Los años vividos y por vivir. Esta comedia agridulce de la directora francesa Blandine Lenoir bien podría ser una película de Juan Taratuto o Marcos Carnevale, aunque con mayor calidez, menos estridencias y una absorbente protagonista que ronda los cincuenta años (rasgo este último bastante difícil de encontrar en cinematografías como la nuestra).
La Aurore del título original es madre de dos hijas jóvenes, está separada y busca empleo. No es mucho más que eso lo que sirve de base para esta liviana exploración por los sentimientos y temores de una mujer de su edad, con varios personajes secundarios interviniendo para deslizar frases ocurrentes, plantear prejuicios que suelen ser rebatidos o, simplemente, agregar chispazos de comicidad. Las situaciones no ofrecen nada demasiado conflictivo: los efectos de la menopausia, la posibilidad de convertirse en abuela, las charlas con una consuegra o una amiga extrovertidas, algún piropo imprevisto por la calle, una reunión con ex compañeros de colegio. Si el film sobrevuela temas embarazosos lo hace sin dejar de ser amable con el espectador. Contribuye la atmósfera límpida y placentera, con exteriores luminosos y casas que transmiten cercanía, sin sobresaltos angustiantes.
Hay partes típicas de un cine de fórmula, como mostrar a Aurore bailando sola (o acompañada de sus recuerdos) un tema de Nina Simone en su casa, o un tramo final forzado a cumplir con los códigos de la comedia romántica. La dependencia de Aurore de rearmar su vida a partir del entendimiento con un hombre y la relativa facilidad con la que enfrenta diferentes trabajos –nada gratos, por otra parte– revelan en el film un costado algo conservador. Del mismo modo, aunque ocasionalmente la protagonista se imagina a sí misma cantando o atravesando una situación exitosa, no queda muy claro qué le apasiona en la vida: parece haber algo de medianía y de conformismo en su personalidad. A pesar de ello, cierta sensibilidad recorre 50 primaveras y la aleja de tantos rústicos productos con personajes o conflictos similares. Determinados gags que recuerdan al humor probado por grandes cómicos del cine de todos los tiempos (como el de Aurore enfrentando una puerta de vidrio corrediza) levantan la puntería.
En un momento, en una de sus varias búsquedas laborales, Aurore se topa con un grupo de ancianas que conviven juntas en una casona. Allí asoman algunas de las mejores secuencias de 50 primaveras, vislumbrándose la posibilidad de una transgresión, de un tipo de vida diferente, de enfrentar con calma e imaginación el paso de los años.
Ligeramente caricaturizados, casi todos reconocibles, los personajes ofrecen una galería de tipos humanos con los que Aurore se las arregla como puede, experimentando las luces y sombras propias de su edad madura. Encarnándola, Agnès Jaoui (actriz y directora de Como una imagen y El gusto de los otros) demuestra que, sin exhibir una simpatía arrolladora ni una belleza singular, sabe seducir con su positiva expresividad.
Por Fernando G. Varea