Nacho (Ignacio Quesada), un joven de unos 18 años, arriba de sorpresa a la estancia de su padre Marcos (Marcelo Subiotto), de quien se encuentra distanciado, con la idea de pasar un tiempo allí. Sin embargo, no es el mejor momento para visitas: en vísperas de un remate, un serie de vacas han aparecido muertas sin que nadie pueda explicar la causa, lo que tiene preocupado a Marcos.
Nacho (Leonardo Sbaraglia) y Lucía (Julieta Díaz) llevan veinticuatro años de casados, tienen una hija adolescente y, como sucede con muchos vínculos de larga data, atraviesan un periodo de amesetamiento. Él es dueño de una productora y parece incapaz de mirar más allá de su ombligo, enfrascado en las tratativas para una serie en la que participaría Natalia Oreiro (hay una breve intervención de la actriz uruguaya haciendo de ella misma). Lucía, por su parte, dirige un restaurante pero hace tiempo quiere retomar su vocación de fotógrafa. Con el objetivo de darse un respiro (el título de la película es más que elocuente), organizan un viaje en velero junto a Rama (Marco Antonio Caponi), amigo de Nacho, y su joven novia Cleo (Zoe Hochbaum).
Resulta un dato de color que Santiago Mitre y Manuela Martelli hayan decidido titular a sus recientes películas, referidas a las dictaduras argentina y chilena respectivamente, con un año en particular, como queriendo dejar consignados sendos periodos que marcaron a fuego a ambos países. Las coincidencias, sin embargo, terminan ahí. Si el 1985 de Mitre alude a un hecho puntual cuando lo peor había pasado (el Juicio a las Juntas), el 1976 de Martelli (actriz que, tras dirigir dos cortos, debuta en largometraje) se sitúa en pleno régimen pinochetista y probablemente tenga más que ver con La larga noche de Francisco Sanctis (2016) o Rojo (2018), que no mostraban el horror en primer plano pero dejaban entrever cómo su atmósfera opresiva se colaba en la sociedad.
Construida en base a pequeñas viñetas cuya línea rectora parece ser la indecisión de una mujer para mudarse, cuesta encontrarle a A little love package un arco dramático definido, tradicional, lo cual puede resultar una experiencia compleja para quienes se acerquen a ella. Tal vez algún espectador se tope con una pared similar a la que Carmen (Carmen Chaplin, nieta de Charles) se enfrenta cada vez que acompaña a su amiga Angeliki (la griega Angeliki Papoulia) a ver departamentos en Viena. A cada lugar que visitan, Angeliki le encuentra un pero: que es ruidoso, que no le gustan los pisos, que está cerca de un restaurante. Decoradora de interiores, Carmen está a punto de perder la paciencia.
Al igual que muchos actores del circuito off y/o aficionados, Lucas Cherubini (Juan Grandinetti) va de casting en casting en busca de una oportunidad que lo aleje del tedio de su trabajo en un call center. De chico había gozado de cierta fama al participar de una serie infantil, pero hace tiempo que está fuera del ambiente. En una prueba para una publicidad, Lucas conoce a Vero (Verónica Gerez), quien le recomienda un seminario a cargo de un prestigioso maestro (Iván Moschner). El taller, que tiene algo de retiro espiritual, consiste en pasar cuatro días en una casa en el campo para que los asistentes se redescubran como actores.
En 1960 Julio Cortázar publicó Los premios, una novela sobre un grupo de personas muy distintas entre sí que conviven en un misterioso crucero al que accedieron tras granar un concurso. La historia culmina con un asesinato. Nada indica que el libro haya sido inspirador para Ruben Östlund, pero algo de ese experimento de poner a convivir en alta mar a una galería de personajes variopintos se respira El triángulo de la tristeza, película que se alzó con la Palma de Oro en el último Festival de Cannes. En The square, su film anterior, también máximo ganador del festival en 2017, Östlund arremetía sin ninguna piedad contra el mundo del arte y su hoguera de vanidades. Aquí, el sueco continúa con su inclemente visión del mundo, esta vez centrándose en la tilinguería de cierta clase alta.
Mientras que hoy está socialmente aceptado que un hombre que ronde los setenta y una mujer que pase los cuarenta se enamoren y construyan una pareja, la vara no parece ser la misma si las edades se mantienen pero los géneros se invierten. Es ésta la idea central de la nueva película de Carine Tardieu, que en sus anteriores trabajos Du vent dans mes mollets (2012) y Sácame de dudas (2017) ya había indagado en algunos vínculos a contrapelo.
El 21 de diciembre de 2012 fue la fecha que astrónomos mayas predijeron, miles de años atrás, que el mundo atravesaría el fin de una era y el comienzo de otra, cosa que a las claras nunca ocurrió. En septiembre de 2022, la Justicia argentina allanó un local donde, tras la pantalla de una escuela de yoga, funcionaba una secta que captaba personas vulnerables y las sometía a la servidumbre y la prostitución. Separados por una década y sin aparente relación entre sí, son dos acontecimientos que de algún modo resuenan luego de ver No quiero ser polvo, coproducción mexicano-argentina que se estrena en medio del fervor mundialista que vive nuestro país.
La segunda película de Marvel Studios sobre el superhéroe de la nación africana de Wakanda, otra vez bajo la dirección de Ryan Coogler, afianza y expande su universo a puro drama y acción cargada de épica, plasmando a su vez ideas y mensajes más profundos sobre el poder, la ambición y la hipocresía de las grandes potencias, el colonialismo y la violencia histórica hacia las minorías y los oprimidos del mundo. El Rey ha muerto, the King is dead. La historia de la humanidad, tantas veces reflejada en la ficción, nos demuestra que la muerte de un líder poderoso siempre genera tensiones, reacomodamientos, y disputas dentro del reino, y fuera del mismo. La muerte prematura en agosto de 2020 del actor Chadwick Boseman, quien encarnaba a T'Challa, Rey de Wakanda, en Pantera Negra (2018), impacta directamente en el argumento de su secuela. Pantera Negra: Wakanda por siempre comienza con la muerte y los coloridos rituales funerarios del rey africano que era a su vez el legendario superhéroe Pantera Negra. La ficción y la realidad por un momento se unen aquí de manera emotiva y respetuosa, vemos en estas escenas la despedida del personaje que es a su vez el adiós al actor. Esta es toda una definición, una decisión fuerte y poco habitual, cuando además estamos hablando de un legendario personaje del comic creado por Stan Lee y Jack Kirby hace más de 50 años. Pantera Negra fue el primer superhéroe afrodescendiente de la historia de Marvel, creado en una época de fuertes tensiones raciales en Estados Unidos, que planteaba una realidad subversiva: su reino de Wakanda era una nación desconocida pero sumamente desarrollada, rica y poderosa, incluso tecnológicamente más avanzada que los países del mundo conocido. Esto se debía a la enorme reserva de un mineral único e indestructible llamado “vibranio” y a la decisión de mantenerse oculta y así protegida de las ambiciones colonialistas y dominantes de los países más poderosos. Es importante repasar algo del origen del personaje Pantera Negra y de su reino porque estas ideas están muy presentes en la escencia de esta secuela. Ramonda (Angela Bassett) es la madre del difunto T'Challa, y es ahora la nueva reina de Wakanda que debe lidiar con las presiones -y los ataques- de los países “desarrollados” para que esta nación pacífica y avanzada, comparta sus conocimientos, su tecnología y sus riquezas ocultas para “el bien común” del resto de los países. Básicamente quieren el vibranio, digamos. Los paralelos con la realidad actual son bien claros, así funciona el mundo hoy y lo ha hecho siempre. En medio del duelo y las tensiones internacionales, en una escena notable por su tensión, suspenso y acción la película pega un giro sorprendente con la aparición de un personaje y una civilización que provienen del fondo del mar. No, no es Aquaman, sino Namor, creado muchos años antes, allá por 1939, uno de los primeros de Marvel Comic, que renace en esta historia con la notable interpretación del mexicano Tenoch Huerta. A la nación más poderosa y avanzada del planeta le aparece súbitamente otra similar en su desarrollo, en su poder de guerra, en su historia cargada de injusticias y tragedias. Una oculta en la selva africana y otra descendiente de los Aztecas, llamada Talokán, oculta en el fondo del mar. Ambas naciones pudieron desarrollarse, crecer con riqueza, y vivir en paz por la decisión de preservarse ocultas del resto del mundo que no hubiera tardado ni cinco minutos en invadir y saquear para hacerse del preciado vibranio. Esta es una idea fuerte y avalada por la historia que conocemos de África y América Latina. Pero ese tiempo de paz puede estar llegando a su fin, y desde allí se construye la trama de Pantera Negra: Wakanda por siempre.
El comienzo de El suplente nos ubica en la presentación de un libro de poesía, con su posterior cóctel y la ofuscación de un profesor que perdió un cargo en una cátedra universitaria (hay un cameo del escritor Martín Kohan). Pero la nueva película de Diego Lerman no trata sobre el mundillo literario y sus miserias sino que continua la línea del drama social de sus anteriores trabajos, donde el director abordaba temáticas como la violencia de género (Refugiado) o el tráfico de bebés (Una especie de familia). Tras pasar por el Festival de San Sebastián, el estreno local de El suplente coincide con los conflictos educativos que vienen dándose en los últimos días, aunque aquí, como se verá, no serán los alumnos quienes tomen un colegio sino que ellos mismos resultarán rehenes.