50/50

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Vaso lleno, vaso vacío

Las películas sobre enfermedades terminales son productos que se agotan en sí mismos, eso en un principio no significa que no puedan ser interesantes o conmovedoras pero sí que es inevitable el grado de predictibilidad. El derrotero de todo enfermo de cáncer como el del protagonista de esta historia atraviesa los estadios de un proceso que tiene sus etapas definidas con un final incierto en algún sentido pero que se resume en dos opciones: o sobrevive a la enfermedad o muere vencido por ella.

No hay nada más ni nada menos que eso y tampoco se puede pretender un relato reflexivo, profundo e inteligente cuando todo se vuelve una carrera contra el tiempo; una pulseada desigual contra el deterioro físico por los estragos de la quimioterapia; un distanciamiento con la mayoría de las personas que tratan de acompañar al enfermo sin saber qué hacer para animarlo o que depositan sus propios temores pensando que de esa forma entablan cierta empatía cuando la brecha entre los sanos y aquel es concreta, tangible e insondable.

Por lo general, el proceso de identificación con este tipo de personajes se genera por partida doble: si la actuación es convincente uno como espectador se involucra el tiempo que dura la película o se retrotrae a historias personales que lo conducen a una situación similar de empatía. Esa fórmula también gana Óscares y tanto los productores como Joseph Gordon-Levitt, en lo que quizás pueda considerarse el papel de su vida hasta ahora, lo saben. 50/50 es otro film correcto sobre el día después en que un hombre común, joven, entusiasta, educado y políticamente correcto se entera que padece de un tumor maligno alojado en su espina dorsal. A partir de ese momento, se sumerge en un camino introspectivo que lo lleva a replantearse hacia dónde condujo su vida en ese corto periodo con una novia a la cual no ama y que está con él por conveniencia (Bryce Dallas Howard); salidas con un amigo drogón pero de buen corazón que trata de hacerle el tránsito más divertido asumiendo su propia banalidad e impotencia (Seth Rogen); conoce a una estudiante de psicología (Anna Kendrick) que intentará aplicar todas las técnicas de autoayuda existentes para contenerlo al igual que su madre culpógena (Anjelica Huston) porque su padre padece de alzheimer y no lo reconoce.

Sin caer en solemnidades y buscando siempre una cuota de cinismo saludable –paradójico en una película que trata sobre enfermedades- el realizador Jonathan Levine (The Wackness) filma con corrección; planifica las escenas con el tiempo correcto para la decantación emocional y los climas, que acompañados por una banda sonora funcional acomodan las fichas en los casilleros correspondientes. Pero quizá ese orden y esa estructura de manual de autoayuda le quite sorpresa o fuerza a la trama para terminar concluyendo que se trata de otra nueva película sobre la lucha individual de un enfermo terminal para lo que podría haber sido algo más arriesgado como por ejemplo la serie The Big C.