Samuráis de la globalización
47 Ronin tiene a Keanu Reeves como protagonista, aunque las verdaderas estrellas son los actores japoneses del filme. La película retoma una historia mítica desde un punto de vista kitsch.
Empecemos por los discretos y escasos aciertos de este producto sólo concebible en nuestro tiempo: la presunta inexpresividad y parsimonia de Keanu Reeves (es el personaje más circunspecto, incluso cuando le toca la escena más cursi y ridícula de la película).
Si bien es él la figura conocida, las verdaderas estrellas son japonesas, como corresponde, pero hablan en inglés. El debutante director Carl Rinsch no es Clint Eastwood, aunque pudo contar con un seleccionado de estrellas del cine nipón: están los grandiosos Hiroyuki Sanada y Tadanobu Asano, o el bueno y el malo, en los parámetros interpretativos del filme. ¿Hay algo más? Los atuendos, el sonido de las katanas, la arquitectura imperial.
La historia es casi mítica y tuvo lugar en el año 1701, en el vigente orden feudal del período Edo. 47 samuráis leales a su amo, convertidos en ronin por la injusta muerte de su líder, deciden vengarlo y hacer justicia en su nombre. Una vez logrado el objetivo, se entregaron al shogun, que les concedió el derecho de quitarse la vida con honor. El tema de fondo aludía a la corrupción reinante, y la persistencia en el tiempo de esta historia responde a que la actitud de desobediencia de los ronin fue siempre leída como una defensa de la lealtad y la justicia.
Las connotaciones políticas y morales brillan por su ausencia en el filme de Rinsch. Todo se reduce a una trampa que orquesta Kira, un samurái muy ambicioso, contra el clan samurái de Asano. Ayudado por una bruja, capaz de volar, devenir dragón o lobo, logrará que Asano ofenda y deshonre al shogun, que lo condena a muerte. Además, se decreta que la hija de Asano, Mika, podrá hacer duelo por su padre durante un año y luego tendrá que contraer matrimonio con Kira. Y es aquí donde el filme introduce su lado fantástico y romántico: Mika está enamorada de un mestizo llamado Kai, que fue criado por unas entidades demoníacas del bosque y luego adoptado por Asano.
Si 47 Ronin hubiera sido una aventura de animación acerca de unos héroes de una cultura milenaria, en la línea de Mulan, tal vez habría funcionado. Pero el kitsch metafísico y fantástico, los efectos especiales desprovistos de una idea de cine precisa y una banalización de la historia que lo inspira hunden al filme en la insignificancia absoluta. 47 Ronin es tan sólo un remedo de una película japonesa. Se puede ver el filme homónimo de Mizoguchi: no está Keanu Reeves, pero Japón vibra en sus fotogramas.