La noticia parece sacada de una película de ciencia ficción o fantástica, pero las consecuencias son tremendamente reales en 45 AÑOS, la extraordinaria película de Andrew Haigh que protagonizan dos leyendas de la actuación como Charlotte Rampling y Tom Courtenay, interpretando a Kate y Geoff, una pareja que está por cumplir los años de casados que dan título al filme. La noticia en cuestión llega por carta: el cuerpo congelado de una ex novia de Geoff, que había desaparecido en un accidente en las montañas suizas medio siglo atrás, ha reaparecido tras ceder las nieves que lo cubrían. Pero ese disparador no lleva a los protagonistas a hacer una investigación ni un viaje físico, sino uno emocional e íntimo, uno que pone en duda la en apariencia sólida relación que tienen desde entonces.
Geoff comienza a obsesionarse con ese recuerdo del pasado y Katya más aún, incapaz de comprender porqué nunca habían hablado del asunto más que de forma pasajera. ¿Siguió Geoff enamorado de ella todos estos años? ¿Los 45 años que vivieron juntos no fueron lo felices que parecieron? ¿En qué pensaba él todo este tiempo? ¿Cómo ella no lo vio? Es una suerte de quiebre emocional que los afecta de manera diferente. Para él –que es mayor que ella y en apariencia un tanto senil– es un viaje a recuerdos que creía olvidados, pero con la claridad (o una resignación ya incorporada) de que esa relación pertenece al pasado más remoto. Para ella –por más que haya sucedido previo a su historia en común– lo que es una novedad es enterarse que su marido siempre ha estado un poco acá y un poco allá. Y que algunas decisiones que tomaron en su vida en común estuvieron ligados a ese hecho.
45 AÑOS está narrada sin apuros ni escenas de intensidad dramática convencional. Como corresponde a una pareja de septuagenarios ingleses este drama se va manifestando en dosis módicas y discretas, sin romper del todo el contrato mutuo ni las apariencias, lo que implica seguir adelante con los planes de la fiesta aniversario. Pero ese dolor de Kate (Rampling captura a la perfección cada uno de los delicados matices emocionales de su personaje) se va haciendo cada vez más hondo y, ya imposible de tapar, brota cuando menos lo espera al punto de volverse devastador sobre el final. Pero Haigh se mantiene siempre a una distancia prudencial de las emociones, apostando por un pudor y sobriedad que son similares a la de los personajes. Y el efecto que consigue es extraordinario: la acumulación de pequeños incidentes y frustraciones no expresadas de toda una vida terminan generando en Kate y en el espectador un nudo en la garganta que tarda mucho tiempo en desaparecer.