Aurore tiene 50 años y tres preocupaciones: encontrar un trabajo (renunció a su puesto de encargada de la barra en un restaurante), asumir que va a convertirse en abuela (su hija mayor está embarazada) y reconquistar a un amor de su juventud (Totoche, a quien Aurore dejó luego de que éste ingrese al ejército).
En esos términos se planta 50 primaveras, segundo largometraje de la francesa Blandine Lenoir, que ya desde su título original (Aurore) sugiere un unipersonal de su protagonista. Y realmente lo es.