Extraña pareja
50/50 es una película sobre parejas extrañas, parejas que pueden ser dos unidades (Adam y su amigo Kyle) o unidades que se dividen en dos partes, como en el título (el porcentaje de sobrevida que tiene el protagonista luego de contraer un peculiar cáncer en su espalda). Pero esas parejas pueden ser entendidas como partes que chocan, se complementan, se invaden, se mezclan con el fin de ser otras en el proceso: los dos amigos mencionados antes, pero también Adam y su madre, Adam y su novia, Adam y su terapeuta; e incluso la comedia y el drama, lo independiente y lo convencional. Todas estas posibilidades, que el director Jonathan Levine y sus dos protagonistas Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen exploran, construyen un film por demás interesante que encuentra en esa confrontación cincuenta y cincuenta parte de su encanto, y que se sintetiza en cómo la comicidad invade el drama, a la vez que el drama torna incómoda la comicidad, en un proceso de relaciones bastante complejo.
Adam es un joven que no llega a los 30 años y que no bebe en demasía, no hace nada “malo”, sale a correr y se cuida de no ser atropellado mientras hace deportes. Si hasta recicla, como le dice al médico cuando este le anuncia que tiene un extraño tumor en su espalda, de nombre impronunciable, y que tiene un 50 por ciento de posibilidades de sobrevivir a la enfermedad. Bien, la premisa de esta película no es especialmente seductora y tal vez lo único que genere curiosidad es ver cómo pueden Gordon Levitt y, especialmente, Seth Rogen, subvertir de alguna manera el clásico camino de estas películas con enfermedades terminales. En primera instancia, ellos y el guionista Will Reiser -en cuya experiencia personal se basa el film- hacen un movimiento inteligente: el cáncer es aquí un McGuffin, un elemento distractor, que sirve para hablar, como en buena parte de la comedia moderna norteamericana, de la amistad masculina. 50/50 es, efectivamente, una bromantic movie, como la excelente I love you, man -por poner un ejemplo-, una película en la que el vínculo entre dos amigos se pone en crisis aquí por una enfermedad terminal. Y en esto resulta fundamental el dúo protagónico: Gordon Levitt logra salirse del papel de víctima, le escapa bastante a los lugares comunes, y compone un personaje incómodo, tenso, que desconfía continuamente del mundo y a quien el cáncer no modifica demasiado; Rogen, redobla la apuesta de su habitual compinche guarro, y por momentos avanza de manera algo desagradable, con un egoísmo típicamente masculino, nunca explicitado como tal pero sí manifestado de manera casi adolescente. Juntos componen una extraña pareja, que puntúa sus notas entre el registro de la comedia moderna americana y el drama con cáncer: la cima en este sentido es cuando Adam le tiene que explicar a su madre que tiene cáncer y le dice “¿viste La fuerza del cariño?”.
Precisamente algo particular en 50/50 es cómo se encuentra el tono adecuado para mostrar la enfermedad y sus consecuencias y circunstancias, y hablar de ello: sincero es el proceso que enfrenta Adam, también son muy precisas y dolorosas las charlas con sus compañeros de quimioterapia, la manera en que se muestra al padre de Adam enfermo de Alzheimer o la forma en que se va dando el vínculo con su madre: sabias elecciones de elenco, con dos veteranos brillantes como Phillip Baker Hall y Anjelica Huston en pequeñas y claves apariciones. En la elección de estos actores, queda demostrado además un cuidado muy especial por alejar a la película del film aleccionador o del drama lacrimógeno más básico. Por todo esto, también, es que resulta particularmente fallida la subtrama entre Adam y su novia Rachael (Bryce Dallas Howard), o al menos la forma en que se resuelve el conflicto, con un maltrato excesivo hacia el personaje femenino: para una película que tiene una particular sutileza para construir lazos, lo que ocurre en una escena es muy feo, indigno, y sirve para sostener algunos argumentos de machismo que suelen batirse sobre la comedia norteamericana y sobre las bromantic en especial. Que esa subtrama termine siendo menor dentro del film, no minimiza su potencia maligna. Es el cáncer, dentro de la película, que amenaza con comerse todo lo demás: es llamativo cómo en la película se hace bien lo más complicado y mal lo que habitualmente sale bien. Menos mal que antes y después de esa situación, todo está más o menos bien, y que hasta algunos convencionalismos (la relación de Adam con su psicóloga) son vistos con simpatía. Más allá de ese paso en falso, 50/50 es una película que nunca suelta el humor negro, que es cruda sin caer en lo sórdido y que avanza de la manera brutal y a los golpes como las buenas relaciones de amistad masculinas: un juego de a dos que nunca intentan ser uno, sino que pretenden ser uno mirando en el otro aquello que los puede reconfortar.