El honor ante todo
47 Ronin: La leyenda del Samurai es un filme de desafíos. Uno: debía recrear fielmente, y con el aura irreal (y muchas veces innecesaria) de Hollywood, a un clásico de la historia japonesa del 1700. Dos: el inexpresivo Keanu Reeves nuevamente al frente de un papel de acción (lo último, El día que la Tierra se detuvo) despegándolo del filme Constantine y Neo (Matrix). Tres: lo más arriesgado, depositar más de 200 millones de dólares de presupuesto en manos de un novel director como Carl Rinsch.
¿Qué sucedió? Uno, la historia. Kai (Reeves), es un mestizo que se suma a las fuerzas de Oishi (Hiroyuki Sanada), jefe de los 47 Ronin, la legión de samurais cuyo viejo líder es condenado a muerte y el resto del grupo obligado al destierro por parte del malvado Lord Kira (Thadanobu Asano).
Con ellos, Rinsch creó un híbrido. Por un lado está la solemnidad de la leyenda, donde el aspecto visual y sonoro de Ronin 47... jamás es maltratado. Logradas panorámicas del Japón feudal del siglo XVII y un clima hipnótico en cuanto a la liturgia nipona (sobre todo el seppuku, el ritual de suicidio) se adhieren a exageradas performances de lucha con sables de filo infinito donde se huelen cositas de 300, y del Gladiador de Ridley Scott. ¿O no encaja el samurai gigante con el enmascarado Tigris de Gaul?
Mezclar brujas y demonios en CGI no le hizo cosquillas a Rinsch. La seductora, e irreconocible, Rinko Kikuchi le da el toque fantástico a este filme donde honor y venganza se imponen ante todo.
Dos, los actores. Reeves parece camuflado en la historia, su gesto siempre adusto es un ingrediente a la camada de personajes secundarios que por momentos se lo devoran al astro canadiense. Y por esto.... Tres, a Rinsch le costó caro: fue expulsado por la compañía productora durante la edición del filme ante el supuesto escaso protagonismo de Keanu. Y esto, paradójicamente, es lo más ponderable de un filme donde Sanada guía la película, Asano desafía, Kikuchi hechiza y Reeves... es Reeves.