La modernidad vacía
La comedia de Blandine Lenoir se desvanece en un intento “progre” bastante forzado por mostrar un discurso inclusivo que no hace más que sostener los valores clásicos de una modernidad en retirada. Sólo la buena actuación de Agnès Jaoui permite avanzar en el sinsentido de lugares comunes y giros anunciados.
El escritor británico John Boynton Priestley dijo alguna vez que la comedia es una representación de la sociedad que se protege a sí misma con una sonrisa. En 50 primaveras (Aurore, 2017) hay una protección dirigida. Está presente la idea de proteger a un modelo social: la clase media francesa. Se toman como graciosos todos los elementos que distorsionan y atacan los modelos establecidos de familia y heteronormatividad patriarcal.
Por otro lado, los estereotipos rebalsan en frases como “al final el amor siempre triunfa” o “nunca dejes de luchar por lo que amas”, vacías de significado real que adornan el desarrollo de la película. También ocurre lo mismo con los personajes: el hijo rebelde que se equivoca y vuelve al hogar, el soltero confundido que en vez de buscar su propia libertad termina optando por el amor y la solterona desesperada por conseguir pareja. Todos estos tópicos trillados refuerzan la idea de fondo: al final siempre es mejor estar en pareja, casarse, tener hijos, todo por derecha. No existe posibilidad de fuga de aquel modelo que atrasa cincuenta años.
¿Cómo tolerar tanto fascismo disfrazado de risa? Trayendo un discurso que incluya al diferente, pero que también lo mantenga a raya. Aurore se abraza con una cocinera negra cuando renuncia a su trabajo en un bar, pero es la inmigrante la que le dice que la va a extrañar a ella y no al revés. Ocurre algo similar cuando la protagonista consigue trabajo en el sector de limpieza y se abraza con otra compañera de trabajo inmigrante de color. Ambos casos son un intento artificial y forzado de empatizar con un mundo distinto. Aurore, la divorciada madura que interpreta Agnès Jaoui no tiene intenciones de libertad. Solo quiere volver a repetir el mandato con el que creció de pequeña: casarse y tener hijos. Como está muy grande para eso, lo que hace es replicar lo mismo al buscar pareja “para no quedarse sola”. La poetisa norteamericana Emily Dickinson, pionera del feminismo moderno, estaría aterrada con un personaje así.
El planteo de la historia vuelve la risa sobre los sucesivos fracasos del personaje que Jaoui resuelve de buena forma, logrando interpretar la idea gastada del guión. Adaptarse a los cambios no está en el plan. Hay que volver al pasado. La nostalgia funciona como uno de los ejes que intenta empatizar con el espectador pero no es atractiva porque se utiliza como un resorte que activa pensamientos chatos como creer que todo tiempo pasado fue mejor.
Volviendo a los escritores, el parisino Jean de la Bruyere decía que la vida era una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan. En el caso de 50 primaveras, las cosas se quedan a mitad de camino y los sentimientos vacíos se corresponden con pensamientos del mismo estilo.