Una historia alucinante Existe toda una vertiente de documentales sobre familias disfuncionales, como los inolvidables Tarnation o Capturing the Friedmans. Muchos de ellos, en primera persona, funcionan a modo de exorcismos: por caso, los nacionales -y menos revulsivos- Huellas, Papirosen o Familia tipo. I am Mad, a diferencia de estos tres, no indaga en la historia de su realizador, Baltazar Tokman (Tiempo muerto, Planetario), pero funciona en la misma línea, provoca la misma atracción, tiene la misma potencia. El protagonista, Miguel Angel Danna, tiene casi 40 años. En la espalda se tatuó la inscripción I am MAD : sus iniciales y, también, su declamación de locura. Danna es simpático, mujeriego -y, como todo mujeriego, algo misógino-, indiferente al trabajo (“¿Es loco aquel que persigue un sueño de guerrero o es loco el que va a trabajar ocho horas por día encerrado en una oficina?”), escuchamos en off. Cuando Miguel tenía 8 años, el padre abandonó a su familia, por una mujer; cuando tenía 12, su media hermana murió ahogada; un tiempo después él entró en una secta que funcionaba en Córdoba, liderada por un “gurú” con el que luego se iría su madre. Sobre todo en la primera parte, Tokman trabaja al mundo de Danna al modo en que Jonathan Caouette lo hizo con el propio en Tarnation: un trabajo de post-producción entre psicodélico, onírico y psicótico. Miguel, a diferencia de Caouette, no se muestra atormentado. Parece un freak simpático, algo ingenuo, algo infantil, que habita un mundo en el que se cruzan conceptos budistas, artes marciales, neohippismo y espíritu samurái: un mundo ambiguo. En la segunda parte, Tokman -que evita los juicios morales- pone a funcionar a Miguel en duetos: en diálogos a cámara junto con la madre de su hijo (que repite que él ya no le importa pero sigue acusándolo de acostarse con todas); junto con su padre (un personaje que parece salido, 45 años después, de Woodstock); o con un ex compañero de secta, sobre imágenes de archivo, en VHS, de lo que ellos llaman “La escuela”. Sobre el final, Miguel, que puede saltar de la lectura de Camus a un puticlub y viceversa, busca la verdad sobre su hermana muerta y comunicarse con su madre, prófuga con el llamado “profeta Mehir” de la Justicia. Entonces, I am Mad muestra su dimensión densa, perturbadora, alucinante.
Personajes desesperados En la novela Personajes desesperados, de Paula Fox, un matrimonio burgués que parece tenerlo todo empieza a mostrar grietas después de que ella es mordida por un gato callejero. En una escena de Aire libre, un perro les muestra los colmillos a Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) mientras caminan hacia la casa de campo que se están construyendo. La amenaza parece menor, pero no, porque la rabia está adentro de ellos: el malestar de una convivencia de años, la pasión erótica convertida en agresividad, miedo, culpa o vacío. El comienzo del fin: un estado casi animal, aunque Lucía y Manuel no lleguen, o no quieran llegar, a comprenderlo. Nada que no le pase a casi todo el mundo. Lo excepcional es el modo en que Anahí Berneri logra captar y transmitir este estadio de la vida en pareja. La realizadora, una de las más talentosas del país (incluidos, obvio, los hombres), vuelve a mostrar su poder de observación, su sensibilidad, su capacidad para narrar con un lenguaje cinematográfico que es, a la vez, delicado y tenso, abierto a múltiples significantes, carente de clichés, simplificaciones y juicios morales. Gran parte de su cine, de un realismo crudo, directo, cassavetiano, está hecho de seres comunes a punto de implosionar y de situaciones que generan empatía con lo que menos queremos observar en nosotros. Muchas críticas hablarán hoy del vínculo entre Aire libre y Por tu culpa, la anterior película de la directora. No vamos a ser originales: nos sumamos. Hasta Berneri dijo que Aire libre podría ser la precuela de Por tu culpa. Agreguemos que, entre otras analogías estéticas, narrativas y temáticas, en ambas películas la directora hace una magnífica “utilización” de los chicos como elementos dramáticos. En Aire..., las reacciones de Santiago, el hijo de siete años de Lucía y Manuel, funcionan como espejo que multiplica los desbordes de la pareja. Santiago parece sentirse bien sólo con su abuela materna: colgada y adorable -como siempre- Fabiana Cantilo. Pero hay otro elemento, vital, que Berneri trabajó más en Encarnación, con Silvia Pérez: el cuerpo. En Aire libre vemos a una Celeste Cid y un Leo Sbaraglia ligeramente deteriorados por el paso del tiempo y, tal vez, por una violencia indeterminada entre ellos (ambos debieron aumentar de peso para la película). Ella, que tiene moretones en las piernas, puede pasar de la indiferencia a los celos y de ahí a la furia o la provocación, en más de un sentido. Frente al espejo del baño, mientras él se seca tras un ducha, le dice: “Tenés tetas”. Una estocada letal, una de las tantas que se dan mutuamente. Mientras ¿construyen? su casa, ambos se instalan, primero, en la de la madre de ella. Después, él se va a vivir con sus padres. Casi sin darse cuenta, funcionan como divorciados o, también, como jóvenes inmaduros. Nada parece impostado (formidable trabajo con los diálogos) ni tampoco casual. Pero no escribamos más: que hablen, a través del buen cine, Sbaraglia, Cid y sobre todo Berneri.
Paranoia clasista Es difícil definir a Historia del miedo, ópera prima de Benjamín Naishtat. Película de terror, de suspenso, drama: pertenece a todos estos géneros y a ninguno. Lo claro es que el realizador, que por su precisión narrativa y estética no parece debutante, partió de la observación de conductas sociales. Más exactamente del miedo y del prejuicio de clase, abordados desde diversos puntos de vista, sobre todo del de la gente de un country aterrada por el afuera. Un afuera presumiblemente pobre, que Naishtat deja -en una decisión correcta- en el campo de lo abstracto, salvo por un par de personajes lacónicos. Al principio, la película parece una sucesión de viñetas, sintéticas y contundentes, que cumplen con el viejo axioma de que lo siniestro es lo cotidiano cuando se vuelve extraño. En este sentido, Historia del miedo es bien argentina -toma los rasgos de nuestra decadencia para reformularlos a través del terror- y así se vuelve internacional (tuvo un gran paso por festivales). También es bien urbana. Por momentos, transmite el mismo agobio que ciertos noticieros. Naishtat procura no ser maniqueo ni sentencioso: todos los personajes, sin divisiones sociales, parecen a punto de explotar de furia y nadie, a la vez, intenta explicarla. Alguien podría decir que el horror en un country ya fue tratado, por ejemplo, por Rodrigo Pla en La zona. O que Naishtat -que mencionó a John Carpenter como una de sus influencias- abrevó en el cine del enorme Michael Haneke, cuya marca registrada es la irrupción de la violencia extrema en medio de la (supuesta) calma burguesa. Pero hay que marcar otro acierto del joven realizador argentino. Al modo de los mejores ajedrecistas, Naishtat comprende que, casi siempre, la amenaza es más efectiva que su concreción. Y así construye un filme en el que la que desesperación supera -por mucho- a las situaciones que la generan, lo que es un modo, nada enfático, de hablar de paranoia, sin obviar que los paranoicos también tienen enemigos. En algún momento, una mujer mira ShowMatch, sin sonido. “Estoy cansada de las peleas. Miro sólo el baile”, dice. El humor irónico también entra en el universo de Naishtat.
Publicada en la edición impresa.
El origen de la tristeza Documental sobre dos chicas que mantienen una relación a escondidas. Un día gris, un día azul, igual al mar recupera lo que perdimos o lo que estamos perdiendo: confianza y delicadeza. Confianza en la inteligencia del espectador: algo poco común, en tiempos massmediáticos . Delicadeza para abordar temas vaciados, en cine, por la repetición de cierta retórica progre. El documental de Luciana y Melina Terribili habla de la asfixia -y del prejuicio- dentro de una familia, de una sociedad, de un sistema. En realidad, no “habla”: muestra. A través de detalles, sin énfasis y sin manipulación, sin paternalismo, con una belleza nada impostada y pocas palabras. La primera secuencia nos transmite la psicología de los personajes y una atmósfera compartida. Carmen, joven que vive en un barrio gitano de Granada, afeita a su padre, un hombre viejo que parece vacío. Después la veremos junto a su madre, que por alguna enfermedad está encerrada en su cuerpo: ida. La tele con programas de la tarde, Cristo colgado en la pared, demandas de cuidado a Carmen: dichas y no dichas. Aunque sus padres y hermanos no lo saben, Carmen tiene pareja: Sheila. Conviven, muchas veces, en un cuarto de la casa/prisión, a escondidas. Algo así como lo que ocurre en la novela Rabia, de Sergio Bizzio, con una mucama y un obrero que se mantienen juntos en el hogar de una familia rica que ignora la presencia de él, tal vez porque les resulta transparente. Pero la lucha de Un día gris.. . no es (perdón: no es del todo) de clases, sino de género, de íntima liberación, de confrontación -lo más difícil- con el propio miedo y la propia culpa. En una Andalucía poco pintoresca, sin que nadie nos manipule ni nos aleccione, sentimos empatía con Carmen y Sheila, y queremos que, si no pueden ser del todo felices, al menos no sean del todo desdichadas.
Llevar en la sangre El día trajo la oscuridad, de Martín Desalvo, es parienta lejana de Criatura de la noche, de Tomas Alfredson. Entre ambas, salvando las distancias, existe un vínculo sanguíneo: un vampirismo desplazado desde el cine género al de autor. Una transformación de los lugares comunes del terror en algo más lábil, más ambiguo, más esbozado que definido. El día… opta por un naturalismo trastocado: el viejo axioma de que lo siniestro es lo cotidiano cuando se vuelve extraño. Podríamos incluso reemplazar “cotidiano” por “familiar”, porque Desalvo centra su filme en el vínculo entre miembros de una familia sitiada por una epidemia. Nuestro punto de vista es el de Virginia, interpretada con solvencia por Mora Recalde. Virginia es joven y vive en una casona costera, en una zona boscosa, con su padre, que la deja sola para ir a atender a una sobrina enferma. A la casa llegará -desmayada, en brazos de un hombre- otra prima de ella, Anabel, encarnada por Romina Paula, ideal para un personaje frío pero sexuado, hosco, misterioso y amenazante, que duerme de día y camina por el bosque de noche. Entre Virginia -que parece no haberse asomado aún al mundo ni al deseo- y Anabel irá creciendo una relación erótica, mientras el afuera -y el adentro, de las dos chicas, que son muy distintas- se va volviendo cada vez más opresivo. El día... es una película lacónica, delicada, por momentos bella, por otros irregular, renuente a dar explicaciones. Su director fusiona el drama psicológico con el horror. Horror, perturbador, de lo no dicho.
Elogio de la diversidad Madam Baterflai, documental centrado en cuatro chicas travestis y una transexual, hace eje en la diversidad. Pero no sólo en la diversidad de género, sino en la de cada individuo. El principal acierto de este filme de Carina Sama es hacer foco en las personas que retrata, sacarlas de lo difuso, de lo (falsamente) homogéneo e incluso de lo pintoresco. Madam... logra trascender los lugares comunes, los enunciados defensivos u ofensivos, y se hace fuerte al mostrar: la mejor forma de interpelar al espectador y sus prejuicios. Las personas que protagonizan este filme son, entonces, tan variadas como las de cualquier otra orientación sexual, aunque las une, obvio, su lucha contra la intolerancia. Una de las chicas se muestra con sus padres comprensivos, otra con su marido y sus hijas trabajando en una granja, otra habla de su pasado como padre de familia, otra desliza sus prejuicios machistas (“Con las hormonas femeninas sentí que cambié todo. Ahora soy un desastre manejando”). Alguna hace una defensa de la prostitución: “Es una elección, una forma de conseguir plata, que no es fácil sino rápida”. La película, que fue filmada en Mendoza, recorre distintos tópicos, algunos previsibles y otros no tanto (desde el pensamiento religioso hasta los modos cruentos de modificar los cuerpos), y en cierto punto da un giro dramático: una de las protagonistas se suicida dos semanas después de haber dado su testimonio. Ahí se abre una dimensión dolorosa, la de seres que padecen la dualidad entre cuerpo y deseo, como todos, pero que fueron y siguen siendo marginados (maltratados) por la mayoría.
Publicada en la edición impresa del diario.
El lado oscuro de la estrella Cualquier futbolero -lo recuerde o no- vio alguna vez a Goyo Carrizo. Cada tanto lo llevan a algún medio para que hable de la niñez de Maradona. Y Goyo, que ganó todo junto a Diego en Los Cebollitas, pero que no conoció otra gloria, habla con infinita admiración, dice que fue un milagro haber jugado con el más grande, cuenta viejas anécdotas y después vuelve al olvido, en su precaria casa de Villa Fiorito. El gran acierto de este documental es hacer foco en su vida, la vida de uno de los tantos que no llegaron, y transformar a Maradona en un personaje secundario, ausente, difuso, ambiguo. Goyo sigue elogiándolo, pero a través de su mirada triste, de sus palabras angustiadas, cargadas de culpa por no haber salvado a sus hijos (uno se llama Diego Armando) de un destino pobre, entendemos que la inmensidad maradoniana lo aplasta y seguirá aplastándolo. ¿Fue un milagro haber formado dupla con El Diez o un trauma que nunca se sacará de encima? El otro... se limita a mostrar a Goyo en su hábitat: buscando algún crack incipiente en canchitas polvorientas del Interior, un toque de suerte tardía. Por ahora, vive en la villa, vende fuegos artificiales, tiene bajo perfil, párpados caídos, poco pelo, pocos dientes, familiares místicos que le sugieren que una maldición cayó sobre él. Cuenta que una tarde estuvo por jugar en la primera de Argentinos con Maradona, que al final no entró, que se rompió los ligamentos de la rodilla en un partido de reserva, que creyó que seguiría los pasos del Diego pero no. En una charla para chicos que sueñan con ser futbolistas profesionales dice: “Le agradezco a Dios por todo lo que le dio a él”. Doce palabras que hablan más que mil imágenes. En algún momento, vemos imágenes borrosas de Los Cebollitas en acción. Diego no sólo era un pequeño genio: ya tenía esa cierta forma -que luego le conoceríamos- de inflar el pecho, de alzar el mentón, de amagar con llevarse el mundo por delante. Goyo, Goyito, no. Su destino sería convertirse en el negativo del otro, nada menos que de Diego Maradona.
La gran capitana Mika, mi guerra de España es el retrato íntimo de una pareja argentina cuyo destino cruzó la Historia del siglo XX. Un destino revolucionario, cargado de pasión y muerte. Elegido. Porque Mika Feldman e Hipólito Etchebéhère, que se conocieron en Buenos Aires militando por la reforma universitaria de 1918, decidieron combatir en cualquier lugar en donde se peleara por un mundo nuevo. El cayó bajo las balas franquistas, durante la Guerra Civil Española; ella, condujo tropas republicanas: fue capitana, la única mujer con mando. “Una mujer dirige la compañía y los milicianos lavan sus calcetines. Para revolución, ya es grande”, recuerda Mika que le dijo alguien durante su “guerra de España”. Lo recordó, en realidad, en su libro de memorias (reeditado ahora por Eudeba), leído en off -o deberíamos decir: interpretado en off- por Cristina Banegas, quien nos hace sentir que Mika –muerta en 1992, a los 90- nos habla en primera persona, con un lirismo y un coraje dignos del Che. Otros elementos fuertes de la película son las imágenes de archivo: fotos de la pareja -que decidió no tener hijos para luchar sin condicionamientos-, escenas de los combates en el frente, y dos entrevistas a Mika: una, hecha por la televisión española; la otra, en blanco y negro, por la francesa. Este filme, realizado por Fito Pochat y Javier Olivera, sobrinos nietos de Hipólito, no procura salirse de lo convencional: sabe que la historia que cuenta tiene la fuerza y el interés suficientes. Mika comenzó siendo anarquista, luego fue marxista y finalmente trotskista. Luchó contra el nazismo, el fascismo, el franquismo, hasta que también confrontó con el stalinismo. Es raro, o no tanto, que ella e Hipólito no sean muy conocidos. Este documental y la reedición del libro intentan reparar esa injusticia histórica.