Humor negro con acento mexicano
Ingenioso y divertido film de una directora debutante.
Ingeniosa, entretenida, amablemente socarrona y resuelta en términos de puesta con una habilidad llamativa tratándose del trabajo de una debutante, Cinco días sin Nora logró en el último Festival de Mar del Plata el premio del jurado y el del público, galardón este último que ya había merecido en otras muestras. Esa coincidencia infrecuente ilustra acerca del equilibrio que Mariana Chenillo exhibe como su rasgo más meritorio. Le hizo falta sin duda para ganarse la simpatía de espectadores tan heterogéneos, para manejar la ironía en un tema delicado como el de las tradiciones religiosas y también para pisar firme en el resbaladizo terreno del humor negro.
Porque aquí todo se pone en marcha con un suicidio y se desarrolla en los cinco días que, por una razón u otra, hay que esperar para que pueda concretarse el correspondiente sepelio.
La finada era una veterana aspirante a suicida. Lo había intentado catorce veces sin éxito; quizá por eso, esta vez, se preocupó por dejar todo previsto, de modo de asegurarse que, sin necesidad de establecer comunicación desde el más allá, podría seguir dirigiendo, aunque fuera por unos días, la vida de los suyos. Ahí está, por ejemplo, la heladera llena de comidas e instrucciones para celebrar la cena de Pésaj. Es una de las sorpresas que le esperan a José Kurtz, su ex marido desde hace 15 años, cuando llega al departamento (él vive enfrente). Otra, claro, es comprobar que su ex mujer se ha salido por fin con la suya, y yace muerta en el dormitorio.
Vendrán muchas más, junto con la llegada del rabino (José no es precisamente creyente, pero su hijo sí) y con las complicaciones derivadas del caso, la principal de las cuales tiene que ver con el servicio fúnebre, demorado por causa de la festividad religiosa y de un inoportuno fin de semana. Demasiados días de convivencia como para que no surjan diferencias entre el ateo y sarcástico José y los visitantes. Los graciosos personajes secundarios que rodean al protagonista (Fernando Luján, excelente) suman animación al cuento, que Chenillo salpica de ironías y conduce con sostenido dinamismo. Sólo sobra un par de innecesarios flashbacks.