El documental de Sebastián Díaz, 4 Lonkos, es el segundo de una trilogía que aborda la Campaña del desierto, inaugurada con el primero de ellos, La muralla criolla (2017). En este nuevo filme se aborda el tema de la sangrienta campaña del desierto, pero a partir de la vida, y la muerte de cuatro caciques pertenecientes a los indios tehuelches, mapuches y ranqueles. Está dividido en cuatro partes, cada una de ellas lleva el nombre del cacique en cuestión. Cafulcurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel, y el inapresable y nunca hallado Francisco Pincén.
David Viñas proponía en su ineludible libro “Indios, ejército y frontera” leer la Conquista del Desierto como lo que fue, un genocidio de indios, los primeros desaparecidos de la historia Argentina, a manos del General Roca, porque como bien dijo Estanislao Zeballos: “la barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”. Y cumplió. Vaya que cumplieron, Roca, Zeballos, el Perito Moreno, y el General Villegas junto a Levalle y Racedo. Y cumplieron con creces.
Muchos ignoran que el cartógrafo, y coleccionista de cráneos Estanislao Zeballos, era un hábil profanador de cementerios indígenas, obsesionado por sus cráneos, llegó a ordenar a sus fieles servidores Levalle y el Coronel Racedo, a profanar las tumbas de Calfucurá y Mariano Rosas, porque deseaba engrosar su ya numerosa colección de cráneos indígenas. Afortunadamente en el 2001 el cráneo de Mariano Rosas, que se encontraba exhibido dentro de las vitrinas del Museo de Ciencias Naturales de la Plata fue restituido a su familia Ranquel.
El hallazgo de este documental reside en que en vez de transmitirnos la historia de vida de los 4 lonkos desde el punto de vista del experto, léase: juicios de valor, apreciaciones o consideraciones en términos de las disciplinas tales como la ciencia, la historia o la antropología occidentales, en este documental se escucha la voz siempre acallada del indio a través de los grandes defensores de las razas originarias, en este caso, la voz del gran defensor de los derechos humanos, el ya desaparecido, Osvaldo Bayer, y también la otra voz del recientemente fallecido, el gran antropólogo, Carlos Martínez Sarasola, que cuenta el esplendor y el ocaso de sus vidas, la de los lonkos, desde la mitología indígena sobre la que los caciques han abrevado, y han nutrido sus creencias y sobre las que han sustentado sus propias vidas.
El antropólogo Carlos Martínez Sarasola, así como Marcelo Valko, entre otros, aciertan en sus investigaciones recuperando y restituyendo la vida y las desventuras de estos cuatro caciques desde su propia cultura, y tradición mapuche, tehuelche y ranquel, es decir, dejando de lado el valor de la voz autorizada y autoritaria de la ciencia, para que su discurso se impregne hasta infectarse de esa mitología indígena borrada y sepultada por los saberes occidentales y cristianos, en la que por ejemplo, un guerrero bravío como lo fue Calfulcurá, contara con una piedra sagrada, a la que aferrarse, la piedra azul, caída del cielo, un desprendimiento del cielo, para ellos, para nosotros, evidentemente, un pedazo de meteorito, para enfrentar los embates cuando se batía con el huinca, el blanco, en los campos de batalla. O el espíritu protector al que recurría en momentos difíciles y que lo acompañaba en cada enfrentamiento o situación en que ponía en riesgo su vida.
Si bien el documental intercala lecturas, testimonios de miembros de las comunidades a las que pertenecían los caciques, además de escenas de animación con las que se pretende “ilustrar” la profanación de sus tumbas, lo más interesante es la interpelación que hace el filme al espectador como preguntándonos de qué lado se encuentra la civilización, y de qué otro lado nos enfrentamos con la barbarie…
En la última escena se nos muestra una serie de fotografías del inasible, en todos los sentidos posibles, Francisco Pincén. Vemos, y se nos explica, que el fotógrafo manipuló las poses, y lo produjo, vistiéndolo de determinada manera, con el torso expuesto, y enarbolando una lanza o una flecha en su mano, para darle al fotografiado, o más bien para construir una imagen más “salvaje” o étnicamente “exótica” y menos “civilizada” volviendo a ejercer así una vez más violencia sobre su cuerpo, al que denodadamente han pretendido dominar y manipular sin éxito alguno, ya que hasta el día de hoy se desconoce el paradero y el destino final de los restos de Pincén.
Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico