Pasado continuo
Probablemente el último plano con el que se queda Haigh tenga el poder de síntesis que dos de las secuencias previas del asfixiante clímax anunciaban: por el lado del personaje de Kate (Charlotte Rampling) el momento en el que se dirige bruscamente al baño y se observa en el espejo y por el lado del personaje de Geoff (Tom Courtenay) el accidentado discurso con palabras que se atropellan con emociones contradictorias. Ese gesto de cansancio que cierra el film, con Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff puede parecer anticlimático o ambiguo, pero es de una claridad que corresponde al verosímil del relato. Y este es el punto donde la película de Haigh gana autenticidad a pesar de lo forzadas que puedan resultar algunas metáforas, la atención a los detalles y la progresión de cómo ese vínculo se va desmantelando hasta el punto de lo irreparable, más allá de lo que la imagen nos muestre.
El relato arranca con la pareja planeando la celebración del aniversario de bodas de 45 años, hasta que durante una conversación matinal inofensiva le informan a Geoff que hallaron el cuerpo de una mujer que estimaba en Suiza. Por supuesto, esta mujer que estimaba, un pasado borroso al que apenas había mencionado, va cobrando una presencia cada vez más relevante en el relato, conforme Kate va descubriendo que esa mujer de alguna forma nunca ha dejado de persistir en la vida de Geoff. La invasión de ese fantasma que rompe la cotidianeidad de esa pareja va tornando la preparación del aniversario en un verdadero calvario que cuestiona desde el recuerdo la solidez de ese vínculo. Esa mujer difunta y congelada en las montañas de Suiza, cuyo cuerpo sin embargo ha permanecido intacto al paso del tiempo, es de alguna manera una metáfora de cómo esa historia no ha sido superada más allá de su relación con Kate. Lo que es peor, esta presencia es aún más relevante en el espacio físico de su hogar, que se va volviendo cada vez más presa de ese recuerdo.
Pero el punto de vista se encuentra sobre Kate antes que en Geoff, permitiéndonos descubrir a través de los ojos de ella cómo las nociones sobre lo que estaba construido se desmoronan. La lentitud con la que se puede achacar que avanza la trama corresponde al paso de los días, permitiéndonos entender porqué el relato se sostiene en sutilezas antes que en gestos explosivos: la película avanza sobre una pendiente inevitable a la que los diálogos, los silencios y los pequeños gestos nos llevan. Es por ello que el film se sostiene en las actuaciones de Rampling y Courtenay para llevar el tono de la narración. Pero claro, no estamos hablando de teatro, y la dirección encuentra desde el encuadre la lucidez para contar la historia y que entendamos las sutilezas narrativas que sobrelleva; no hay mejor ejemplo que el encuadre final, con un plano medio que se queda con el personaje de Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff, que se encuentra fuera de cuadro.
45 años es un drama que puede resultar denso por momentos, pero la solidez de las actuaciones y un guión que no deja ningún detalle al azar la hacen una propuesta intensa que no dejará indiferente.