De duelo, frente al mar
Raro e irregular filme, hecho con gran libertad estética y belleza visual.
Desde el inicio de esta película de apenas 67 minutos, su realizadora, Mercedes Farriols, nos muestra su intención de hacer un filme distinto. En este punto confluyen las virtudes y los (probables) desaciertos del filme: la absoluta libertad creativa y la extraordinaria belleza de visual del inicio devienen en una suerte de muestrario tipo vean lo que soy capaz de hacer, abundante en manierismos. Bienvenidos, entonces, el desprejuicio y las búsquedas. Pero tampoco hay que suponer que una obra, por su mera condición de extraña o poética, es buena.
432Uno transcurre íntegramente en escenarios naturales, frente al mar. Cerca de la rompiente, cuatro mujeres que amaron a un mismo hombre lanzan las cenizas de él (alguna de ellas se las frota) y luego se sientan a recuperar su memoria o, quién sabe, a compartir un sueño. Encuadres extraños, bruscos virajes del blanco y negro al color y viceversa, planos largos con cámara fija, planos detalle trémulos con cámara en mano, diálogos fragmentados. Toda esta “experimentación” y más puede verse en el filme.
Otras curiosidades son la música, en la que predominan las melodías con saxo, jazzeras, y la utilización de destellos de color que, de pronto, iluminan franjas de la vegetación o del agua. Hay secuencias nocturnas trabajadas en azul francia y negro intensos; y otras, en blanco y negro, con un fuera de foco deliberado.
Si en la primera parte, la más lograda, Farriols logra un cierto aire -salvando las distancias- del cine de Lucrecia Martel, en la segunda cae en un explosivo popurrí en el que parece querer jactarse de sus búsquedas. Búsquedas que terminan más cerca estallido plástico que del redondeo cinematográfico.