El pasado que vuelve
45 años cuenta la historia de un matrimonio de septuagenarios que se vuelve universal gracias al genio de Charlotte Rampling y Tom Courtenay.
Parece mentira, pero después de cincuenta años de carrera, Charlotte Rampling fue nominada al Oscar por primera vez este año. La actriz inglesa fue modelo en el Swinging London y participó de películas emblemáticas como La caída de los dioses (Luchino Visconti, 1969) y Portero de noche (Liliana Cavani, 1974), pero fue en la madurez que alcanzó la excelencia. Sus trabajos con François Ozon son extraordinarios: Bajo la arena y especialmente La piscina son de esas películas que más allá de sus virtudes y defectos, tienen en su protagonista un espectáculo aparte.
Este año Rampling fue la convidada de piedra en el Dolby Theatre. Le ganó Brie Larson por La habitación (merecido), pero cualquier otra candidata tenía más chance que ella. Es que la película por la que había recibido su primera nominación era la inglesa 45 años, la menos “fuerte” de todas, que venía del Festival de Berlín (donde Rampling ganó, también por primera vez, el Oso de Plata) y no de la taquilla norteamericana.
El director es Andrew Haigh, cuya película Weekend se pudo ver acá en el BAFICI de 2011 y que es productor de la serie de HBO Looking. Ahora deja por completo la temática gay y de relaciones entre jóvenes para entrar a un terreno completamente diferente y, en principio, ajeno: el matrimonio en la tercera edad.
Pero 45 años no es una película qualité o para viejas domingueras, a pesar del asunto que parece tan propenso a eso. Sin apelar al humor ni a la liviandad, Haigh logra contar una historia adulta y seria sin solemnidad ni patetismo, con sutileza y agudo sentido del ritmo y la narración, con la ayuda insustituible de la enorme Rampling y del no menos fundamental Tom Courtenay (también ganador en Berlín).
La premisa es fuerte y concreta. Kate y Geoff son un matrimonio sin hijos que viven tranquilos en una casa agradable en la zona rural de Norfolk, al este de Inglaterra. Están preparando su fiesta de aniversario: en pocos días cumplirán 45 años de casados. Llega una carta de Suiza: apareció el cuerpo congelado de Katya, la novia que tenía Geoff en los años ‘60 antes de conocer a Kate y que había muerto durante una caminata por un glaciar.
Esa carta, y la conciencia de que a unos cientos de kilómetros está el cuerpo joven, intacto e inerte de su amor de juventud, hace que Geoff se empiece a distanciar de Kate. Y Kate lucha, primero pasiva pero cada vez más activamente, contra esa rival del pasado.
Casi no hay diálogos melodramáticos: todo pasa por debajo, por adentro. Pero Rampling y Courtenay son tan extraordinarios -y Haigh tiene tan claros sus personajes- que comprendemos perfectamente lo que sienten, y a medida que los vemos, pensamos en qué nos pasaría a nosotros en su lugar. ¿El amor se elige o sucede? ¿Se puede tener más de un amor en la vida? ¿Extrañamos amores del pasado o extrañamos la juventud, solamente el pasado?
Fascinante, melancólica y de una aparente sencillez, 45 años es un pequeño milagro escrito por un tipo relativamente joven (Haigh tiene 43) que gracias a la colaboración de dos actores de 70 y 79 años -y de una sensibilidad privilegiada- logra hacer universal una historia eminentemente generacional.