Por tercera vez en quince años vuelve el Hombre Araña. El más popular de los héroes de Marvel finalmente puede juntarse con el resto de la pandilla para comenzar otra (si, otra) franquicia de superhéroes. El esperado regreso del personaje no decepciona. Sin embargo, tampoco sorprende. Y lo que parece irremediable, esta nueva era de supercine sufre un agotamiento de ideas y recursos. Claro, hay excepciones. Esa maravilla llamada Logan es una de ellas. Pero es la excepción la que confirma la regla. Y así estamos en un tiempo de fórmulas, y principalmente, intrascendencia cinematográfica. Cuidado, no estoy diciendo que sean un desperdicio total. Son productos para el entretenimiento, y en ese aspecto, la amplia mayoría cumple con creces. Pero hay algo insustancial e intercambiable entre todas. Inclusive las películas del universo DC, que manejan otro registro y enfoque, causan el mismo efecto. ¿Será que se hace cada vez más difícil lograr ser entusiasta con lo que sucede en la pantalla? Arriesgo una característica que comparten todas: la inmutabilidad. Nada cambia realmente. Nos han vendido guerras civiles, batallas definitivas y monstruos intergalácticos, pero el daño es intangible (más allá de la mejora del CGI). Siempre es el comienzo de una saga, el pedazo de un rompecabezas. Un cambio concreto nunca es una variable. Se vuelve hasta de la muerte y las sagas se reinician rápidamente. Al comienzo uno esperaba la confluencia, la interconexión, después de quince años y una pila de películas, es inevitable no notar la falta de impacto. Situación que se agrava por la ausencia de historias o personajes profundos, complejos, interesantes. Este nuevo hombre araña comienza otra vez. Otra vez la secundaria, otra vez aprender a manejar sus capacidades, otra vez levantarse una vez caído, otra vez resistir para que alguien no caiga al abismo. Otra vez. Ahora, si uno piensa que las historias carecen de novedad, ¿había necesidad de contar casi todo en los avances? Sin lugar a dudas, eso no ayuda. ¿Habrá una exigencia de dar algo cada vez más digerido para que la gente se sienta confortablemente adormecida? Espero que no, porque hay grandes historias para contar, aunque al parecer, el riesgo a tomar ronda el cero. El esperado regreso del personaje no decepciona. Sin embargo, tampoco sorprende. No se engañen por mis palabras un tanto duras con el mundo superheroico. Spider- Man: De Regreso a Casa (Spider-Man: Homecoming) no falla en lo que desea otorgar. El espectador va a pasar un grato momento viendo las desventuras escolares de Spidey mientras intenta que lo incluyan con Los Vengadores, y también, va a quedar satisfecho por los efectos visuales. Tom Holland es certero como él arácnido y Keaton presta su figura para ayudar a no despegar la mirada de la pantalla. El resto de secundarios cumple. Mucho vértigo adolescente, mucho humor (marca registrada de Marvel). La historia es un tema aparte, queda engullida por los mecanismos de la burocracia de los súper héroes. Un guión tan carente de imaginación que mientras Spider-Man atraviesa los patios de un barrio, se ve en una televisión a Ferris Bueller (Ferris Bueller’s Day Off, 1986) realizando la misma secuencia. Por si no se entendía la referencia. Un tema aparte es la exclusión del famoso acontecimiento de la muerte del tío Ben. Una decisión controvertida. Se puede entender la idea de que, al igual que la muerte de los padres de Bruce Wayne/Batman, se ha visto demasiado. En mi opinión, le resta un anclaje dramático y trágico al personaje, erosionando la gravedad en su aventura. Quizás esa sea la intención, una historia más inofensiva, menos oscura. Sin embargo me pregunto si uno puede esperar más de estos films, si van a poder escapar a la fórmula. Esperemos que así sea, porque el Hombre Araña puede ser el vecino amigable, pero es uno que definitivamente no rompe el molde.
La búsqueda del terror Una de las máximas constantes en el cine de terror es la búsqueda del origen del mal. Al igual que el policial de intriga, el interés en un film se puede sostener ante el misterio a resolver. Uno está esperando el porqué del fantasma, el porqué del cuchillero enmascarado, el porqué de la maldición en la casa. No es que toda película de terror sea así, pero existen muchas que se sirven de ese recurso para mantenernos atentos mientras algún gato del armario salta para asustarnos. Y muchas veces, una buena película de terror puede arruinarse por una explicación insostenible o estúpida, y otras (las menos) pueden sorprender gratamente por su resolución. Es claro que las mejores son aquellas que logran integrar el miedo con una buena explicación. Abattoir: Recolector de Pecados (Abattoir) intenta atraparnos con esa premisa. Pero desde el comienzo notamos un uso extraño de la luz, actores de precaria capacidad de interpretativa y elipsis confusas. Miedo. Aunque no del que vinimos a buscar. La historia es la de una periodista de bienes raíces que tiene una hermana con un hijo enfermo. Mediante una rústica introducción, nos presentan a un detective/interés amoroso. Minutos después, sucede el crimen de la familia de la hermana. Todo abrupto y torpemente contado. Desde ese punto, se va a desandar un camino hasta Nueva Inglaterra, lugar donde parece estar el origen del horror. Miedo. Aunque no del que vinimos a buscar. Con la película hay varios problemas. Primero: el terror nunca nos arremete, apenas hay algunos momentos de leve incomodidad. El segundo (y más terrible): el misterio desde el que trata de sostenerse necesita la aparición forzada de elementos para que pueda seguir adelante. Su principal recurso es la aparición de personajes que lo explican todo. Lo peor de esto, es que aún así, no se entiende demasiado. Porque si hay que hablar de los motivos de sus personajes, resultan inexplicables. La hermana se sumerge en el peligro solo para saber la verdad, el policía la sigue ciego porque la quiere. Aún en un pueblo de desquiciados, ellos siguen porque “quieren saber”. Así de naive, así de inconsistente. La elección del título de Abattoir sirve para entender la idea de la película. Abattoir significa matadero. Pero como su título, lo que originalmente podría ser temible, se pierde detrás de una ejecución enrevesada. Una película de insignificante horror, con actuaciones endebles, y un misterio que se arrastra junto al espectador, pidiendo clemencia.
El monstruo del armario ¿Cuántos monstruos tenemos? Desde aquellos de la Universal hasta Freddy, Mike Myers, Jason. ¿Y Candyman, y Pinhead?. Es algo recurrente encontrar esos terribles acechantes nocturnos como base de franquicias. Ellos son un elemento inagotable para la persistencia del terror. ¿Más cercanos en el tiempo? Samara de La Llamada (The Ring) o ese bicho volador invencible de Jeepers Creepers. En esos seres confiamos para que sean fundadores de pesadillas. Nunca Digas Su Nombre (The Bye Bye Man) tiene idea de construir otro ser temible: el Bye Bye Man. El comienzo no puede ser más prometedor, Larry (Leigh Wannell de La Noche del Demonio), con una escopeta irrumpe en casa de un amiga preguntando si le contó a alguien “el nombre”. De ahí en adelante, una masacre a escopetazo limpio nos agarra del cuello e impone la tensión necesaria. Una violencia dura y directa. Salto temporal. Tres jovenes (dos amigos casi hermanos y la novia de uno de ellos) alquilan una antigua casa cerca de su universidad. ¡Cuántas películas construidas sobre la maldición que habita la nueva casa! En ese punto, con la introducción de los nuevos personajes, el ritmo decae. El descubrimiento de “el nombre” aparece, y muy lentamente, alimenta su regreso. Porque una vez que se conoce, la muerte es solo cuestión de tiempo. Nunca Digas su Nombre presenta a Bye Bye Man espectral, con poca interacción física, apenas algunas apariciones. El Bye Bye Man es un personaje extraño. La película lo presenta espectral, con poca interacción física, apenas algunas apariciones. Su fuerza es psicológica, desgarrando la cordura de los protagonistas. Un ser que se acerca paso a paso, envileciendo la mente. Dejando aflorar temores, inunda de terribles ilusiones a todo aquel que conozca su nombre. Esa sensación constante de circunstancias imprecisas, de locura, habilita su proliferación virulenta, la paranoia y el contagio. ¿Cómo dejar de pensar en él si toda la realidad se ve transfigurada? Nunca Digas Su Nombre, en su elección de no confundir terror con sorpresa, le permite tomar distancia de los films mainstream del género. Aquel espectador ávido de un espanto más visceral y vertiginoso, puede sentirse decepcionado. Por mi parte, aprecié la ambición de construir un ser mitológico, un monstruo del armario, de esos que nunca van a tener una explicación completa. Estaban antes de nosotros y van a estar después. Mostrando retazos de un temor que, con suerte, se pueda dejar enterrado en el olvido.
Temporada de Patos Las películas pensadas para el Oscar causan tanto rechazo en algunos como aceptación en otros. Con el énfasis en contar historias importantes, o al menos, significativas, se percibe un cálculo bastante elemental. Las biopics o reconstrucciones históricas suelen ser material para la temporada de premios. En este caso, Telentos Ocultos (Hidden Figures), la historia de tres afroamericanas que ayudaron en la carrera espacial, es un producto perfecto. No sólo por la condición de ser un hecho histórico sino porque además, suma el tema dominante sobre lo inclusivo y diverso que resultan los premios de la academia. Aún con la sistematización necesaria para ser galardonada, a Talentos Ocultos hay que reconocerle algunos méritos. El más significativo, manejar un tono narrativo que no es exageradamente sentimental. El relato, llevado de manera contenida, permite seguir el desarrollo de la historia sin sostenerse exclusivamente en la explotación de la situación racial. Obviamente (y necesariamente) están presentes las tristes circunstancias de la discriminación que sufrieron esas mujeres. Y es lógico presentarlas para que logre su objetivo ¿Cómo no sentir empatía por esas trabajadoras? ¿Cómo no desear verlas triunfar?. La cuestión es que en definitiva, el film persiste en una idea de no jugársela intentando mostrar un espectro que conforme a todos: está el personaje justo (Costner), el racista (Jim Parsons) y el que dice no serlo pero lo es (Kirsten Dunst). Y un camino de dos horas donde se van a arreglar las cosas. Más allá del caramelo cinematográfico complaciente, Talentos Ocultos se nutre por un sólido reparto. Construida sobre la sobriedad del gran Kevin Costner, el film intenta no subrayar torpemente. Como revés, se nubla en su obviedad y carácter inofensivo. No es que la propuesta haya sido otra, uno la siente sincera y sabe a que juega: una obra para dar satisfacción al espectador. Más allá del caramelo cinematográfico complaciente, Talentos Ocultos se nutre por un sólido reparto. Desde el nombrado Costner, y en un papel más pequeño,Maershala Ali (Luz de Luna, House of Cards), es el trío principal de actrices las que cumplen con solvencia. Taraji H.Penson (de la serie Empire), la genial Octavia Spencer (Snowpiercer, Historias Cruzadas), y la sorpresiva Janelle Monáe (Luz de Luna), logran que uno no pierda el interés, aún sabiendo que está ante una película que va a olvidar rápidamente.
El documental de Eduardo de la Serna muestra a dos niñas, Gabi y Morena, afrontando primer grado. A la corta edad de los seis años, la iniciación en el mundo de reglas y códigos (todavía secretos) es donde se comienza a forjar un camino. Este documental viaja junto a las niñas, una de Capital Federal (Morena), y la otra, de San Juan (Gabi), en ese urgente recorrido. El juego de espejos resulta obligado, y también, natural. En esos mundos que se entrelazan (y chocan) se ve la distancia que habita dentro del mismo territorio argentino. Los dilemas y goces son semejantes, lo palpable, diferente. Mientras uno se emociona viendo una rueda de un molino, otra lo hace con la de una noria de shopping. Lo lacónico y lo grandilocuente. Esa es la sinceridad del documento. ¿Cuán lejos están esas niñas? ¿No se teme acaso a la misma oscuridad? Sea con una vela o una luz de noche, alejar los fantasmas, siempre es un ritual de la infancia. Entonces uno puede sentir como esas dos niñas son hermanas, sufriendo similares problemas, pero también, acuciadas por otros. ¿Es más feliz la niña del campo o la ciudad? Uno se asombra con la tensión, la ansiedad y angustia, con la que convive Morena. El ritmo imperioso, la competencia constante. Se descubren problemas adultos. San Juan permite otras maneras, otros tiempos. Pero muestra otras dolorosas carencias. Cada una de nuestras protagonistas debe afrontar la vida que se le viene encima, y quizás, sin espacio posible para la libertad. Unos por privaciones, otros por excesos. Uno de lo más momentos notables de la película se da cuando se muestran en paralelo los chicos de la capital viendo una película, y los de San Juan, jugando en una casa abandonada. En este último la imaginación irrumpe, se perciben mentes que fantasean y respiran. Mientras, la ciudad congela delante de una pantalla, entrega una visión empaquetada que uno ya sabe (por lo que se observa) es uno de los pocos límites para el habitual atropello y estampida. Niños que no tienen tiempo para remontarse por encima del cemento. Cuando los juegos coinciden con el barro y la tierra, uno no puede dejar de sentirlos iguales. El suelo es el mismo. Y si se da el lugar, puede que vean que el cielo también.
Buenos Muchachos Las Buddys Movies (películas de compañeros) tienen una mística particular. ¡Tantas bellas películas de duplas desparejas! Esas con desequilibrios físicos, diferencias de carácter, plenas de amor/odio. Si se bucea más profundo hay una consecuencia maravillosa: la buddy cop movie (cuando la pareja está conformado por policías, detectives y etcétera). Arma Mortal (Lethal Weapon), 48 Horas (48 hs), Armadas y peligrosas (The Heat), Tango y Cash (Tango & Cash) y muchas otras. Las acertadas, siempre están sazonadas con mordacidad, violencia y humor negro. Y para aquel que sabe sacarle el jugo, es un terrero de infinitas posibilidades. En este punto entra Shane Black. El director de Dos tipos Peligrosos (The Nice Guys) tiene en su haber una obra exitosa (Iron Man 3) pero debería ser apreciado por bastante más que eso. Para empezar, por dos joyas de los años 90 como El Ultimo Boy Scout (The Last Boy Scout) y Arma Mortal. Ácidas, oscuras y divertidas por donde se las mire, Black firmó ambos guiones y nos regaló films de antología. Más acá en el tiempo, la muy disfrutable Entre Besos y Tiros (Kiss Kiss Bang Bang) fue, en algún punto, su sala de ensayo como director. Es en ésta donde se puede leer el mismo entramado (y reflejo) de Dos Tipos Peligrosos. En ambas películas, el oscuro parque de diversiones llamado Los Angeles, es el terreno de operaciones. Una ciudad resplandeciente (y por ende con una capacidad cegadora abrumadora) que no puede ocultar su sordidez. Esta vez la dupla es Gosling y Crowe. El flaco y el gordo. Un blandito conocido por su efecto en el público femenino a pesar de los intentos (a veces acertados) de películas más duras. Siempre va a ser el de Diario de una Pasión (The Notebook) y Loco y Estúpido Amor (Crazy, Stupid, Love). Y esa mole australiana llamado Russell Crowe, pesando ya no se cuanto, un actor áspero y de acción. En esa partida entre sex symbol y gordinflón (hoy Crowe muestra una barriga carnavalesca, de una festividad y satisfacción anormal en un mundo de hollywoodense cada vez más adepto a la anorexia cinematográfica) es de donde se erige la película. Sin una buena dupla, una buddy movie es fallida. Por eso, Dos Tipos Peligrosos pica en punta y cumple con creces. Black nos sube a una novela pulp, anacrónica y nostálgica. El motor de la trama es la desaparición de una joven, mismo leitmotiv de Entre Besos y Tiros. Ese hecho comienza una serie de acontecimientos que lleva al cruce entre el golpeador pagado Healy (Crowe) y el detective privado March (Gosling). Ambos, patéticos por diferentes razones, van a empezar a desandar el turbio universo angelino. Con Idas y vueltas, misterios a resolver, y las casualidades (un perfecto detalle para mostrar que ellos son arrastrados por la historia y no la determinan por completo) que van surgiendo a lo largo del relato, Black nos sube a una novela pulp, anacrónica y nostálgica. Gosling cumple, Crowe dignifica. Black se divierte. Nosotros también.
Recalentado Hay películas que están hechas de sobras. Films creados para rellanar la cartelera, el canal de cable, la góndola de estrenos. De esas que uno conecta el fin de semana a la pasada y se la queda viendo. Con un actor conocido, algunos otros que giran a su alrededor (que los tenés de algún lado pero no te acordás de donde), que no aporta absolutamente nada en el aspecto técnico, narrativo, ni actoral. Una historia olvidable, que se confunde con otras. Vistas en el momento oportuno, hasta se pueden recordar con cariño. Una conjunción de casualidad y nulas exigencias (la hora de la siesta suele agarrarnos con la guardia baja) que las eleva por encima de lo que realmente entregan. De esa permisividad viven muchos films, entre ellos, se podría incluir Una Buena Receta (Burnt). El “actor conocido” es Bradley Cooper. Y sus tres nominaciones al Oscar (El Lado Luminoso de la Vida, Escándalo Americano, Francotirador) son las que permiten que esta película menor sea estrenada en pantalla grande. Su personaje es Adam Jones, un chef llamado a ser la gran promesa del deporte culinario que termina chocando la Ferrari a puro drogas, ego y pimentón. Una Buena Receta cuenta su regreso, y como debe aprender “lecciones” de vida. Y algo fundamental, para ser el mejor no alcanza solo con el talento, también hay aprender a ser “mejor persona”. Tan frívolo y deslucido como suena eso, así de compleja es la propuesta. Una historia que por momentos logra sostenerse por algunos secundarios interesantes como los de Alicia Vikander (El Agente de CIPOL), Emma Thompson (Sensatez y Sentimientos), y principalmente, Daniel Bruhl (Rush Pasión y Gloria), pero que no se salva de la mediocridad. Una película que sabe a refrito. Quemado, la traducción precisa del título original, resulta esclarecedora. Una película que sabe a refrito. Aunque su problema no radica solo en la falta de originalidad, sino en su torpe ejecución. Muchos personajes con la intención de lograr “complejidad”, pero que en la sumatoria se sienten insignificantes. Carente de pasión, la representación de cómo debe ser un buen plato de comida no encuentra su correspondencia en la película. Una Buena Receta entrega un menú desabrido y recalentado. Restos para distraerse un domingo a la tarde, pero que dejan sabor a poco.
El infierno prometido Tarantino es un onanista, no hay sorpresa ni genialidad en decir esto. La extensión de sus escenas, sus diálogos, y ahora, de sus películas, son claro ejemplo de eso. Es un director al que le encanta saborear su propia mirada y Los 8 Más Odiados (The Hateful Eight) refleja eso. Al mismo tiempo, una especie de homenaje a Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) sobrevuela el film. Un encierro, personajes con características peculiares (esta vez no hay colores de por medio), alguien que dice ser lo que no es, violencia y sangre: imágenes ya advertidas del director se revuelven en nuestra cabeza. Tarantino es un cinéfilo, eso tampoco es decir mucho. Todos vimos cada una de sus obras como “un homenaje a”. Que blaxploitation, que cine de kung fu, que policial hongkonés, que western spaguetti. Los 8 Más Odiados homenajea de nuevo y esta vez le toca a la joya de Carpenter: Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982). La reclusión helada, la paranoia, la mujer en el centro de la escena. En el caso de aquella (también protagonizada por el gran Kurt Russell), la llamaba en su ausencia, en esas fauces monstruosas. Aquí es la razón, el foco. Si Carpenter la utilizaba a través de un maravilloso fuera de campo convirtiéndola en la mujer invisible, Tarantino la pone en el altar, la envuelve, la quiere destrozar. Tarantino es cruel, disfruta con la violencia gratuita. Otra afirmación que entiende cualquiera que disfruta de la filmografía del director. Esta constante se ve en el destino de Marcellus (Ving Rhames) o de Vincent Vega (John Travolta) en Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994). O en el de Louis (De Niro) o Melanie (Bridget Fonda) en Jackie Brown: Triple Traición (Jackie Brown, 1997). ¿Beatrix Kiddo (Thurman) en Kill Bill? Ni hablar, su monstruosa historia justifica el tamaño de su venganza. Los 8 Más Odiados presenta en su inicio la figura de Jesús crucificado enterrado en la nieve. Esa imagen subyugante no es casual (nada en el cine de Quentin lo es). Uno vislumbra que está en la antesala del infierno, el purgatorio de esos personajes condenados. Un mundo desalmado, duro e inhóspito. Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto de Tarantino. Tarantino ama el cine, y uno lo siente en cada plano. Desde ese comienzo en la nieve, tan bello y arrebatador. Un blanco espectral que nos adentra en la gran ilusión. Uno lo sabe desde la elección del formato de filmación, esos gloriosos 70 mm. Imposible no devorarse esas imágenes. Lo entiende desde la selección de sus actores, trabajadores del cine. Entre ellos, Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto del director. Quizás el fundamental vigor del actor refleja la pasión que habita detrás de cámara. ¿Los 8 Más Odiados? Es un film de Tarantino. Pero además, aunque mantenga esos vicios (o particularidades) nombrados, se lo siente más certero, menos trivial. En algún punto, Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) me había resultado un juguete que el director no parecía querer soltar, sumándole chistes y canchereadas excesivas. Se percibía una obligación de romper estructuras, de demoler tabús. En este caso, se encierra, se encoje, se ajusta, pero sin dejar de lado la magnificencia habitual. Sigue siendo Tarantino, le sigue haciendo el amor al cine.
Enemigos íntimos Un hombre come un asado con amigos cuando suena su teléfono, atiende con tono preocupado, anota unos números y abandona la faena (no sin ser criticado por su compañía). Se lanza a la noche. El hombre, nuestro protagonista, se llama Carlos Borghi, y es un exterminador. Un Enemigo Formidable funciona como ficción y como documental. Existe una construcción en el relato. El círculo comienza con un caso, que se irá develando a medida que pase el metraje, y que finalmente ayudará a entender la capacidad de Borghi para su tarea. Este viaje nos sumerge de manera inteligente en el itinerario de este cazador de alimañas. Presentada a la manera de un policial, Borghi será delineado como un detective. Recorriendo casos junto a él, se nos presentaran detalles, anécdotas, personajes y un espíritu noir que destila una bellísima melancolía. Es que ese gordo protagonista, tan certero como inconmovible, se dibuja como un romántico de su servicio. Él no dice ser el mejor (eso lo dicen otros), él cumple su tarea, piensa y siente una lucha personal contra esos enemigos ocultos. El film que nos entrega Lucas Marcheggiano resulta visual y narrativamente cautivador. El relato, de escasos setenta minutos, es eficaz y fluido. El film que nos entrega Lucas Marcheggiano (director de El Ambulante) resulta visual y narrativamente cautivador. Entiende que sus personajes son la oscuridad y la ciudad viciada. Y obviamente, que esos enemigos tan temidos, están en todas partes. Como en el terror, se utiliza el fuera de campo de manera brillante. Tanta ansia se crea de ver, que uno no despega la mirada de la pantalla. Entonces ante lo urbe derruida, la oscuridad que habita en todos los rincones, nuestro amante de las parrillas será un guerrero (la espada que elige tatuarse es vital para esta idea). Recibirá cariño, una recompensa, una palmada, pero la cruzada será eterna, maldita y solitaria. Porque ese rival que reside en el caos y la noche, es inagotable. Un terror oculto que duerme junto, bajo, detrás de nosotros. Por fortuna Borghi está ahí, esperando la llamada que lo impulse a otra efímera batalla.
Un cuento de amor, de locura, y de volver de la muerte El año pasado se estrenó Drácula: La Historia Jamás Contada (Dracula Untold), en esa revisión de un clásico del terror, se desarrollaba su origen para decir que en definitiva, no era el monstruo que supimos temer. Para peor, en el intento de modernizarlo, lo transfiguraron en una especie de hombre con superpoderes, más X-Men que demonio. Una película de acción perdida entre el horror y el blockbuster desalmado. Mucha espectacularidad, poco cine. En este caso le toca a otro de los personajes míticos del género: Frankenstein. Y como no podía ser de otra manera, se busca un ángulo mínimamente novedoso: la relación entre Igor (Daniel Radcliffe/Harry Potter) y Victor Frankenstein (James McAvoy/Charles Xavier). Este modelo 2015 tiene aciertos y defectos. Por fortuna, lo disfrutable supera lo irritante. Quizás porque hasta en esas fallas existe un espíritu desatado. Sostenido desde un Victor (McAvoy) descarriado. Existe una conciencia del exceso, de estar revisitando lo ya visto un centenar de veces. Es cierto, la historia mete personajes que se pierden en medio de tanta electricidad y nigromancia, también hay ideas redundantes (ciencia vs religión se verbaliza hasta el hartazgo) y también hay una vuelta psicológica fútil e innecesaria, pero entrega una aventura, algo para nada despreciable. Lo más destacables de Victor Frankenstein es la dupla protagonista. Con una idea similar a la de Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990), el acomodado Víctor le da una oportunidad al caído en desgracia. Aquí Victor rescata al bufón del circo porque “sabe de medicina”. ¿Entonces qué sucede? Le quita la joroba (en un momento de lectura sexual ingenioso), lo transforma en un señorito inglés, le da nombre. Ahora es Igor. Juntos se abocaran a la creación de Frankenstein. Los persigue un detective, fanático religiosos acertadamente interpretado por Andrew Scott. La obsesión del agente tiene origen en ver en la pareja una afrenta contra de Dios. Ellos y la espera del nacimiento de su hijo monstruo son nuestro alimento durante casi dos horas. Lo más destacables es la dupla protagonista. La relación homoerótica entre Víctor e Igor tiene química y atrevimiento. Ese vínculo entrega lo mejor de este aggiornamiento monstruoso. A través de esa vertiente, el film se desliza hacía el tratamiento de tensión sexual a lo Sherlock Holmes de Guy Ritchie (con Robert Downey Jr. y Jude Law). Con esta también tiene parentesco por cómo deciden mostrar la acción y lo espectacular, comparten la necesidad reinante de que todo explote y sea vertiginoso para dar la idea (errónea) de diversión. Por fortuna no se ahoga en ese modelo, dejando lugar para el desarrollo de la relación de los protagonistas. Y menos mal que lo hace, McAvoy y Radcliffe son clave para que funcione este viaje de terrores y elucubraciones llamado Victor Frankenstein.