47 Ronin y la destrucción de una leyenda
No hay nada más molesto que los protagonistas de una película hablen inglés en un film que transcurre en un lugar en el que se habla otra lengua. Esta incongruencia es a veces perdonada a favor de grandes épicas como Doctor Zhivago o Gladiador –Russell Crowe y el latín no pegarían demasiado. Pero ya hay un problema serio cuando los integrantes de un elenco casi enteramente japonés luchan por mantener cierta credibilidad al recitar líneas de un guión en un idioma que no es el suyo, enfundados con trajes de samuráis, mientras Keanu Reeves habla con marcado acento americano. La ilusión se desvanece.
Pero el debate "inglés versus japonés" en 47 Ronin es el más pequeño de los detalles. El film adapta para la pantalla grande una de las leyendas más famosas y míticas de Japón. Cuenta la historia de un grupo de 47 ronin –samuráis sin señor al que servir- que deciden vengarse por la muerte y el deshonor de su maestro. De esta manera, acompañados por un mestizo al que discriminaron y torturaron por muchos años (Keanu Reeves), planean una estrategia para lograr su cometido y volver a recobrar el honor perdido de la estirpe de su pueblo y el linaje de su amo.
Además de agregar de la nada al personaje de Reeves a una historia verdadera del siglo XVIII-que queda más fuera de lugar que un pingüino en el desierto- en un intento de seducir a la taquilla, la película se toma otras libertades. El film de Carl Rinsch transcurre en un Japón en la época feudal, en tiempos de "magia y misterio", según autoproclama. Es así que los ronin luchan con criaturas míticas y hechiceras que pueden transformarse en zorros blancos. Pero estos elementos fantásticos -que le proporcionan al largometraje un toque de color y atractivo a la casi aburrida trama- resultan chocantes y no logran ensamblarse bien con la premisa básica.
A un ritmo un tanto lento por momentos, y con un promedio de 20 minutos de diálogo en las dos horas que dura la película, 47 Ronin se cree más épica y profunda de lo que realmente es. Éste es el debut cinematográfico de Rinsch, protegido de Ridley Scott. Y se nota. Sin importar la cantidad de CGI y bestias fantásticas que meta no puede dejar de ocultar la falta de emoción y substancia, a pesar de tratar temas como la redención y el honor. Pero no está solo en este circo, y el crédito por esta película insulsa y olvidable es compartido con los guionistas Chris Morgan y Hossein Amini, cuyas pocas y superficiales palabras –algo que en realidad le viene bastante bien a Keanu Reeves- contribuyen a la caída en picada del film a medida que van pasando los minutos.
Capítulos aparte, sin embargo, son las actuaciones de Rinko Kikuchi (Brothers Bloom y Babel) y Hiroyuki Sanada (Wolverine y Sunshine: Alerta solar), que le dieron a la película toda la fuerza y la épica que les fue posible, y lograron que no terminara siendo un fracaso total. Contrastan notablemente con Keanu Reeves, que supuestamente es el personaje principal pero cuya presencia emocional brilla por su ausencia.
47 Ronin es, entonces, el resultado de lo que pasaría si tomamos una de esas típicas películas de artes marciales que pasan los domingos en los canales de aire y la maquillamos con efectos visuales y mucho presupuesto. Lejos de ser un buen ejemplo del cine japonés, de ahora en más será sacrilegio siquiera mencionar a este film en la misma categoría de Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa.