Mara (Lourdes Mansilla) vive con sus padres y su hermana quinceañera Sofía, pero no quiere ni siquiera celebrar con ellos su cumpleaños número 18. Rebelde, irritable, impulsiva, ella cambia a toda velocidad de novios (el último se llama Marcos) y vive prácticamente encerrada en su micromundo de videojuegos. Una noche alguien le deja un paquete en la puerta de su casa que ella en principio no podrá abrir hasta que una gota de su sangre cae de manera accidental sobre el artefacto y así ella descubre en el interior una especie de casco de realidad virtual con el que será transportada hacia una nueva dimensión de tiempo y lugar. Ese simulador la llevará a través de un portal que la hará viajar a un pasado en el que tres maestros la entrenarán en las artes ocultas para enfrentar y matar al mismísimo demonio. Si esta suerte de sinopsis les suena algo trillada es porque Juego de brujas resulta desde el guion, pero también desde su construcción narrativa, una acumulación de lugares comunes y clichés del género: la iniciación, los crecientes poderes sobrenaturales y los efectos incontenibles y trágicos que los mismos pueden generar en distintos universos (o multiversos, ahora que el término está de moda). Forte tiene buen pulso para la dirección y la combinación entre el diseño de arte, el maquillaje y los efectos visuales permiten ingresar en un mundo ominoso y surreal bastante atractivo, pero el problema es que el relato casi nunca sorprende, fascina ni tampoco asusta demasiado. Es un aceptable ejercicio de estilo, pero a esta altura se le exige más que destellos o profesionalismo a un cine de terror argentino que necesita de historias más potentes, creativas y estimulantes para seducir a la masiva legión de cultores del género que hay en nuestro país y que por el momento prioriza producciones llegadas de otra latitudes.
Desde hace tiempo que Pixar no es lo que era. Sus películas siguen siendo prodigios visuales, obras maestras en términos de plantearse y superar desafíos en el campo de la animación, pero parecen haber perdido buena parte de la empatía, la eficacia, la sensibilidad para conectar con el público desde un lugar más puro y genuino. Elementos sigue la línea de historias más abstractas de Pixar (Intensa Mente, Soul), pero el guion, que combina alegorías sobre los inmigrantes con una historia de amor, nunca termina de funcionar del todo. La creación del universo de Element City / Ciudad Elementos es realmente impactante. Una ciudad futurista y ficticia (aunque también con algo de Nueva York) en la que conviven los habitantes del fuego, el agua, la tierra y el aire. Los tres últimos grupos se han integrado, pero el del fuego, con sus llamas por momentos inmanejables que las convierten en seres riesgosos, permanecen aislados. La heroína de Elementos es Ember, una joven inteligente a la que le cuesta manejar las emociones. Su padre Bernie está a punto de jubilarse y quiere que ella se haga cargo del negocio y, si bien Ember trata de ayudar (con resultados muchas veces catastróficos), en verdad la protagonista quiere ser independiente, dedicarse al arte y armar su mundo por fuera de los mandatos paternos. Y la mencionada historia de amor es con Wade: cómo podrá una relación entre una muchacha de fuego y un chico de agua es parte del asunto que abordará el film de Peter Sohn (Un gran dinosaurio). El concepto original es ingenioso, la narración tiene vértigo y espectacularidad, el romance y la relación padre-hija tienen sus momentos sensibles, pero Elementos nunca llega a fascinar, seducir, enganchar a un público que, más allá de deleitarse con la calidad de la animación, quiere divertirse y emocionarse con este tipo de historias. Pixar ya lo logró muchas veces. Ojalá lo vuelva a conseguir.
Atención: esta reseña contiene algunos spoilers. Cuando una primera versión de Flash se exhibió a fines de abril último en CinemaCon (el encuentro más importante que reúne a los dueños de salas) surgió a modo de consenso que se trataba de una película poco menos que revolucionaria, destinada a cambiar para siempre el curso del universo extendido de DC en particular y el cine de superhéroes en general. Bueno, no. Fue simplemente el ejemplo perfecto de una maquinaria promocional muy bien montada para generar expectativa (buzz, hype y todos esos términos tan propios del marketing). La verdad es que es un film más, del montón, profesional en el mejor y el peor sentido del término, que tiene algunas buenas secuencias, un montón de lugares comunes de estos tiempos de multiverso, jueguitos para la alteración de los tiempos (efecto mariposa), mucho chiste subrayado para la celebración adolescente y unos cuantos cameos de actores famosos en personajes ídem que funcionan más a nivel nostálgico que cinematográfico. Barry Allen (Ezra Miller) llega tarde (como casi siempre) a su trabajo como criminalista forense en Central City y a los pocos minutos recibe una llamada de urgencia de Alfred (sí, el mayordomo de Bruce Wayne interpretado por Jeremy Irons) para que ayude a Batman (Ben Affleck) porque alguien ha robado un peligroso virus del hospital de Ciudad Gótica, cuyo edificio además se está derrumbando con decenas de bebés cayendo al vacío desde la maternidad del lugar. Es un arranque a puro vértigo e intensidad, con Flash evitando un colapso y con la presencia desde el inicio de un personaje clave de DC como Batman. Pero el guion de Christina Hodson (Bumblebee, Aves de presa y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn) pronto incursionará en los mismos recursos de siempre del subgénero viajes en (y modificaciones de) el tiempo. Barry sigue sufriendo el trauma por el asesinato de su adorada madre Nora (la española Maribel Verdú). Su padre Henry (Ron Livingston) ha salido a comprar una lata de tomates a un supermercado y cuando regresa su esposa yace muerta. La policía lo acusa del crimen y es enviado a prisión. Barry no puede soportar el dolor y la injusticia y viaja al pasado para cambiar el curso de los hechos generando, claro, un caos inmanejable. Como, por ejemplo, que Eric Stoltz es el protagonista de Volver al futuro; Michael J. Fox, el de Footloose; y Kevin Bacon, el de Top Gun. Sí, todo muy sutil... Barry comenzará a interactuar en dupla con su yo de 18 años, sorprenderá la vuelta de un veterano Bruce Wayne a cargo del gran Michael Keaton, reaparecerá un villano de fuste (el General Zod, némesis de Superman, a cargo de Michael Shannon) y surgirá una heroína como Kara Zor-El, a.k.a. Supergirl (convincente debut en pantalla grande de Sasha Calle), pero más allá de la adrenalina y los múltiples guiños para los fans (hay otros regresos famosos que no adelantaremos), Flash deja una sensación de permanente acumulación, dispersión y deriva, como si en sus casi dos horas y media convivieran no siempre con armonía tensiones entre distintas sub-películas. No siempre se pueden llenar todos los casilleros. En medio de esas fuertes contradicciones internas, el argentino Muschietti demuestra que al menos puede dirigir con coherencia distintas set-pieces y conseguir que el humor físico de Ezra Miller funcione con bastante eficacia. No, no ha hecho una película parteaguas, pero luego de Mamá y la saga de It (Eso) se consolida como un realizador que puede salir airoso de los desafíos que imponen las grandes ligas de Hollywood.
No pocos cuestionaron a la era de Michael Bay al frente de la franquicia de Transformers por su estética grasa, su falta de sutileza, sus excesos testosterónicos y su humor de vuelo rasante, pero luego de ver la básica, elemental y anodina El despertar de las bestias ocurre lo impensado: ¡extrañanos a Michael Bay! La incursión en la saga de Steven Caple Jr. (el mismo de Creed II: Defendiendo el legado) parece hecha a reglamento, con piloto automático, y el resultado es un film rutinario y a pura fórmula, sin sorpresas ni destellos de ningún tipo. El protagonista de El despertar de las bestias es Noah Diaz (Anthony Ramos, visto en Hamilton y En el barrio), un joven latino del Brooklyn de 1994 que vive con su madre y con Kris (Dean Scott Vazquez), su hermano de apenas 11 años que sufre una anemia de células falciformes. Mientras intenta sin suerte conseguir un trabajo como guardia de seguridad (supo combatir en el ejército), sufre porque la deuda hospitalaria de la familia por los tratamientos para Kris no deja de dispararse hasta tornarse impagable. El otro personaje (humano) principal es el de Elena Wallace (Dominique Fishback), sufrida investigadora de un museo en el que su jefa suele apropiarse del resultado y los beneficios de sus hallazgos. Y serán estos dos antihéroes quienes unirán fuerza con los Autobots liderados por el mítico Optimus Prime y una nueva “raza” de Transformers llamados Maximals (tienen figuras de animales como el gorila Optimus Primal con la voz de Ron Perlman o la halcón Airazor con la voz de Michelle Yeoh) para combatir a los despiadados Terrorcons, herederos de los Decepticons, que tienen a Scourge (la voz de Peter Dinklage) como guerrero principal al servicio del villano Unicron (Colman Domingo). Ya sea en las calles de Bushwick o en las ruinas Cusco (en verdad la segunda mitad no se rodó en Perú sino en... ¡Islandia!), la acción resulta obvia, rudimentaria y mecánica: transformaciones de autos y camiones en robots, todo tipo de persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo y frases altisonantes respecto de que los Transformers unidos jamás serán vencidos... Lo mejor de El despertar de las bestias no pasa precisamente por sus imágenes sino por una banda de sonido que incluye obras maestras del hip hop a cargo de Wu-Tang Clan, A Tribe Called Quest, The Notorious B.I.G., Nas y LL Cool J, entre otros. El soundtrack luce así mucho más tentador que la película. El final, de todas formas, da una pista de lo que vendrá: un crossover entre Transformers y G.I. Joe. Que sigan ¿los éxitos?
Todo comienza con una muerte (¿un accidente?, ¿un suicidio?, ¿un asesinato?), pero aunque Decision to Leave / La decisión de partir tiene todos los elementos de un policial, climas de thriller y estética de noir es, en verdad, una épica historia de amor contada con la elegancia asombrosa de un esteta consumado, de un narrador brillante. Puede que muchos fans de Park Chan-wook sientan que lo que aquí se cuenta en 138 minutos es poco (sí, hay algunas complicaciones y derivaciones) y que a la trama le falta violencia, sexo, sangre, golpes de efecto. En ese sentido, Decision to Leave es una película bastante austera, más de climas y sentimientos que de hechos contundentes (salvo el apuntado comienzo, claro). Quien muere tras ¿caer? de una montaña es un poderoso hombre chino aparentemente especialista en ese tipo de escaladas. Y quien se encargará del caso es Hae-joon (Park Hae-il), el más joven en llegar a ser detective de la comisaría de Busán, siempre bien vestido, prolijo, impecable, metódico, amable, incorruptible. Pero su universo cambiará para siempre cuando interrogue a la viuda de la víctima, la atractiva Seo-rae (la estrella china Tang Wei). La viuda no muestra demasiados signos de dolor ni remordimiento. Y enseguida surge entre ambos una evidente atracción. Mientras la investigación avanza con cuestiones tecnológicas (la película por momentos parece un largo comercial de iPhones y Apple Watches), la relación entre ambos también. ¿Hay engaño, ocultamiento y manipulación, hay deseo y obsesión enfermiza o estamos en presencia de un amor puro y verdadero? Más allá de los matices y sorpresas que la película va incorporando muy de a poco, Decision to Leave es en muchos aspectos el film más sobrio, sutil, contenido y minimalista de su carrera (aunque tratándose de Park Chan-wook igual ocurren muchas cosas). Además, incluso en momentos supuestamente tensos y oscuros, aflora un inesperado e inocente sentido del humor. Puede que para algunos el film tenga gusto a poco, que una trágica y enfermiza historia de amor sea demasiado limitada para un director de este calibre y ambiciones, pero lo cierto es que Park Chan-wook -heredero dilecto del gran Alfred Hitchcock- ratifica (una vez más) su maestría para la puesta en escena, para la dirección de intérpretes y para conseguir un final bello, desgarrador y apoteósico.
Una comunidad de peluqueros que cada año participa de un concurso se ve conmovida cuando es encontrado el cadáver de uno de ellos y encima con el cuero cabelludo arrancado. El misterio respecto de tan brutal asesinato y la lógica perplejidad, angustia y temores de todos aquellos que conocían a la víctima son el punto de partida de un relato que combina lo sofisticado y lo vulgar, la tragedia con la comedia, el cine de género con un espíritu clase B. Aunque en la entrevista que le hice a Hardiman (ver debajo) habló de otras referencias como Nashville, de Robert Altman; o Slacker, de Richard Linklater), Medusa Deluxe me remitió en su uso del humor negro y su mixtura entre la alta y la baja cultura a la filmografía de Peter Strickland. Rodada con Steadicam en lo que aparenta ser un único plano-secuencia y un aspect ratio bastante cuadrado de 4:3, la película evita caer en el regodeo y la ostentación para conseguir una bienvenida cercanía (intimidad) a la hora de seguir el derrotero y retratar las miserias de los distintos personajes (el protagonismo es coral). Puede que la película resulte algo frustrante para los cultores del policial más tradicional, esos que necesitan que todo tenga una justificación y una explicación plausible. En ese sentido, Hardiman apuesta más a la deconstrucción de los distintos elementos de su historia que a la clásica construcción de suspenso, tensión e intriga. Medusa Deluxe es un film de climas, de atmósferas, una apuesta por la vertiente más lúdica y por momentos experimental del cine que se permite huir de los cánones habituales del thriller para incursionar en el musical más delirante. Con la irreverencia y la audacia de una ópera prima visualmente deslumbrante y (pre)destinada a llamar la atención.
Entre enero de 2019 y mayo de 2020, Adriana Lestido -una de las mejores fotógrafas argentinas de las últimas décadas- viajó sola por el Círculo Polar Artico (sobre todo Islandia y el norte de Noruega) para filmar durante las distintas estaciones. Son planos fijos de paisajes nevados, animales, volcanes y auroras boreales cuya acumulación genera una experiencia hipnótica, subyugante, una suerte de contemplación y "meditación" visual a todas luces fascinante. El buen gusto de la directora se aprecia también a la hora de la selección de algunos textos breves de Liliana Bodoc, Haruki Murakami, Luis Alberto Spinetta o Doris Dörrie, así como en el uso de canciones de Ketil Bjornstad, Nick Cave + Warren Ellis y Gabo Ferro para lo que en definitiva es un bellísimo ensayo sobre la soledad frente a la inmensidad de la naturaleza en su estado más puro.
Cuatro años y medio después de la notable Spider-Man: Un nuevo universo llega esta no menos lograda segunda entrega de la saga animada escrita y producida por la dupla Phil Lord-Christopher Miller que en marzo de 2024 tendrá su conclusión con Spider-Man: Beyond the Spider-Verse. Con esta flamante película -otro deleite visual y narrativo- la franquicia se consolida como uno de los mejores acercamientos al espíritu de los cómics originales y al universo de los superhéroes en tiempos de metaversos. Con tres nuevos directores (Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson reemplazaron a Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman), esta secuela ambientada apenas un año después de Un nuevo universo no solo mantiene (lo cual ya hubiese sido un logro) sino que redobla, potencia, amplifica y expande todo lo que de fascinante, divertido, audaz y deslumbrante tenía aquel film de 2018 (a la Argentina llegó en enero de 2019). La cantidad y variedad de detalles, de matices, de belleza, de inteligencia, de espectacularidad, de ingenio y de creatividad que hay en cada uno de los planos de las más de dos horas de A través del Spider-Verso la convierten en una experiencia con escasos precedentes. Por supuesto, es posible que en el vértigo, en el desenfreno, en la catarata de ideas, en la andanada de estímulos, en los constantes saltos temporales (estamos en tiempos de multiverso) parte del público se sienta un poco perplejo y abrumado porque realmente no es fácil asimilar tanta información en lapsos tan breves, pero si uno se libera de presiones y exigencias para simplemente entregarse a este festival de formas y colores que adaptan el espíritu del cómic, de imágenes hipnóticas (la cosa va del realismo a lo surreal y alucionatorio), la propuesta es tan satisfactoria como embriagadora. El protagonista otra vez es el adolescente Miles Morales (Shameik Moore), cuyos padres, un policía afroamericano (Brian Tyree Henry) y una enfermera portorriqueña (Luna Lauren Velez), no tienen idea de que es Spider-Man. Y quien gana mucho espacio esta vez es Gwen Stacy (Hailee Steinfeld), baterista de una banda de rock que no tarda en abandonar y a quien su padre (Shea Whigham), también policía, tampoco sabe que ella es Spider-Woman. Pero hablamos de multiverso, así que la acción cambiará de tiempos y lugares (de Brooklyn a Mumbai) con la aparición de múltiples hombres y mujeres arácnidos como el Miguel O’Hara de Oscar Isaak (un vampiro ninja oscuro y cazador), la Jessica Drew de Issa Rae (embarazada pero sin miedo de montar su moto), el Spider-Punk de Daniel Kaluuya (un londinense con cresta punk y una guitarra colgada en su espalda) o el patético Peter B. Parker de Jake Johnson (mentor de Miles). Lo cierto es que en la actualidad o en el universo alternativo de 2099 termina habiendo una Spider-Society con integrantes provenientes de Estados Unidos, de Inglaterra y hasta de la India (el Spider-Man India de Karan Soni). Y, claro, también habrá un malvado como La Mancha (un ex científico muy bien interpretado Jason Schwartzman) y hasta cameos como el de Donald Glover (no animado, sino en persona). Como en todo relato que transcurre en dimensiones paralelas, hay reglas que deben cumplirse como para no alterar ciertos eventos con consecuencias catastróficas, pero siempre está la tentación de regresar a tiempo al universo original para, por ejemplo, salvar la vida de un ser querido. Por momentos, A través del Spider-Verso parece más retorcida de lo que realmente es, ya que cuando uno se sumerge en su propuesta, su impronta y su dinámica la historia tiene su lógica y hasta su coherencia dentro del caos. Otra vez: es probable que un público más adulto o de gusto más clásico sienta algunos aspectos de la trama entre rebuscados y pirotécnicos, pero para los más jóvenes (como ocurría en otro registro con Todo en todas partes al mismo tiempo) dentro del delirio y la acumulación va encontrando su razón de ser y su encanto. En menos de un año (marzo de 2024) llegará Beyond the Spider-Verse para concluir esta historia. La espera claramente vale la pena.
A casi dos siglos de su publicación, el cuento de hadas escrito por el danés Hans Christian Andersen sigue inspirando nuevas producciones. Tras la popular película animada de 1989 y el musical de Broadway, ahora es el turno de una versión con intérpretes que, más allá de la indudable espectacularidad del universo de Disney, no luce demasiado “real” ni del todo convincente. La Sirenita (The Little Mermaid, Estados Unidos/2023). Dirección: Rob Marshall. Elenco: Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Daveed Diggs, Awkwafina, Jacob Tremblay, Noma Dumezweni, Art Malik, Javier Bardem y Melissa McCarthy. Guion: David Magee. Fotografía: Dion Beebe. Edición: Wyatt Smith. Música: Alan Menken (letras de Howard Ashman y Lin-Manuel Miranda). Distribuidora: Disney. Duración: 135 minutos. Apta para todo público. Las películas live-action de Disney tratan de ser cada vez más realistas, pero en su uso y abuso de lo digital (efectos visuales y ahora IA) terminan siendo más artificiales que las producciones animadas. Eso es lo que ocurre con este nuevo film del director de Chicago, Memorias de una geisha, Nine, Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas y En el bosque que, más allá de la presencia de Halle Bailey como Ariel y de figuras reconocidas como Melissa McCarthy (la despiadada Úrsula) o Javier Bardem (el rey Tritón), luce demasiado diseñada, construida antes que filmada (algo similar ocurre con varias producciones de Marvel e incluso con la reciente Indiana Jones y el dial del destino). Y, como ya ocurrió también con otras versiones live-action basadas en éxitos animados previos, hay una tendencia, una compulsión a agrandar (inflar) las historias con más acción, más personajes, más escenas musicales. Así, mientras el original animado dirigido en 1989 por Ron Clements y John Musker duraba 83 minutos, este film de Marshall llega a los 135. Y, más allá del bienvenido despliegue de recursos técnicos y estéticos, que un producto familiar supere con holgura las dos horas puede conspirar contra la adhesión y paciencia del público más infantil. Lo mejor de esta versión 2023 es la revelación de Halle Bailey como la heroína de turno (se luce también como cantante), mientras que, en cambio, lo de Melissa McCarthy o Javier Bardem resulta demasiado limitado y hasta cierto punto decepcionante. Tampoco funciona con la misma eficacia que en el original animado el trabajo vocal de Daveed Diggs como el cangrejo Sebastian, principal comic relief de la trama. Así, La Sirenita termina siendo un film para admirar en lo formal y no tanto como una historia que fascine, conmueva y divierta como sí lo hizo la película original hace casi un cuarto de siglo.
¿Es Matías Szulanski nuestro Hong Sangsoo? ¿Está sumido en una competencia directa con Raúl Perrone, José Celestino Campusano y Lucía Seles por ser el cineasta más prolífico del cine nacional de los últimos tiempos? Lo cierto es que con 10 largometrajes en 7 años se ha convertido en una auténtica máquina de filmar. Y, luego de haber estrenado Juana Banana en la Competencia Argentina de la última edición del Festival de Mar del Plata, ahora ha recibido un nuevo impulso por parte del BAFICI, que seleccionó a Último recurso como película de apertura. Último Recurso es el nombre de una revista deportiva que subsiste en condiciones más que precarias con el manejo de Enrique (Horacio Marassi) y Rodolfo (Germán Baudino), dos periodistas de la vieja guardia. Pero las verdaderas protagonistas son más jóvenes y mujeres. Por un lado, una integrante de la redacción con experiencia como Laura (María Villar) y Julia (Tamara Leschner), una pasante recién llegada que en verdad se gana la vida con su perfil erótico en Only Fans y es también una virtuosa flautista. De hecho, al ser la única que posee un auto, Julia es “explotada” por su compañera, que le hace sentir el rigor de ser la novata que debe pagar el derecho de piso. Cuando llega a la revista un misterioso paquete que contiene información en principio totalmente absurda (que existió un primer Mundial de fútbol en 1926 en el que Argentina salió campeón y cuyo goleador y hombre récord fue un jugador judío llamado Samuel Finkelstein, y que esos hechos fueron luego borrados de la historia oficial), los jefes les encargan a Laura y Julia que sigan el tema. Se inicia así una intrincada investigación por distintos barrios (Villa Crespo, Microcentro), bibliotecas, archivos, pero también por otros misteriosos ámbitos, como los de una comunidad asiática. Y esa indagación conjunta es la excusa para que se desarrolle y profundice la muchas veces tirante y en otras más íntima relación entre las dos protagonistas (Laura es madre soltera y Julia cuida a su hija mientras atiende a sus clientes de Only Fans) en un film que por momentos tiene el vértigo callejero de, por ejemplo, Castro, de Alejo Moguillansky; y en otros recupera ese espíritu de comedia incómoda y con personajes con un poco de mala onda que es el sello de Szulanski, quien se permite además unos cuantos juegos cinéfilos como las referencias a El centroforward murió al amanecer, de René Mugica, o el personaje del proyectorista en una privada de prensa que interpreta el director Paulo Pécora. Si parte de la premisa es ya de por sí bastante ridícula, más aún lo es el contexto (la historia está ambientada en junio de 2021), que parece más propio de otros tiempos (mejores): que subsista una revista impresa de deportes, que en la redacción todos fumen sin parar y que dos periodistas investiguen de forma exclusiva, a toda hora y durante dos semanas un único tema es lo más inverosímil de todo. Palabra de periodista. Pero nada de eso parece preocuparle a Szulanski, quien regala una película con muchos desniveles pero felizmente desaforada y orgullosamente camaleónica, sostenida sobre todo por dos muy buenas actrices. Palabra de crítico.