿Cómo fue un italiano a caer en manos de una tribu salvaje en algún lugar de África profunda? Mientras Checco, el protagonista de “¡No renuncio!”, debe exponer su situación ante el brujo de la comunidad para salvar su vida, el espectador se irá enterando, al mismo tiempo que los integrantes de la tribu, de quién se trata y cómo llegó ahí. Checco, un hombre de 38 años, vivía una vida cómoda, como hijo único y soltero, en la casa de sus padres, en alguna ciudad de Italia. Tenía un trabajo en la administración pública provincial, más precisamente en la Secretaría de Caza y Pesca, donde se pasaba el día sellando papeles. Tenía una novia vitalicia con quien nunca llegaba a formalizar y gozaba de múltiples prebendas, como la gran mayoría de los empleados públicos de su país. Pero un día, la administración provincial decidió descentralizar sus oficinas, lo que trajo como consecuencia algunos ajustes de personal. Por ser soltero, sin familia a cargo ni contar con otros atenuantes, Checco resultó seleccionado para ser removido de su puesto. En consecuencia fue obligado a elegir entre ser trasladado a algún lugar remoto, lejos de las comodidades a las que estaba acostumbrado, o acogerse al retiro voluntario. Checco, hijo de un empleado público ya jubilado, no se imagina otra vida y se niega a renunciar. Es así que el gobierno lo transfiere a distintos lugares, mientras insiste en presionarlo para que renuncie. El periplo lo lleva a Val de Susa, luego a Lampedusa (donde debe controlar el ingreso de inmigrantes africanos), después irá hasta al Polo Norte (a proteger a científicos italianos de los ataques de los osos polares) y también pasará una temporada en Noruega, donde intentará acomodarse a una vida “más civilizada”, con tal de mantener el puesto fijo. Siempre acosado y perseguido por la implacable Dra. Sironi, la funcionaria que tiene a su cargo el plan de ajuste y quien se juega su propio puesto tratando de conseguir la renuncia de Checco. El relato del joven es completamente delirante, en tono de comedia satírica, en la que hace una desopilante descripción, sin una pizca de autoindulgencia, del sistema burocrático al que pertenece, con todos sus vicios y sus malas costumbres, y también del modo de ser de su típica familia italiana, con una madre que lo malcría y un padre mediocre y sin ambiciones. Pero durante su exilio conoce a una joven, Valeria, científica-militante-ecologista-ferviente, de quien se enamora. La apertura mental de ella, su sentido de la responsabilidad y su educación influirán en Checco de tal modo que experimentará un cambio trascendental en su vida, llegando a tomar decisiones y a asumir compromisos jamás imaginados. “¡No renuncio!” abunda en gags de estilo programa-cómico-televisivo (solamente le faltan las carcajadas grabadas de fondo), pasando de un lugar común a otro, sin solución de continuidad, con la supuesta intención de hacer una crítica humorística del típico ciudadano italiano, holgazán y corrupto, colgado del Estado y de la mano de algún político influyente. Dicen las crónicas periodísticas que Checco Zalone, el actor protagónico (y coguionista junto al realizador Gennaro Nunziante, además de autor de la música), goza de enorme popularidad en su país, donde es un éxito de taquilla tan extraordinario que habría superado en número de espectadores a algunas superproducciones hollywoodenses. Verdad o exageración all’italiana, conviene advertir que el éxito comercial no siempre es garantía de calidad. “¡No renuncio!” es un compendio de humoradas insulsas, previsibles y precocidas, una serie de estereotipos más cercanos a la mueca sarcástica que a la gracia. Cabe agregar que el título original de la película, “Quo vado...?”, es una parodia de “Quo vadis?”, una película estadounidense de 1951 del género histórico basada en la novela del escritor polaco Henryk Sienkiewicz. La película, dirigida por Mervyn LeRoy, fue candidata a ocho premios Oscar, pero no obtuvo ninguno. El título, en latín, significa “¿Adónde vas?”, y alude a un encuentro entre San Pedro y Jesús en la Vía Apia referido en los Hechos de Pedro. Según este libro extracanónico, cuando el apóstol estaba escapando de la persecución a que eran sometidos los cristianos de Roma por el emperador Nerón, tuvo una visión de Cristo. Pedro le preguntó: “Quo vadis, Domine?” (¿Adónde vas, Señor?), a lo que Jesús contestó: “A Roma, la ciudad que tú abandonas, para hacerme crucificar de nuevo”.
“Érase una vez una tierra...” “Construimos nuevas casas, con tejas rojas, donde las cigüeñas construyen sus nidos y con las puertas abiertas a nuestros invitados. Le agradecemos a la tierra que nos alimenta, al sol que nos calienta y a los campos que nos recuerdan los verdes pastos en casa. Así, con dolor, tristeza y alegría, recordamos a nuestro país cuando contamos a nuestros niños historias que comienzan como todas las historias: ‘Érase una vez una tierra...'‘ Así finaliza “Underground”, film de Emir Kusturica del año 1995. La frase es pronunciada por uno de los protagonistas, Iván. Y viene a cuento porque “Bajo el sol” (Zvizdan), del croata Dalibor Matanic, trajo a mi memoria aquella impactante realización del bosnio, emigrado a Francia, que conmocionó el ambiente cinéfilo a mediados de los ‘90. Y a veces, la memoria tiene razones que la razón no entiende, hasta que las cosas se empiezan a dilucidar. La asociación evidentemente se produce porque el tema de las dos películas es el mismo: la guerra en Yugoslavia. Y la estructura narrativa también es semejante, porque ambas se desarrollan en tres capítulos que describen la guerra en sendos períodos cronológicamente sucesivos, aunque el film de Kusturica empieza durante la Segunda Guerra Mundial, atraviesa la Guerra Fría, y concluye en la Guerra de los Balcanes, período en el cual da comienzo la propuesta de Matanic. Otra semejanza es que los mismos actores representan a los personajes principales en los distintos capítulos. En “Bajo el sol”, los tres relatos se ubican en igual escenario, una zona rural fronteriza entre Croacia y Serbia. El primer capítulo transcurre en el año 1991, el segundo, en 2001, y el tercero, en 2011. En el primero, la acción corresponde a las vísperas de la serie de conflictos que sucedieron entre 1991 y 2001 en Europa, que se caracterizaron por los enfrentamientos étnicos entre los pueblos que en su conjunto formaban la ex Yugoslavia, principalmente entre serbios, croatas, bosnios, albaneses y musulmanes. Como se sabe, una región fronteriza históricamente sacudida por diversas guerras, por motivos raciales, políticos, económicos, culturales y religiosos. El desafío que asume Matanic es ofrecer una síntesis de ese drama, que aún hoy subsiste, en un relato que sea de interés para el espectador de cine. Su propuesta es enfocarse en un grupo de jóvenes que habitan en esa región, compuesta de pueblos pequeños donde conviven familias de diversas etnias, y cómo la situación afecta sus vidas, sus deseos, sus proyectos, sus sentimientos y sus expectativas. En cada capítulo, cambian los personajes y las historias específicas, pero los intérpretes que los representan son siempre los mismos, destacándose principalmente la actriz Tihana Lazovic y el actor Goran Markovic, quienes componen sendas historias de amor-odio, odio-amor, en las tres instancias, labor que realizan con gran entrega y convicción. Matanic se concentra en la cotidianeidad de esos pequeños poblados devastados por la guerra, describiendo el comienzo de los enfrentamientos (1991); el período inmediatamente posterior a la guerra (2001) en el que se observan todos los daños físicos en las viviendas y demás construcciones, así como las heridas todavía sangrantes ya que todas las familias tienen muertos a quienes llorar, y por último, la etapa de la reconstrucción (2011), en la que la juventud intenta apostar a un futuro mejor, adoptando pautas culturales del estilo occidental. Pero lo que quiere expresar el realizador croata, con un recurso expresivo de características poéticas, es que la vida transcurre bajo el mismo sol y que la rueda de la historia se va moviendo de manera cíclica, a través de la cual pareciera que se repiten, una y otra vez, los mismos dilemas, los mismos conflictos, las mismas preguntas y las mismas situaciones, en un devenir que deja poco lugar a la reflexión y a la elaboración profunda de los traumas. La mirada sobre el paisaje rural pone el acento en la fuerte presencia de una naturaleza bella y pródiga, en la que el sol y el agua adquieren una relevancia simbólica, que tiene que ver con la vida, las pasiones, la alimentación, el inconsciente, distintas capas semánticas que se entrecruzan permanentemente en un ambiente social atravesado de tensiones. “Bajo el sol” es un film bello, inteligente, cuyo estilo narrativo sabe captar la atención del espectador, con un manejo de la fotografía y la sonorización que refuerzan de manera oportuna la atmósfera y el sentido dramático general de los acontecimientos, invitando a mirar el futuro con esperanzas de reconciliación.
Entre la fascinación y el temor El joven director entrerriano Maximiliano Schonfeld continúa explorando sus raíces a través de sus películas, una tarea que incluye algunos cortos, un primer largometraje, “Germania”, y ahora, el segundo, “La helada negra”. Schonfeld es descendiente de inmigrantes alemanes, nacido y criado en una zona de colonias rurales de ese origen instaladas desde hace tiempo en la campiña de Entre Ríos. En esta oportunidad, intenta reconstruir, a su manera, algunas costumbres y vivencias de los pobladores de la ciudad de Crespo y sus alrededores. La historia de “La helada negra” está inspirada en un suceso ocurrido en ese lugar, mientras se filmaba “Germania”: la aparición de un niño sanador que era frecuentado por numerosos vecinos que acudían a él para que interceda en favor de algún pedido. A partir de ese hecho de la realidad, Schonfeld crea una ficción de características un tanto ambiguas, ya que apela al relato mítico, lindante con la fábula, y al mismo tiempo intenta ofrecer una pintura, con trazos naturalistas, de su aldea. El tema elegido favorece esa atmósfera que impregna al film al desarrollarse en un espacio atemporal, aunque esté ocurriendo en este preciso momento. La película comienza en un día en el que la granja de los hermanos Lell amanece completamente arrasada por una helada que arruinó todos los cultivos. Sobre esos campos llagados por la escarcha, también aparece un personaje desconocido que irrumpe en esa familia de una manera extraña. Lucas, el menor de los hermanos, salió ese día a pasear a su perra Branca y se encontró con una chica desmayada, a la orilla de un arroyo. Sin dudarlo, la toma en sus brazos y la lleva para la casa. Sin hacer preguntas, le dan alojamiento y parecen adoptarla con naturalidad. Allí viven solamente varones de edades variadas. La chica dice llamarse Alejandra. Los dueños de casa le prestan ropas de mujer que tienen guardada de otros tiempos, pero de su original dueña, nada se sabe. A la chica le encargan algunas tareas domésticas y si bien los hermanos no hablan mucho, sus miradas y sus actitudes demuestran que la presencia femenina les provoca una mezcla de curiosidad, tensión y secretas emociones. Pero lo más llamativo del caso, es que Alejandra se muestra desenvuelta y tiende a tomar la iniciativa, haciendo algunas cosas un tanto fuera de lo común, que los hombres interpretan como una especie de “trabajos sanadores”, atribuyéndoles a esas acciones la pronta recuperación de los cultivos, cuando todo hacía suponer que estaban destruidos irremediablemente. En una granja vecina, se están muriendo las vacas y nadie sabe por qué. Los hermanos Lell sugieren que tal vez Alejandra pueda hacer algo al respecto y así se va corriendo la voz, y empiezan a acercarse cada vez más personas a pedir alguna ayuda y a dejar ofrendas a la “santa”. Los días transcurren en una atmósfera un tanto irreal, con alguna tensión sexual y un aura de misterio que rodea a Alejandra. Nadie sabe en realidad quién es ni de dónde viene, aunque ella toma todo con naturalidad. Pero el hechizo se rompe cuando el relato devela que forma parte de un grupo de trashumantes, quizás gitanos, que ha acampado por allí cerca. No se sabe por qué Alejandra se apartó de ellos, pero pronto, sin dar explicaciones, con ellos habrá de volver. Así como vino un día, otro día se va. Schonfeld intenta un enfoque cuasi poético, al darle al relato las características de una fábula, queriendo ilustrar así uno de los aspectos más llamativos de esas comunidades cerradas que viven en una especie de aislamiento (congelados en el tiempo), apegados a viejas tradiciones provenientes de Europa, por un lado, pero que empiezan a ser invadidas por el mundo exterior, por el otro, lo que se vive como una tensión sin resolver entre la fascinación y el temor. Para darle más verosimilitud al relato, Schonfeld trabaja con actores no profesionales, todos habitantes del lugar, y solamente el personaje protagónico está a cargo de una actriz profesional, la sugestiva Ailín Salas, en el papel de la misteriosa “sacerdotisa” a quien atribuyen el “deshielo” de la aldea.
Fantasías novelescas o remedando a Flaubert El paisaje rural de Normandía inspiró a Gustave Flaubert para escribir la novela por la cual trascendió y se consagró como un gran escritor: Madame Bovary. Eso ocurrió a mediados del siglo XIX. Desde entonces, el libro es considerado un clásico de lectura ineludible para los amantes de la literatura, en todo el mundo. Martin, el protagonista de “La ilusión de estar contigo” o Gemma Bovery (su título original) es un hombre de mediana edad que luego de vivir un tiempo en París, regresa a la región de Normandía a hacerse cargo de la panadería que era de su padre, en un pueblo ubicado en ese lugar privilegiado de la campiña francesa. Mientras amasa el pan y los croissants, su mente divaga. Se siente un poco desmotivado y algo decepcionado, porque pensó que allí iba a encontrar un refugio donde desarrollar sus inquietudes espirituales, en un ambiente alejado del vértigo y el materialismo voraz de la gran urbe. Martin tiene una esposa, que trabaja con él en el negocio familiar, y un hijo adolescente. Tiene un buen pasar, pero... se aburre. Siente que su vida es rutinaria y carente de emoción. Hasta que un día, observa que llegan vecinos nuevos a instalarse en una vieja casona, justo enfrente de su vivienda. Impulsado por la curiosidad, va a recibirlos para darles la bienvenida al barrio. Así se entera de que se trata de un matrimonio británico que eligió ese lugar para vivir. Son Gemma y Charles Bovery. Al escuchar sus nombres, Martin da un respingo, ya que le recuerdan los personajes de su novela preferida: precisamente Madame Bovary. Y la belleza y sensualidad de Gemma actúan sobre él como un potente despertador de todos sus sentidos, encontrando en ella un interés sexual que le pone un nuevo y apreciable condimento a su monótona vida. Picado por la curiosidad, no resiste la tentación de espiar a sus nuevos vecinos y trata de cruzarse con ellos cada vez que puede. Algo que ocurre con frecuencia, dado que Gemma se hace cliente de la panadería. El caso es que Martin vive entre la realidad y la fantasía. Es un voyeurista consuetudinario y de alguna manera quiere intervenir en la intimidad de la mujer, hablándole incluso de su parecido con el personaje de la novela. El matrimonio de Gemma y Charles pasa por algunos momentos de conflicto, debido a algunas infidelidades de ella y cierta desatención de parte de él. Todos sucesos que tienen sumamente intrigado a Martin, que cada vez encuentra más semejanza entre los personajes inventados por Flaubert y lo que está ocurriendo, justo ante sus ojos. La mente de Martin se va impregnando de ideas novelescas y fantasías un tanto supersticiosas. Como si se tratara de una especie de jugada del destino, o algo así. La película tiene un tono de comedia melancólica, con un protagonista afectado por un spleen baudelairiano, en un mundo que va perdiendo el contacto con sus raíces y que se va globalizando cada vez más. El relato de Anne Fontaine, cuyo guión escribió junto a Pascal Bonitzer, está basado en una novela gráfica de Posy Simmonds, y tal vez por eso semeja una maqueta, que si bien es visualmente vistosa y la historia es amena, carece de la profundidad psicológica y dramática de la novela de Flaubert, a la que pretende rendir homenaje.
Tres personajes en busca de autor Cruel suele ser el paso del tiempo y no parece haber tenido piedad con estos tres mosqueteros de la pantalla: Daniel Auteuil (otrora uno de mis favoritos, snif), Richard Berry (en su doble papel de actor y director) y Thierry Lhermitte. Como espectadora frecuente del cine francés, me han conmovido de distinta manera a lo largo de sus prolíficas carreras y han sabido mantener en una alta estima la variedad de sus participaciones en dramas, en comedias y en las distintas variantes del film noir. Siempre mostrando en el orillo la marca de origen, estos tres profesionales de la escena se encuentran entre lo más destacado del rubro (aunque no sin altibajos), desde los ochenta hasta nuestros días. En esta oportunidad, se juntaron para llevar al cine una obra de teatro (costumbre que ya se está haciendo tendencia), “Nuestras mujeres”, de Eric Assous, obra que tiene como protagonistas a tres amigos cincuentones que cultivan su entrañable relación a lo largo de más de tres décadas; quienes cumplen rigurosamente con el ritual de compartir todos los años unas vacaciones juntos, sin sus parejas, y todas las semanas, una sesión de juegos de mesa y cena en la casa de Max (Richard Berry), el solterón. La película comienza con una secuencia que los muestra disfrutando de uno de esos encuentros veraniegos en una remota playa, mientras un narrador en off explica las características de la relación entre ellos, disparando gaffes y gags a discreción. Luego, la acción pasa directamente al día de la cita semanal, y comienza en las horas previas. Paul (Daniel Auteuil) es un médico reumatólogo, casado y con dos hijos veinteañeros. No parece tener demasiado diálogo con su esposa. Simon (Thierry Lhermitte), el más excéntrico, reparte su tiempo entre sus dos peluquerías y su mansión lujosa. Está casado con una joven y sensual modelo, que conoció en su oficio. Max, médico radiólogo, vive en un piso muy distinguido, en inmediaciones de la Torre Eiffel. Es coleccionista de discos de vinilo y fanático de la limpieza. Mantiene una relación de pareja con una mujer más joven, pero se muestra reacio a la convivencia. Se considera inestable y se muestra un poco frustrado por no haber logrado formar una familia. Esa noche, los amigos tienen previsto encontrarse en casa de Max, a las nueve, como de costumbre. Puntualmente, el primero en llegar es Paul, pero Simon se retrasa más de lo habitual, lo que incomoda a sus amigos, y cuando por fin aparece, termina de poner todo patas para arriba. Desencajado, confiesa que acaba de matar a su mujer, en un arranque de ira, motivado por los celos. A partir de allí, empieza a desarrollarse el nudo del conflicto: cómo ayudar a Max, quien desesperadamente pide que le ofrezcan una coartada. Siempre en tono de comedia, el guión se pasea por casi todos los lugares comunes: el suceso saca a relucir el machismo, los prejuicios de clase, el dilema ético que implicaría encubrir un crimen... los personajes se empiezan a sentir como fieras enjauladas y a medida que avanzan las horas, el abatimiento y la desesperación se combinan en una sensación de encierro sin salida. Pero, luego de la correspondiente catarsis, en la que los amigos sacan a ventilar algunos entripados que tenían bien guardados, finalmente, siempre en tono de comedia, las aguas se irán calmando y la razón parece volver a “reinar”. Con “Nuestras mujeres”, Auteuil, Lhermitte y Berry ofrecen un espectáculo impregnado de guiños a la comedia francesa (especialmente a Patrice Leconte y sus recordadas películas “La maté porque era mía” y “El marido de la peluquera”), a algunos de los personajes más famosos de sus carreras y a ciertos tópicos también bastante frecuentados en la escena del país galo, como el femicidio, la misoginia, el fetichismo, los prejuicios y la hipocresía burguesa. Estos tres mosqueteros no parecen tomarse muy en serio nada, ni siquiera a ellos mismos, derrapando en más de una ocasión en un compendio de sobreactuaciones, tics y clichés, que por momentos dan ganas de hacer con ellos algo peor que abofetearlos (afectuosamente, claro).
Testimonio de la crisis italiana Antonio Capuano es un director de cine napolitano, nacido en 1940, cuya producción no es conocida en la Argentina. “Bagnoli Jungle” (“Historias napolitanas”), del año 2015, es la primera película que llega a la cartelera local. Sin embargo, en su país ha sido favorecido con algunas distinciones y se lo considera un director muy original. Sobre sí mismo, dice ser “un eterno principiante” a quien no le gusta el “encuadre perfecto”. A “Bagnoli Jungle” la describe como “un grafiti, una película imperfecta”. Y ésa es la sensación que da. Filmada con cámara en mano y sin artificios, el film simula un estilo cercano al documental sin demasiada producción ni elaboración previa. El relato está compuesto por tres capítulos. Cada capítulo tiene como protagonista a un personaje diferente, aunque están relacionados entre ellos. La historia está ubicada en el barrio napolitano de Bagnoli y trata de captar el espíritu dominante en ese lugar particular y cómo se manifiesta en tres generaciones: un hombre de edad mediana, un anciano jubilado y un jovencito de 18 años. Giggino, el personaje del primer capítulo, es un desocupado de alrededor de 50 años que se pasa el día corriendo por las calles del barrio. Vive del producto de pequeños hurtos y también de algunas limosnas. Da la sensación de no tener hogar y pareciera estar huyendo permanentemente de algo. No obstante, a medida que avanza su historia, se devela que tiene una familia, pero su mujer lo ha echado de la casa y ahora está viviendo con su padre, Antonio. La conducta de Giggino es a simple vista disoluta, está en un estado de agitación permanente, anda todo el día de aquí para allá, sin rumbo fijo y en un estado mental bastante caótico. Por su parte, Antonio, el protagonista del segundo capítulo, es un ex trabajador de la fábrica metalúrgica que años atrás representó la época de oro de la barriada y que hoy es un esqueleto vacío y abandonado, un fiel reflejo de la decadencia económica y social de esa región de Italia. Antonio es un hombre viudo que percibe una holgada jubilación, suficiente para sostener un departamento que no es lujoso pero cuenta con todas las comodidades. Vive de sus recuerdos y es asistido por una empleada doméstica de origen ucraniano. Entre sus particularidades más notorias se destaca su devoción por la figura de Maradona, de quien conserva una camiseta de cuando jugaba en el Napoli, y se ufana de conocer la historia del ídolo con pelos y señales, motivo por el cual, algunos fanáticos van a su casa para que les cuente anécdotas del paso del jugador por el equipo más popular de la zona. La época en la que Maradona fue estrella del Napoli coincide con la época dorada de la que formó parte también la fábrica y la decadencia parece haber llegado también al mismo tiempo. De modo que para Antonio todo es nostalgia de un tiempo mejor que ya se fue y que desgraciadamente no volverá, y un presente de soledad y vacío. Finalmente, el tercer capítulo corresponde al caso de Marco, un muchachito que dejó la escuela y trabaja como delivery de una especie de despensa, por eso es conocido por casi todos los vecinos, ya que reparte los pedidos casa por casa. Es la mirada que apunta al futuro, aunque impregnada de incertidumbre, en un ambiente marcado por la miseria, la droga, la camorra y la presencia de inmigrantes que vienen huyendo de situaciones aún peores, donde no hay mucho margen para un desarrollo normal de la juventud. Los signos de decadencia se acumulan en todo el ejido urbano de esa barriada, que Capuano muestra con crudeza y sin artificios, como una herida abierta representativa del fracaso de un modelo que confiaba en el progreso y que de pronto naufragó, dejando a mucha gente sin trabajo, sin hogar y sin expectativas. Tal como lo expresa Capuano, su filme se parece a un fresco, una pintura rústica y sin artilugios de una comunidad tal como se percibe en la realidad cotidiana.