Uno de los tantos pecados que cometió el ser humano a través de los siglos, y parece que va a seguir cometiendo, es el de creerse superior y, de la mano de ello subestimar, denigrar, y no tolerar a otro que no entra dentro de los parámetros aceptados por uno mismo. Esa constante se torna muy poderosa, casi invencible, cuando quienes la ejercen se encuentran dentro de una escala de valores sociales con una posición ventajosa por sobre el resto.
Sebastián Díaz dirigió este documental para retratar y hacer popular unos casos de intolerancia, irrespetuosidad e ignorancia, ocurridos en el siglo XIX en nuestro país, y cuyos protagonistas fueron militares qué, en pos de la pacificación nacional, necesitaban atrapar vivos o muertos a los Lonkos (caciques) de ciertos grupos indígenas que habitaban la región sur de la provincia de Buenos Aires, luego de la llamada Campaña del Desierto.
El director toma como referencia a tres personajes que tuvieron un recorrido de sus vidas y un destino final similar. Ellos fueron Juan Cafulcurá, Cipriano Catriel y Mariano Rosas, quienes fueron considerados enemigos y, luego de muertos, miembros del ejército argentino encontró sus tumbas, las profanó, se llevaron sus cabezas y, como trofeos, las entregaron al museo de La Plata, donde el Perito Francisco Moreno las recibió con beneplácito, para ser objetos de exhibición.
Otro indígena, Vicente Pincen, fue perseguido y encarcelado, pero luego liberado y nunca se supo más nada de él.
Quienes cuentan las vidas de estos personajes son historiadores que escribieron libros sobre ellos, y también algunos descendientes. El sistema narrativo es el más típico en estos casos, que es el de las cabezas parlantes que hablan a cámara pero, cuando salen a recorrer ciertos terrenos, caminan y muestran cosas o lugares por donde pasaron los pobladores originarios, y lo que se escucha es su propia voz en off explicando los hechos.
La película está compaginada de tal modo que no hay baches entre toma y toma para que tenga un buen ritmo y que no sea anodina. En la mayoría de las escenas predomina el sonido ambiente aunque, de vez en cuando, suenan unas melodías instrumentales compuestas especialmente para amenizar las imágenes. Además, hay unos jueguitos y ecos con los planos sonoros de las voces de quienes hablan.
Para sustentar los testimonios muestran antiquísimas fotos de ellos y de otros indios, pinturas y dibujos animados ejemplificando lo que se supone que pasó en ciertos casos. Además, la cámara registra monumentos, establecimientos, territorios, cartelería, etc., para hacer saber qué, por donde los pueblos originarios pasaron, especialmente sus Lonkos, no fueron olvidados, como sí lo hicieron los que comandaron y comandan las riendas de nuestro país.