La mirada deforme
La leyenda japonesa de los 47 samuráis caídos en desgracia que entregan su vida en venganza de su amo es una de las historias más revisitada por los japoneses, y también, de las más exportadas por parte de Japón. La historia sirve internamente como una alabanza de lo tradicional a su vez que representa una declaración de principios de lo cual los japoneses se enorgullecen de mostrar, un relato que se edifica sobre los mandatos del Bushido (El Camino del Guerrero) vinculados con el honor, la lealtad, la perseverancia, la justicia, y también, la entrega total, el sacrifico y aceptación de la muerte. 47 Ronin es el relato folclórico de los samuráis sin amo (llamados ronin por esa razón) que vengan la caída de su líder, Lord Asano. Una aventura que permite ostentar lo “japonés” a través de la idea romántica y tradicional del Bushido.
En este caso la visión japonesa de su propia cultura es procesada además por la visión occidental, la hollywoodense, y por último, la del blockbuster. Resta entonces una total deformación, donde se utiliza la palabra samurái y honor para dar una entidad que no se observa, y el término “cultura japonesa” queda resumida al exotismo y al estereotipo. Así de deforme como Memorias de una Geisha (2005) de Rob Marshall, estamos frente a otra película donde actores japoneses hablan en inglés, porque como sabemos, los habitantes del gran país del norte no leen.
Y una película situada pero no filmada en Japón (se filmó en Budapest y Londres) sabe que con samuráis no alcanza para ser negociable, entonces debe aparecer un occidental (o medio occidental) para salvar al mundo. Ese es Kai (Keanu Reeves), un mestizo hijo de una japonesa y un inglés, abandonado en el bosque para morir y criado por los Tengu. Estos mitológicos Tengu son demonios del bosque, lo que lleva a uno de los pocos aciertos del film, mostrar a Kai como la invasión de un afuera asimilable a lo demoníaco. Una visión que suena lógica ya que Japón pasó mucho tiempo aislado del mundo, y esta historia, desarrollada durante la Era Tokugawa, sucedió durante ese período. Eso sí, aunque en esa Era los samuráis llevaban un corte de pelo específico (con la parte delantera rapada), no se condice con los de los héroes film, algo que pareciera un dato menor sino fuera el ejemplo más claro de lo que representa la película, una visión que no logra atravesar el mero orientalismo. Otro ejemplo de esto es la decisión de mostrar un dragón (maligno) porque encaja con la visión foránea de lo oriental, pero que no se condice con el espíritu original del Dragón, la de ser portador de sabiduría. La incorporación de los Tengu y el Dragón no es lo único “mágico” que aparece, también hay una bruja, un animal monstruoso, un samurái gigante. Y katanas mágicas, como olvidar las katanas mágicas. Este agregado fantástico es una de las novedades de esta versión de los 47 Ronin. Una idea que podría haber funcionado si hubiera sido utilizada para potenciar la leyenda en vez de ser estrictamente funcional a la obligación actual de incorporar efectos CGI para hacer un film visualmente espectacular. Algo que no logra.
Entre la mezcla de lo fantástico y lo tradicional, la película utiliza arbitrariamente lo místico desdibujando la idea del samurái.
Las batallas reales entre los guerreros son olvidadas, y las pocas que hay no logran un mínimo interés emocional, dándole más entidad a los enfrentamientos generados por computadora. Cualquier escena de Azumi (Ryuhei Kitamura, 2003), 13 Asesinos (Takashi Miike, 2010) o Kenshin, El Guerrero Samurái (Keishi, Ohtomo, 2012) le pasa el trapo. Y eso, solamente para nombrar películas contemporáneas.
El resultado final no debería sorprender, el ignoto director Carl Rinsch buscaba un film hollywoodeado de la leyenda japonesa. Por eso atraviesa lo que un producto made in japan tiene que tener: la flor de cerezo, el sepukku (hara-kiri), las armaduras samurái, el dragón. Presentando un mundo fantástico que puede resultar una extensión de Piratas del Caribe, y que resulta igual al origen de aquella saga, un parque temático salido de Disney para que la gente se pasee un rato por lo “japonés“ sin que se derrame una gota de sangre, un sepukku apto para toda la familia.