Un muy simpático y por momentos emotivo trabajo (que cabalga con soltura entre el documental y la ficción) de la directora de Pompeya, Mujer lobo y Hasta que me desates.
Lo que pudo ser apenas un documental institucional y didáctico termina siendo un viaje de (re)descubrimiento personal, una emotiva exploración de la identidad, una mirada a las diferencias culturales y generacionales en 50 Chuseok (el título remite al festival de la cosecha, que es la principal celebración anual de los coreanos).
El inicio del film tiene que ver con la propuesta de rodar un documental con motivo de cumplirse 50 años de la llegada de la primera oleada de inmigrantes coreanos a la Argentina. Y quien oficia de presentador de la película es Chang Sung Kim, reconocido actor de TV y cine (Los simuladores, Graduados, El marginal, Permitidos, etc.).
En esos primeros minutos lo veremos a Chang Sung Kim, un tipo muy simpático y canchero, comiendo un asado con actores amigos (Daniel Valenzuela, Mike Amigorena, Juan Palomino), jugando al fútbol o asistiendo a shows de K-Pop en Buenos Aires. Nada excepcional ni demasiado auspicioso. Sin embargo, a los pocos minutos, al protagonista le ofrecen viajar a Corea -país al que no ha vuelto en 48 años- y allí nace una nueva película: más intensa, más divertida, más vital, más sensible.
Tamae Garateguy (Pompeya, Mujer lobo, Hasta que me desates y codirectora de la saga de UPA!) aparece en pantalla junto con el resto del equipo de filmación haciendo evidente el artificio y la manipulación de toda obra, así sea un documental. Ese recurso, sin embargo, no le hace perder frescura ni interés a una narración que los lleva no solo por ciudades como Seúl, Incheon, Busan, Bucheon y Daejeon, sino más precisamente en busca de los orígenes del propio Chang Sung Kim, quien pese a su cinismo inicial termina quebrándose en más de una oportunidad.
Es cierto que el film -que tiene una simpática música de Christian Basso- resulta por momentos un poco caótico y derivativo (aunque una larga escena del equipo comiendo es parte también de la propuesta de “intercambio cultural”), pero 50 Chuseok nunca pierde su encanto, su vitalidad, su frescura, su espíritu lúdico y -también- sus picos emotivos para acercarse a la intimidad de un coreano con alma porteña que regresa a sus tierra. Un puente entre dos mundos. Tan lejos, tan cerca.